Dejar volar el tiempo ✆ Aranyshev Andrey |
“Y se lo machacarás a tus hijos, y hablarás de ello…”: Deuteronomio, 6.7
Especial para La Página |
Estoy sentado frente al teclado en un recodo de la vida.
Esta vida que empezó su cauce en las estribaciones del Aconquija fluyó por
valles y llanura de manera natural hasta que fue interrumpida en la represa de
los tiempos.
Las cosas que aquí cuento ocurrieron tal vez sin una razón,
pero acá estoy; tratando de poner otra vez en cauce hechos, nombres y vivencias
que tuvieron los más disímiles escenarios: desde la solitaria celda del penal
hacia las viejas calles de mi ciudad; sobrevolando soleadas playas caribeñas o
hundiendo los pies en el polvo suelto del midbar.
¿Por qué este impulso de encender de nuevo las luces sobre
el escenario de la obra ya presentada? Algunos de los actores ya ni siquiera
están. Fueron arrancados sin aplausos de un libreto que parecía escrito para
ellos y solamente para ellos.
Y sin embargo yo sigo manipulando el teclado como si fuera
un tablero de dimmers:
Un spot light acá, para Marcelo.
Un inconcluso fade-out sobre la despedida de puños en alto
detrás de la reja al compás del Himno Mundial.
Una secuencia de dolidas top-lights para aquellos que ya se
fueron: Mossi, Cachi, los changos del sexto piso, el Duende, Tirso, Hugo…
Eléctricos y enceguecedores off-stage flashes en los
momentos en que el torturador descarga sus golpes.
Un cálido baño de flood light para David, aba le Natán…
Es como si yo tratara, en este proceso de entrega, de dar
vuelta todas las piedras en el camino vivido. Algunas de ellas parecen
demasiado pesadas; sin embargo uno se siente aún más compelido a revertirlas.
A Sonia la chilena le pasó lo mismo después de más de dos
décadas en que no pudo ni siquiera hablar de su hermano arrojado al Estadio.
Si lo pienso con cuidado le encuentro el sentido a todo
esto: es nada más que el antiguo e irreverente impulso humano de búsqueda de la
Eternidad. Es como aquellos que buscaban saciar en la Fuente de la Eterna
Juventud esa misma sed de superar la muerte inevitable: yo busco en mi pasado
las huellas de un futuro sin límites.
Aunque muchas veces en los pasados años hablé y me repetí a
mí mismo sobre la ironía de haber salvado mi vida en el mismo momento en que la
vida me fue interrumpida, nunca realmente lo elaboré demasiado hasta que
comencé a remover los escombros de la memoria. Fragmentos que sobrevivieron los
años como los fragmentos de vigas y dinteles de un antiguo y misterioso templo.
Por eso puedo ahora contárselo a mi primo Eduardo y
asegurarle que no me arrepiento en lo más mínimo por lo vivido y obrado.
El siniestro policía que me puso las esposas en esa
espantosa madrugada del mes de noviembre de 1974 ni siquiera imaginaba que
estaba contribuyendo a ello.
I’m alive, estoy vivo, aní jai.
Se lo puedo repetir a mis hijos y puedo hablar de ello.