Especial para La Página |
El reciente triunfo de Hugo Chávez en
Venezuela ha suscitado una retahíla de comentarios alrededor del mundo, sea
para manifestar molestia o alegría ante el amplio resultado obtenido. Lo
primero que llama la atención es la transparencia del proceso electoral
venezolano, pues aunque muchos se resisten a reconocerlo, lo cierto es que ha
sido la amplia mayoría de un pueblo la que ha respaldado la llamada “revolución
bolivariana” y como han señalado muchos analistas, hay razones claras y
objetivas para ello.
Un segundo aspecto que es bueno recalcar, aunque
muchos se niegan a aceptarlo, es que el proceso venezolano se ha desenvuelto
por más de una década en un contexto democrático. En este sentido, la singular
transformación bolivariana está mostrando que en América Latina lo más
profundamente revolucionario, en el presente siglo, es realizar los más
genuinos valores democráticos proclamados por nuestros próceres. El ideario
democrático ha sido históricamente la mejor herramienta para resistir y
transformar las estructuras oligárquicas que caracterizan nuestro continente.
Los grandes logros democráticos y populares
se han dado entre nosotros cuando el concepto mismo de “democracia” se ha
entendido como “transformación social”, así fue
con don Pedro Aguirre Cerda a la cabeza del Frente Popular en 1938, así
fue en 1970 con Salvador Allende y la experiencia de la Unidad Popular. Por el
contrario, las oligarquías se han sostenido en el poder manipulando un “déficit
democrático”, sea aboliendo, condicionando o limitando la expresión popular,
como ocurre hoy en Chile mediante la imposición de una constitución de facto.
El triunfo en las urnas de Hugo Chávez no
puede ser leído tan solo como el triunfo de una figura carismática, se trata,
en rigor, de la voluntad soberana de millones de venezolanos que se han
pronunciado por un país más equitativo, soberano y justo. América Latina ha
sido, y sigue siendo, el escenario de una pugna histórica y política que
enfrenta una tradición oligárquica que hoy se viste de ropajes neoliberales
para desplegar una modernización capitalista que perpetúe su hegemonía y una
forma inédita de sociedad en que los pobres tengan derecho a la educación, a la
salud, a la previsión, a su propia dignidad como seres humanos en una nación
libre, democrática y soberana.
Nuestra América está dando muestras de
madurez histórica y política, instituyendo procesos democráticos en diversos
países, es el caso de la “revolución ciudadana” en Ecuador encabezada por el
presidente Rafael Correa y los esfuerzos
de la presidenta Cristina Fernández por salvaguardar la soberanía argentina,
solo por mencionar algunos. Cada nación da cuenta de sus peculiaridades, de su
propia historia, sin embargo la frustración de generaciones es la misma, el
anhelo es el mismo. La lección es clara, a nosotros latinoamericanos nos asiste
el derecho y el deber de construir nuestra democracia para dejar de ser la región
más desigual del planeta y ocupar el lugar de dignidad que nos corresponde en
el mundo actual.