Alexander von Humboldt ✆ A. Neumann |
En una de las ventanas de la planta baja de una perdida cabaña en el condado de Wiltshire, en el brumoso sudoeste de Inglaterra, cuelga un cartel con una calavera y un par de tibias cruzadas en el que se puede leer en inglés el aviso “Peligro. Radioactividad”. Mirando en el interior a través del polvoriento tragaluz todavía es posible reconocer un taller salpicado de instrumental científico, con las estanterías, las mesas y el suelo repletos de libros, papeles y extraños cachivaches de diferentes formas y tamaños, algunos de ellos con la extraña apariencia de haber sido ensamblados allí mismo. Ahora ese laboratorio casero se muestra casi desierto, pero la advertencia sigue manteniendo alejados a los ladrones y curiosos, como lo hizo durante gran parte de la segunda mitad del siglo XX, en la que bullía en su interior una intensa actividad que no deseaba ser molestada.
Nada en ese tranquilo rincón de la campiña británica, muy
cerca de donde se alojan los famosos restos arqueológicos de Stonehenge y
Avebury, haría pensar que allí se llevaron a cabo investigaciones secretas de
la NASA, en uno de los intentos más ingeniosos para detectar la presencia de
vida en Marte, a partir del análisis espectroscópico de la composición de los
gases de su atmósfera, ni tampoco que allí supuestamente se idease con la
máxima discreción el horno microondas con el que hoy podemos calentar la leche
del desayuno.