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Sin embargo, el desconocimiento del amparo emitido por el TSJ en el que ordenó preservar los cuadernos de votación y su negativa a reconocer los resultados electorales gane quien gane, evidencia en el sector opositor una conducta ambivalente, al dejar siempre abierta una puerta para retomar el atajo de la violencia y la ruptura del orden constitucional, tal y como hicieron el 11A e intentaron luego con el criminal paro petrolero de 2002 y el guarimbeo que tuvo su epicentro en la Plaza Altamira.
La estrategia de la MUD pareciera orientada a fabricarle un
camuflaje a Capriles Radonsky, que le permita evadir la mirada escrutadora de
los venezolanos respecto de las políticas restauradoras de la IV República, que
aplicaría en un eventual gobierno suyo. Intentan hacer una campaña superficial
con énfasis en lo emocional pero, sin explicitar el verdadero programa de
gobierno de corte neoliberal que tiene bajo la manga. Es esa una de las razones
por la que viene adoptando la táctica de escabullir la confrontación
política, con el argumento de que no va
a pelear con Chávez sino a dedicarse a darle “solución a los problemas”, cosa
que no hizo en su paso por Miranda como gobernador. Con ese maquillaje quieren
tapar las prominentes verrugas, que en la faz del candidato brotaron por su
participación activa en los sucesos del 11A, pretendiendo aparecer ahora como
víctima del “acoso” chavista y para
colmo del descaro, con un perfil de “centro izquierda”.
Ante esta coartada de la oposición debe promoverse un debate
nacional sobre el proyecto de país, desprovisto de descalificaciones
personales, en el que se evidencien las bases programática del candidato
opositor, para que los venezolanos puedan calibrar sus verdaderas intensiones y
así develar la trampa demagógica que quieren montar a la usanza de CAP II.