Especial para La Página |
La
derecha política chilena ha sufrido un serio revés en las últimas elecciones
municipales. La pérdida de comunas y figuras emblemáticas atestigua el
retroceso. Sin embargo, sospechamos que el fracaso es mucho mayor. Si nos
atenemos a la burbuja de aquella fracción del electorado que emitió su
sufragio, los resultados ya son desastrosos, pero si pensamos en el “electorado
oscuro”, aquella masa ausente e invisible, pero que ejerce su fuerza de
gravedad, el fracaso es inconmensurable.
Álvaro Cuadra |
Hay
un doble fracaso de nuestra derecha, por una parte, al interior de la burbuja,
no ha sido capaz de convocar a un electorado que le dio el triunfo al actual
mandatario, Sebastián Piñera hace apenas algunos años. Pero, hay además un
“fracaso histórico” profundo cuyo mejor emblema es la caída del alcalde de
Providencia en la Región Metropolitana, Cristián Labbé, ex “Boina Negra” y
agente de la DINA. A esto se agrega, desde luego, la inmensa masa de
abstenciones.
Con
la salida de Labbé, uno de los últimos bastiones del pinochetismo es barrido
del espacio público. El abstencionismo, por su parte, resulta ser un bofetón a
toda la institucionalidad construida sobre la “constitución de facto” heredada
de la dictadura militar de Pinochet. El proyecto
pseudo democrático de la derecha chilena que ha sido administrado durante
décadas por la Concertación ha perdido su pretendida legitimidad en las urnas. Una
amplia mayoría de chilenos se ha negado a participar en el rito electoral,
descalificando la institucionalidad construida por la extrema derecha bajo la
forma de una democracia pos autoritaria.
Este
rotundo fracaso se da, precisamente, cuando la derecha está en el gobierno,
poniendo paños fríos a la atmósfera triunfalista que
hacía soñar a algunos con una reelección de ese sector político. El “electorado
oscuro”, mezcla de indiferencia, apatía y resistencia, no presagia nada bueno
para una derecha que ha sabido sobrevivir al amparo de un orden judicativo
constitucional que, con la clara complicidad concertacionista, le ha servido de
paraguas para prolongar su poder político y económico.
Nuestra
sociedad, impulsada por las nuevas generaciones, ha llegado a un punto en que
exige que los logros económicos se distribuyan de manera más equitativa y las
grandes decisiones políticas sean más participativas, incluyendo las voces de
los movimientos sociales. Ya no les satisface un orden político administrado
por partidos ajenos a la ciudadanía y una economía que concentra la riqueza en
muy pocas manos. Es evidente que para alcanzar un país tal es fundamental
modificar la actual constitución y restituir al Estado muchas de sus
atribuciones reguladoras y fiscalizadoras. En pocas palabras, otro país es
posible solo a condición de abandonar el neoliberalismo.