Salvador Allende ✆ Raúl Valdés |
A casi 40 años del golpe, Allende continúa resultando
inagotable en aprendizajes en ese fogón invisible que son las memorias y
lecciones de los pueblos.
Hoy es necesario recuperar a Allende, ya no solo desde La
Moneda sitiada en esa prueba de dignidad y visión política. Sino, ahora hacerlo
desde esa sempiterna búsqueda de ser capaz de “leer” ese Chile profundo,
definiendo las tareas posibles, las alianzas necesarias y las estrategias más
pertinentes. Porque sin pretender una inexistente infalibilidad allendista, hoy
podemos rescatar ese método de sintonía entre el dirigente político y su
pueblo.
Releemos las primeras 40 medidas del Gobierno Popular. La 3,
honestidad administrativa; la 9, previsión para todos; la 13, el niño nace para
ser feliz; la 28, becas para
estudiantes; la 34, fin a la especulación; la 37 disolución del Grupo Móvil
(antecedente de las Fuerzas Especiales de Carabineros). Ciertamente no podrían
ser las mismas medidas, pero con igual certeza, al construir un programa en
este tiempo, volveríamos nuevamente a muchos de los viejos temas 42 años
después.
Porque no puede ser que hoy la política chilena, esté regida
por la encuesta del Centro de Estudios Públicos CEP, que cuan un “gran oráculo”
determina el porvenir. Como si este país se pudiese sintetizar en esa mediática
conferencia de prensa, como si esos resultados no estuviesen también
determinados por la selección de las preguntas y la autorreferencia de la
misma. Estudio de opinión que, difícilmente introducirá en sus cuestionarios
las pulsiones ciudadanas acrecentadas desde el 2011 o preguntará sobre los
nuevos liderazgos que allí van surgiendo.
De momentos, resulta sorprendente esta inconmovible carrera
de nombres de presidenciables,
desprovistos de elementos diferenciadores sustantivos tras sus igualitarias
sonrisas. En todo ello, hay una abismante ausencia de programas y propuestas y
eso nos subestima como ciudadanía. Resulta muy difícil de entender que hoy, en
medio de una creciente politización y surgimiento de variadas demandas, lo
único que importe sea la oscilación de guarismos asociado a una docena de
nombres propios.
Qué lejos se percibe el representar programas construidos en
ese fogón que conoció y practicó Salvador Allende el 58’, el 64’ y que culmino
el 70’, reflejado por ejemplo en esas 40 medidas como programa y didáctica.
Tenemos que volver a “leer” este país hoy crispado.
Desde la reacción del padre quemando el vehículo del
abusador de su hija, hasta el cliente del supermercado gritando arriba de la
caja por su auto recién robado. Desde las marchas multitudinarias, a los cortes
espontáneos de calles debido al ineficiente servicio del Transantiago.
Más de alguno buscará obviar el cambio en la situación
política. Desconocer la existencia de una caldera de tensión social que ni las
coberturas mentirosas de los medios televisivos, o la violencia policial
acrecentada, que han logrado hasta ahora ocultar y frenar. Tras ese desconocimiento,
está el cómodo refugio en el facilismo de preferir escenarios predecibles, los
mismos que hasta hace unos años posibilitaban incluso anticipar resultados
electorales.
Es necesario tomarle el pulso a este Chile: inconforme desde
sus regiones enfrentadas al centralismo. Este Chile con la Nación mapuche
encendida porque el progreso y las ganancias los excluyen y sin entender, que
el fondo del tema es político. Este Chile de cifras macroeconómicas que no
reflejan el endeudamiento y cansancio de las y los jefes de hogar para
responder a tanta presión, cuando buscan mejorar sus condiciones de vida. Este
Chile que enfrenta a sus adolescentes con dispositivos de fuerzas represivas
dotadas de todas las tecnologías, con todo el respaldo político para reprimir e
inhibir las manifestaciones y demás derechos propios de una democracia normal.
Porque a fin de cuentas, todo se resume a la felicidad de
las personas y este modelito triturador de vidas y de sueños.
En Chile se acumula presión social y las justas electorales
próximas seguramente resultarán insuficientes para canalizar esas energías. Una
incógnita abierta es cuántos serán los votantes efectivos en las próximas
elecciones municipales. Tendemos a pensar que una franja de los electores
antiguos y nuevos buscará en la papeleta nombres que interpreten comunalmente
el espíritu y las demandas del ciclo de movilización social iniciado el 2011.
Proyectar que las próximas elecciones puedan ser fenómenos totalmente estancos
de las dinámicas de movilización social, solo puede originarse en el pavor e
inseguridad de imaginar los nuevos escenarios posibles.
En este contexto, las expectativas del retorno de Michelle
Bachelet obvian la densidad y extensión de las presiones y demandas acumuladas.
Tal omisión supone que la ex presidenta por sí sola, podrá resolver mágicamente
la alineación de las fuerzas políticas y sociales de su candidatura y que su
sola decisión de ser candidata transformará de “sapo en princesa” a una
generación de políticos con cada vez más escasa credibilidad. Con esa
pretensión, a Bachelet no le quedará cuello con tanto escudero que se cuelga
como párvulo con la tía del jardín.
La irreflexiva expectativa respecto de la ex presidenta,
desnuda en toda su orfandad la crisis y desafíos actuales, porque ignora que
sea quién sea él o la abanderada presidencial, tendrá que responder
programáticamente a que el balance de la transición es deficitario, porque a 22
años permanece en lo esencial la reproducción del modelo económico, la trampa
del binominal y el funcionamiento de un entramado que originado en la
Constitución de 1980, construye
inmovilismo y perdurabilidad del actual estado de cosas, como el único posible.
Algo así, como el mentado fin de la historia en versión chilena…
Qué duda cabe, que la derecha y muy particularmente la UDI
han sido y son grandes beneficiarios del escenario actual. Que han conseguido
dejar atrás la derrota electoral de la dictadura por la vía de crear santuarios
institucionales donde no solo se han replegado, sino además han conseguido
transcurridos 20 años recuperar el gobierno. La audacia de hoy es aún mayor, al
pretender un nuevo mandato para profundizar la refundación de Chile, esta vez
sin bayonetas ni torturas y solo con las reglas de esta democracia aherrojada.
Hoy la política opositora no da el ancho y para ello basta
ver el payaseo de los alineamientos en ambas cámaras, ante temas cruciales para
inmensas mayorías ciudadanas. Sino, que lo digan los estudiantes movilizados
cuánto es posible confiar en el parlamento.
Mientras este gobierno juega sus descuentos y de capitán a
paje, es una murga de chaquetitas rojas con trampas bajo el brazo. Un día es
Mañalich con las listas de espera en el AUGE y otro Lavín con la CASEN
acomodada. Los ministros-candidatos gastan inmensas sumas en viajar a conocer
puentes colgantes en China como lo ha hecho el predecible Golborne; o utilizan
tragedias para robar cámaras como Allamand o se cuelgan del SERNAC y Peribonio
como Longueira. Todo un circo para acompañar a un presidente que se desacredita
diariamente con nuevas ignorancias y desatinos.
El futuro es incierto porque el proceso desde la calle,
tiene tiempos de maduración que pueden no correr en paralelo con las justas
electorales de este año y el próximo. Incluso, todavía los fenómenos pueden ser
en paralelo y la movilización social no verse representada a plenitud en los
resultados electorales.
La creciente demanda de Asamblea Constituyente, parece ser
la única bandera que podría volver a situar la democracia chilena, en un nuevo
punto de partida, superando efectivamente las cadenas de la dictadura. Solo
pueden oponerse quienes estén cómodos porque el actual estado de cosas responde
a sus intereses más primarios y por ello siguen esperando nuevos créditos para
instituciones, liderazgos y mecanismos deslegitimados que, además los incluyen.
Esa sincronía que existió entre el liderazgo y el programa
de Allende es lo que requerimos para ser capaz de convocar una amplitud de
fuerzas sociales y políticas significativas. Mientras, hay que bregar por
recuperar la inteligencia y ética al lado de tanta mediocridad y acomodo.
Seguramente, es por todo lo anterior, que el único personaje
político que se ha podido pasear en las marchas de los estudiantes recibiendo
el calor de estos, es la representación de Salvador Allende, un político sin
celular ni twitter.
Este septiembre volveremos a recordar a Allende
despidiéndose desde un balcón de La Moneda. Pero, en este septiembre, bien vale
también rescatar al Allende capaz de sumar voluntades, interpretar mayorías y
encabezar un programa que a casi 40 años resuena como proyecto de un país
distinto. De un Chile que no debiese permitir la expropiación de sus riquezas
agotables en la gran minería, teniendo aún tantas necesidades pendientes. De un
Chile que después del medio litro de leche, debiese continuar protegiendo a sus
niños y jóvenes fortaleciendo una educación pública y de calidad. Entonces, y
solo entonces, serán consistentes los liderazgos, las alianzas y todo lo demás.
Porque Chile se mueve y se mueve para todos.
Ignacio Vidaurrázaga |
A
Gastón Fernando Vidaurrázaga Manríquez
Ignacio Vidaurrázaga Manríquez (1955) es periodista U. Arcis, Mágister Literatura (c) U. de Chile. Publicó en prisión en 1987 el poemario "Se vive para darse" en Concepción y es parte de antologías de poesía en prisión política. Se ha desempeñado como académico. Es colaborador permanente de diversos sitios electrónicos en temas de política, comunicación y derechos humanos en Chile y el exterior.
Ignacio Vidaurrázaga Manríquez (1955) es periodista U. Arcis, Mágister Literatura (c) U. de Chile. Publicó en prisión en 1987 el poemario "Se vive para darse" en Concepción y es parte de antologías de poesía en prisión política. Se ha desempeñado como académico. Es colaborador permanente de diversos sitios electrónicos en temas de política, comunicación y derechos humanos en Chile y el exterior.