Mientras los ministros de Finanzas de la eurozona decidían
en Bruselas el futuro de Grecia, una muy oportuna conferencia en la Universidad
de Londres congregó a destacados economistas latinoamericanos para ver qué
puede aprender el viejo continente de su experiencia en deuda y rescates.
La lección central es de urgente importancia para Europa:
las políticas económicas impulsadas en América Latina en la década del ochenta
fueron una excelente manera de ayudar a los bancos de Estados Unidos a salir de
la crisis, pero resultaron una muy mala manera de resolver la crisis
latinoamericana de la deuda, ya que crearon dos décadas de más deuda, pobreza y
desigualdad.
Por supuesto, de eso se trataba: desplazar la carga de la crisis del sistema financiero hacia los países en desarrollo.
El FMI y el Banco Mundial prestaron en los ochenta a decenas de países que de
otro modo hubieran dejado de pagar, con el fin de mantener el flujo de pagos de
la deuda hacia los bancos de los países ricos, los mismos que habían creado la
crisis con sus propias estrategias de créditos irresponsables. Luego, a los
países que oficialmente recibieron los fondos se les impuso políticas de ajuste
estructural que resultaron en industrias privatizadas, finanzas liberadas del
control gubernamental y mercados abiertos a la competencia de empresas
subsidiadas de Estados Unidos y Europa. La pobreza creció, aumentó la
desigualdad y el mercado financiero fue proclamado rey.
La misma lógica se encuentra apenas oculta detrás del
“rescate” de Grecia acordado por los ministros europeos. No hay ni siquiera un
intento de simular que el pueblo griego se beneficiará de estos fondos. Se
reconoce que con las medidas de austeridad adicionales que debe poner en
práctica para recibir estos fondos, el país sufrirá más estancamiento y
desempleo, lo que a su vez hará aún más difícil el pago de la deuda.
En 2020, las deudas de Grecia todavía representarán un
insostenible ciento veinte por ciento del PBI… y eso si las cosas van muy bien.
El recorte de las pensiones por otro trece por ciento y el del salario mínimo
en veintidós por ciento, más gran reducción en el gasto gubernamental con la
concomitante pérdida de puestos de trabajo del sector público, sólo pueden
hacer que la depresión se vuelva más larga y profunda. Incluso las agencias de
calificación de riesgo han reconocido la inutilidad de obligar a los países a
un estancamiento permanente.
Entonces, ¿para qué tal “rescate”? Para mantener el flujo de
dinero hacia el sistema financiero europeo. Se le impuso a Grecia la creación
de una cuenta bloqueada para que el dinero recaudado se destine a satisfacer
los intereses y el principal de su deuda, antes de poder tocar un solo euro
para pagar las facturas, los sueldos y las pensiones. Eso quiere decir que el
dinero prestado por las instituciones europeas, que es dinero de los
contribuyentes, proveniente en última instancia de los impuestos, va a fluir
directamente a las arcas de los bancos europeos. No es un rescate de Grecia, es
un rescate de bancos de escala gigantesca.
Pero la buena noticia para los bancos no termina ahí. Al
obligar a Grecia a acelerar su programa de privatizaciones hasta que obtenga
50,000 millones de euros, todo está siendo vendido a precio de remate, desde
los aeropuertos, puertos y autopistas hasta los sistemas de agua y
alcantarillado. Los compradores son los bancos de los mismos países que imponen
estas políticas.
Estos “rescates”, los recortes del gasto público, el ataque
a la propiedad estatal… todo ya sucedió en los países en desarrollo en los años
ochenta y noventa. El resultado fue dos décadas perdidas.
Hasta ese momento rara vez sucedía que un país retrocediera,
pero durante la última década del siglo XX, cincuenta y cuatro países redujeron
sus ingresos per cápita y las personas en pobreza extrema aumentaron en cien
millones. No a causa de ninguna guerra o desastre natural sino por la deuda y
el ajuste estructural. El bienestar humano fue sacrificado a los dictados del
sistema financiero. Las crecientes tasas de homicidio, suicidio e incidencia de
VIH en la Grecia de hoy pintan un panorama similar.
Y sin embargo hay alternativas. Después de la segunda guerra
mundial, Alemania se benefició de una cancelación masiva de deudas y sus pagos
restantes se vincularon explícitamente al crecimiento del país. No hay una
respuesta libre de dolor a una crisis de la deuda, pero cuando los gobiernos
hicieron frente a la prepotencia de sus acreedores declarando moratoria,
iniciando una auditoría de sus deudas o insistiendo en definir sus propios
términos para el pago, como Argentina, Ecuador o Islandia, les ha ido
notoriamente mejor.
No se trata sólo de retomar el crecimiento económico, sino
también de recuperar la soberanía. El ministro alemán de Finanzas llegó a
proponer el envío de un comisario europeo para supervisar los gastos de cada
ministerio griego. Convertido ya en un protectorado de hecho, Grecia ve
amenazada su democracia como conclusión lógica de una política que ve a la
gente como un simple obstáculo a la recaudación de sus bancos.
Nick Dearden es
Director de Jubilee Debt Campaign.
Título original: “Grecia, una golosina para los bancos” http://agendaglobal.redtercermundo.org.uy/2012/02/24/grecia-una-golosina-para-los-bancos/ |