Hugo Chávez ✆ Allan Macdonald |
En La Divina Comedia Dante Alighieri describe con
artesanal minuciosidad los diferentes círculos del Infierno. Son nueve, pero
nos interesa el octavo porque es el que está destinado a castigar a los
mentirosos, entre los cuales sobresalen los malos consejeros, los charlatanes y
los falsarios, gentes que mienten a sabiendas y sin escrúpulo alguno. Si el
gran florentino tiene razón en su descripción las recientes elecciones
venezolanas sumaron una enorme cantidad de candidatos a penar para siempre en
ese círculo infernal. Pocas veces nos tocó soportar tanta cantidad de mentiras
como las que leímos y escuchamos en estos días. La “dictadura chavista”,
“ataques a la libertad de expresión” en la República Bolivariana, el “fraude
electoral” fueron algunas de las más recurrentes en el fárrago de acusaciones
descargadas sobre Chávez con tal de impedir su inexorable victoria.
¿Por qué tanto odio, tanta sed de venganza que hizo que
políticos y comunicadores sociales que supuestamente deberían caracterizarse
por su equilibrio y sensatez se convirtieran en voceros de las peores calumnias
en contra de este personaje? La razón es bien sencilla: mienten porque los
intereses de clase que representan, asociados a –y articulados políticamente
con- los intereses imperiales exigen borrar al chavismo de la faz de la tierra,
y para ello cualquier recurso es válido.
Venezuela, que encierra en sus entrañas las mayores reservas petroleras de la Tierra, es una presa que suscita los apetitos incontenibles del imperio, impaciente por reapropiarse de lo que una vez fue suyo y dejó de serlo por obra y gracia de Chávez. Como se trata de un propósito inconfesable, por ser un simple acto de latrocinio, se requiere apelar a retorcidos argumentos para que el delito aparezca como un acto virtuoso.
Venezuela, que encierra en sus entrañas las mayores reservas petroleras de la Tierra, es una presa que suscita los apetitos incontenibles del imperio, impaciente por reapropiarse de lo que una vez fue suyo y dejó de serlo por obra y gracia de Chávez. Como se trata de un propósito inconfesable, por ser un simple acto de latrocinio, se requiere apelar a retorcidos argumentos para que el delito aparezca como un acto virtuoso.
Por eso los mentirosos tienen que decir que el chavismo
instauró una "dictadura" en un país que desde 1999 hasta ayer convocó
a su población a las urnas en quince oportunidades para elegir autoridades,
diputados constituyentes, miembros de la Asamblea Nacional o para refrendar con
el voto popular la nueva constitución o para decidir si se le revocaba o no el
mandato al presidente. De las 15 contiendas electorales Chávez ganó 14 y perdió
una, el referendo constitucional del 2007, por menos del 1 por ciento de los
votos, y de inmediato reconoció la derrota. Curiosa "dictadura" que
obra de esa manera, como lo recordara Eduardo Galeano hace ya unos años. No
sólo eso: resulta que esta "dictadura" extendió los derechos
políticos (amén de los sociales y económicos) como jamás antes lo habían hecho
los regímenes supuestamente democráticos que gobernaron Venezuela desde el Pacto
de Punto Fijo de 1958 instaurando una insípida alternancia sin alternativas
entre democristianos y socialdemócratas que murió de muerte natural en 1998.
Cuando Chávez llega al poder, en Febrero de 1999, uno de cada cinco venezolanos
mayores de 18 años no existían políticamente: no podían votar porque no se los
inscribía en los padrones y ni siquiera poseían documentos de identidad. Hoy la
"dictadura" chavista redujo esa cifra al 3.5 por ciento. Además, en
la Cuarta República (1958-1998) el abstencionismo de quienes sí podían votar
fluctuaba en torno al 30 o el 35 por ciento llegando, según lo afirmara Daniel
Zovatto, director del Observatorio Electoral Latinoamericano, a picos del 80
por ciento en la década del sesenta. En la elección del pasado 7 de Octubre se
registró la más alta tasa de participación, con una abstención de apenas el 19
por ciento. Por si lo anterior fuera poco, mientras en la “ejemplar” democracia
norteamericana se vota en un día hábil (el primer martes de noviembre, año por
medio) y la tasa de abstención ronda el 50 por ciento, en la
"dictadura" chavista se lo hace en días domingos y con transporte
gratis para que todos puedan acudir a los centros de votación. Fue por eso que
el ex presidente Jimmy Carter aseguró que el sistema electoral de la Venezuela
bolivariana es mejor que el de Estados Unidos y uno de los mejores del mundo.
Sin embargo, los condenados al octavo círculo del infierno insisten en que lo
que hay es una "dictadura" y que lo que faltan son libertades.
Su servil empecinamiento se refleja también en sus
constantes críticas a los supuestos límites a la libertad de expresión en
Venezuela: era ridículo, y hasta daba un poco de lástima, ver a esos severos
custodios de la libertad de expresión denunciando públicamente las supuestas
limitaciones a tan fundamental derecho sin que nadie en Venezuela interfiriera
en su labor. ¡Decían públicamente y a los gritos que no había libertad! ante la
mirada entre socarrona y perpleja de venezolanos que no entendían lo que
proclamaban estos energúmenos en plena calle y a la luz del día. Basta con
ojear los periódicos venezolanos para comprobar el tenor de las feroces
críticas y perversas difamaciones que disparan a diario en contra de Chávez y
su gobierno. Por supuesto, estos santos varones (y beatas mujeres) que fueron a
la patria de Bolívar a custodiar la amenazada libertad de expresión jamás se
inquietaron o manifestaron la menor preocupación por los 25 periodistas
asesinados por el régimen títere que el imperialismo norteamericano instaló en
Honduras luego del golpe de 2009. Tampoco se toman la molestia de informar que
de los 111 canales de televisión existentes en Venezuela sólo 13 son públicos,
y que tienen una audiencia de apenas el 5.4 por ciento como lo demostraran
Jean-Luc Mélenchon e Ignacio Ramonet en una nota reciente. Y en los medios
gráficos la situación es aún peor, porque el 80 por ciento está en manos de una
oposición radicalmente enfrentada al gobierno. Diarios que, como los dominantes
en la Argentina, violaron la veda electoral venezolana propalando
subrepticiamente versiones vía twitter en los que aseguraban el triunfo
irreversible de Henrique Capriles. Patricia Bullrich, una
diputada argentina “tuiteaba”, con base en esas fuentes, “ 52.8 Capriles, 47.2
Chávez” y Federico Pinedo, otro diputado argentino, escribía alborozado “Gana
@Capriles!”. Ninguno de los dos pidió perdón por haber engañado a miles de
personas con tamañas falsedades. Es más, en declaraciones posteriores se
enorgullecen en haber actuado como lo hicieron librando, como estaban, un duro
combate en contra de la “tiranía chavista.” Contrasta con estas infames
actitudes la seriedad, neutralidad y el profesionalismo del Consejo Nacional
Electoral de Venezuela, un organismo público con representación multipartidaria,
que tal como lo había anticipado sólo comunicaría los resultados de las
elecciones cuando las tendencias del voto fueran irreversibles. Así lo hizo
unas pocas horas después de terminado el comicio cuando un 90 por ciento de las
actas confirmaba una ventaja inalcanzable a favor del presidente Hugo Chávez
(con 54 por ciento de los votos), misma que se amplió hasta llegar al 55 por
ciento al finalizar el escrutinio. Con una diferencia de más de 1.600.000 votos
la discusión sobre el fraude tuvo que ser discretamente archivada. Mejor no
pensar en lo que hubiera sido el escenario si Chávez triunfaba con por un 2 o 3
por ciento de los votos.
Desilusionados y derrotados, los voceros del imperio sacaron
de la manga el nuevo tema con el cual acosar a la Venezuela bolivariana: la
salud de Chávez. Las usinas del imperio se encargaron de reconfigurar la
agenda, y seguramente insistirán con este asunto mientras buscan nuevas formas
de desestabilizar a su gobierno. Ya antes habían aludido a esto, pronosticando
como decía la presentadora de CNN, Patricia Janiot, que a Chávez le quedaban
entre 9 y 12 meses de vida. Esa fue una de las hazañas del venezolano: derrotar
al cáncer. La otra: sostener una enorme inversión social que cambió para
siempre las condiciones de existencia -tanto objetivas como subjetivas- de las
clases populares, más allá de la necesidad, reconocida por Chávez, de mejorar
la gestión de la cosa pública. Derrotados en las elecciones ahora vuelven a la
carga porque el líder bolivariano ha demostrado ser un formidable aglutinador
de la tradicionalmente dispersa dirigencia latinoamericana, lo que le ha
permitido neutralizar con eficacia la regla de oro de cualquier imperio: “divide et impera”, como enseñaban los
romanos. Y ese sí que es un pecado imperdonable, que merece mucho más que
descender al octavo círculo del Infierno para hacerle compañía a tantos
pseudo-periodistas (en realidad, publicistas de grandes empresas que utilizan
los medios de comunicación para facilitar sus negocios) y supuestos republicanos
cuya preocupación excluyente es garantizar la continuidad de la dictadura
-aunque se vista con ropajes democráticos- del capital. El pecado de Chávez,
murmuran por lo bajo (y a veces lo vociferan, como lo hace el impresentable
Mitt Romney) es intolerable e imperdonable, y habrá que acabar con él cuanto
antes. Ignorante de las leyes que rigen la dialéctica histórica la derecha cree
que la larga marcha de Latinoamérica y el Caribe hacia su segunda y definitiva
independencia es la obra maléfica de algunos espíritus malignos, como Fidel, el
Che y Chávez. Parafraseando aquel célebre título del discurso de Fidel en el
juicio del Moncada, a la derecha imperial y sus voceros locales “la historia
los condenará.”