“Tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por los sufrimientos de la humanidad. Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de acá para allá, por una ruta cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación” — Bertrand Russell

3/3/12

Grecia es una golosina para los bancos, como una chuchería

Nick Dearden

Mientras los ministros de Finanzas de la eurozona decidían en Bruselas el futuro de Grecia, una muy oportuna conferencia en la Universidad de Londres congregó a destacados economistas latinoamericanos para ver qué puede aprender el viejo continente de su experiencia en deuda y rescates.

La lección central es de urgente importancia para Europa: las políticas económicas impulsadas en América Latina en la década del ochenta fueron una excelente manera de ayudar a los bancos de Estados Unidos a salir de la crisis, pero resultaron una muy mala manera de resolver la crisis latinoamericana de la deuda, ya que crearon dos décadas de más deuda, pobreza y desigualdad.

Por supuesto, de eso se trataba: desplazar la carga de la crisis del sistema financiero hacia los países en desarrollo.

El FMI y el Banco Mundial prestaron en los ochenta a decenas de países que de otro modo hubieran dejado de pagar, con el fin de mantener el flujo de pagos de la deuda hacia los bancos de los países ricos, los mismos que habían creado la crisis con sus propias estrategias de créditos irresponsables. Luego, a los países que oficialmente recibieron los fondos se les impuso políticas de ajuste estructural que resultaron en industrias privatizadas, finanzas liberadas del control gubernamental y mercados abiertos a la competencia de empresas subsidiadas de Estados Unidos y Europa. La pobreza creció, aumentó la desigualdad y el mercado financiero fue proclamado rey.

La misma lógica se encuentra apenas oculta detrás del “rescate” de Grecia acordado por los ministros europeos. No hay ni siquiera un intento de simular que el pueblo griego se beneficiará de estos fondos. Se reconoce que con las medidas de austeridad adicionales que debe poner en práctica para recibir estos fondos, el país sufrirá más estancamiento y desempleo, lo que a su vez hará aún más difícil el pago de la deuda.

En 2020, las deudas de Grecia todavía representarán un insostenible ciento veinte por ciento del PBI… y eso si las cosas van muy bien. El recorte de las pensiones por otro trece por ciento y el del salario mínimo en veintidós por ciento, más gran reducción en el gasto gubernamental con la concomitante pérdida de puestos de trabajo del sector público, sólo pueden hacer que la depresión se vuelva más larga y profunda. Incluso las agencias de calificación de riesgo han reconocido la inutilidad de obligar a los países a un estancamiento permanente.

Entonces, ¿para qué tal “rescate”? Para mantener el flujo de dinero hacia el sistema financiero europeo. Se le impuso a Grecia la creación de una cuenta bloqueada para que el dinero recaudado se destine a satisfacer los intereses y el principal de su deuda, antes de poder tocar un solo euro para pagar las facturas, los sueldos y las pensiones. Eso quiere decir que el dinero prestado por las instituciones europeas, que es dinero de los contribuyentes, proveniente en última instancia de los impuestos, va a fluir directamente a las arcas de los bancos europeos. No es un rescate de Grecia, es un rescate de bancos de escala gigantesca.

Pero la buena noticia para los bancos no termina ahí. Al obligar a Grecia a acelerar su programa de privatizaciones hasta que obtenga 50,000 millones de euros, todo está siendo vendido a precio de remate, desde los aeropuertos, puertos y autopistas hasta los sistemas de agua y alcantarillado. Los compradores son los bancos de los mismos países que imponen estas políticas.

Estos “rescates”, los recortes del gasto público, el ataque a la propiedad estatal… todo ya sucedió en los países en desarrollo en los años ochenta y noventa. El resultado fue dos décadas perdidas.

Hasta ese momento rara vez sucedía que un país retrocediera, pero durante la última década del siglo XX, cincuenta y cuatro países redujeron sus ingresos per cápita y las personas en pobreza extrema aumentaron en cien millones. No a causa de ninguna guerra o desastre natural sino por la deuda y el ajuste estructural. El bienestar humano fue sacrificado a los dictados del sistema financiero. Las crecientes tasas de homicidio, suicidio e incidencia de VIH en la Grecia de hoy pintan un panorama similar.

Y sin embargo hay alternativas. Después de la segunda guerra mundial, Alemania se benefició de una cancelación masiva de deudas y sus pagos restantes se vincularon explícitamente al crecimiento del país. No hay una respuesta libre de dolor a una crisis de la deuda, pero cuando los gobiernos hicieron frente a la prepotencia de sus acreedores declarando moratoria, iniciando una auditoría de sus deudas o insistiendo en definir sus propios términos para el pago, como Argentina, Ecuador o Islandia, les ha ido notoriamente mejor.

No se trata sólo de retomar el crecimiento económico, sino también de recuperar la soberanía. El ministro alemán de Finanzas llegó a proponer el envío de un comisario europeo para supervisar los gastos de cada ministerio griego. Convertido ya en un protectorado de hecho, Grecia ve amenazada su democracia como conclusión lógica de una política que ve a la gente como un simple obstáculo a la recaudación de sus bancos.

Nick Dearden es Director de Jubilee Debt Campaign.

Título original: “Grecia, una golosina para los bancos”
http://agendaglobal.redtercermundo.org.uy/2012/02/24/grecia-una-golosina-para-los-bancos/