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Especial para La Página |
No hay comedia sin
guión. Es raro el improvisador genial; el mediocre no pasa del apuntador
y el teleprompter. En el sainete que la oposición monta en las cortes
internacionales para condenar a Venezuela los guiones están escritos, con todo
y trampas. Así, el 25 de septiembre de 2009, violando el artículo 46. a. de la Convención Americana (que le prohíbe
conocer de casos que no hayan sido resueltos por los tribunales internos) la
Comisión Interamericana de los Derechos Humanos acoge una denuncia de Allan Brewer
Carías. Para excusar esta grosera infracción de su propio estatuto, la Comisión recomienda a Venezuela “1.Adoptar
medidas para asegurar la independencia del poder judicial, reformando a fin de
fortalecer los procedimientos de nombramiento y remoción de jueces y fiscales,
afirmando su estabilidad en el cargo y eliminando la situación de
provisionalidad en que se encuentra la gran mayoría de jueces y fiscales, con
el objeto de garantizar la protección judicial establecida en la Convención”. O
sea, el poder judicial venezolano no sería independiente, y la Comisión y la
Corte Interamericana deberían suplantarlo.
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¿Será entonces una casual casualidad que en denuncia ante la
Corte Penal Internacional de la Haya el 21 de noviembre de 2011, Diego Arria repita:
“En especial, el Poder Judicial está de rodillas ante el Jefe del Estado y del
Gobierno tal y como lo certifican reconocidas organizaciones dedicadas a la
defensa de los derechos humanos” Siguiendo el guión mal aprendido,
afirma en esa fecha a Roberto Giusti que “Incluso la Sala Penal de la Corte del
TSJ ha elaborado legislación (sic)
según la cual hasta el tráfico de drogas se considera delito de lesa
humanidad”. Diego Arria, abogado y “gente pensante”, debe saber que un Tribunal Supremo de Justicia no
elabora “legislación”, sino sentencias. Algún bachiller repitiente de la
Facultad de Derecho redacta los alegatos de la oposición; precandidatos y
cortes internacionales los repiten sin reflexionar.
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Por eso tampoco suena a
mera coincidencia que Eladio Aponte Aponte, juez fugado
de Venezuela para evitar ser enjuiciado, repita en abril para la
televisora estadounidense SOITV: “El
poder judicial da la autonomía que no hay, o sea como un poder independiente.
Eso es una falacia”. E interrogado sobre la independencia de los poderes en
Venezuela, memoriza: “Yo creo que no hay
tanta independencia”. Sus declaraciones vienen como anillo al dedo
para organismos internacionales que
sostienen que nuestros tribunales no son
autónomos y ellos deben redactarles las sentencias.
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Una declaración vale tanto como el testigo que la formula, y
Aponte Aponte vale menos que nada. Juez, huye del país “para despejarme”, o
sea, para no ser juzgado. Reconoce que expidió al narcotraficante Walid Makled
un carnet de fiscal militar. Admite que como presidente de la Sala Penal del
TSJ manipulaba decisiones “…si había
dinero por ese lado. Lo que pasa es que a mí me pedían los favores y yo los
ejecutaba”. Preguntado si apoyó la remoción de jueces que no consentían en ello, contesta: “Sí lo apoyé”.
Interrogado si favoreció al narcotráfico, confiesa “Solamente en un caso que me acuerdo ahorita”. Afirma que el
director de la Oficina Nacional Antidroga apoya el tráfico, pero la
evidencia “Ahorita no la tengo”. Y amenaza que escribirá “mis memorias”.
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Son confesiones que acarrearían larga condena en un juzgado venezolano. En un
tribunal estadounidense o internacional, donde los testimonios se compran como
acciones bursátiles, serán premiadas con inmunidad, impunidad y no extradición
¿Qué hacemos sometidos a Cortes a las cuales no se somete Estados Unidos, y que
sólo legitiman acciones imperiales? ¿Y qué hacemos confiriendo poder
sistemáticamente a apátridas, delincuentes y tránsfugas, sin ideología, obra ni
trayectoria? La culpa no la tiene el juez, sino quien le da el garrote.
Luis Britto García |
Luis Britto
García. Caracas, 1940. Narrador, ensayista, dramaturgo, dibujante, explorador
submarino, autor de más de 60 títulos. En narrativa destacan Rajatabla (Premio
Casa de las Américas 1970) Abrapalabra, (Premio Casa de las Américas 1969) Los
fugitivos, Vela de armas, La orgía imaginaria, Pirata, Andanada y Arca. En
teatro, La misa del Esclavo (Premio Latinoamericano de Dramaturgia Andrés Bello
1980) El Tirano Aguirre (Premio Municipal de Teatro1975) Venezuela Tuya (Premio
de Teatro Juana Sujo en 1971) y La Opera Salsa, con música de Cheo Reyes. Con
Me río del mundo obtuvo el Premio de Literatura Humorística Pedro León Zapata.
Como ensayista publica La máscara del poder en 1989 y El Imperio contracultural:
del Rock a la postmodernidad, en 1990, Elogio del panfleto y de los géneros
malditos en el 2000; Investigación de unos medios por encima de toda sospecha
(Premio Ezequiel Martínez Estrada 2005), Demonios del Mar: Corsarios y piratas
en Venezuela 1528-1727, ganadora del Premio Municipal mención Ensayo 1999. En
2002 recibe el Premio Nacional de Literatura, y en 2010 el Premio Alba Cultural
en la mención Letras.