Especial para La Página |
Decía Althusser que es muy difícil ser un filósofo marxista,
pues implica reeducación, dolorosa reeducación. Pero cuando decimos educación
no estamos diciendo forzosamente "renovación de la cultura". No nos
hacemos marxistas leyendo a Marx, pero sí comprendiendo su lógica, su sentido.
La clase proletaria tiene otra lógica, otro sentido. Lo que para nosotros no
tiene sentido para la clase obrera sí lo tiene.
Nuestro instinto de clase, como filósofos marxistas (ser
filósofo es ser burgués, es tener tiempo, o mejor aún, dinero para dedicarse al
pensamiento y no a la acción), no está del todo desarrollado, y es fácil
desviarnos del rumbo. Pero, ¿cuál es el rumbo? El comunismo científico o libre
de ideologías humanitarias. El comunismo busca muchas cosas, y entre ellas está
la fusión de la teoría con la práctica. Usaré, someramente, algunos textos de
Lenin y de Deleuze para explicar cómo reeducarnos y ser marxistas.
Pocos poetas han sido tan burgueses como Goethe, y sin
embargo Lenin lo cita, lo cita diciendo que la teoría es gris, pero que el
árbol de la vida es verde. ¿Qué nos quería decir Lenin citándonos a Goethe? Que
todos vemos colores, que todos nos estamos interesando por lo sintético o
sensorial y no por lo que hay en el fondo de las cosas, por la dialéctica en
movimiento. Vayamos al fondo de nuestro problema, que está en el
"mecanismo" con el cual las ciencias y concepciones del mundo se han
ido estibando. Este mecanismo es el lenguaje. Hemos ido acumulando
proposiciones sintéticas y analíticas en la misma bodega, y ahora creemos que
porque están todas juntas todas obedecen a una sintaxis divina.
¿Por qué un matemático no permite que un físico avezado en
matemáticas compruebe sus teorías y ejercicios? Porque el físico, avezado en
matemáticas, no ha desarrollado su "instinto" matemático. No importa
que nuestro físico sepa más de matemáticas que el matemático, pues el
matemático ha pasado más tiempo practicando matemáticas y se ha
"apropiado" de la práctica teórica matemática (hay experiencias
imposibles de articular con el lenguaje, decía Wittgenstein). No importa que un
geógrafo sea experto en trazos y en mapas, pues jamás verá los diferentes tonos
grisáceos que logra ver el ojo del esquimal, que no sabe geografía, pero que sí
tiene un "instinto" desarrollado para reconocer hielos sólidos y
hielos frágiles sin observar demasiado, sin perderse en lo observado.
El sentido proletario, es decir, el sentir instintivamente
las problemáticas proletarias nos es ajeno y nos aleja de la filosofía de Marx
una y otra vez. Esta debilidad ha provocado que confiemos ciegamente en los
profesionales marxistas, en los expertos izquierdistas, en los
"iluminados" u hombres instintivos. Remontémonos a la historia para
entender los orígenes de nuestras costumbres intelectuales. Los romanos
antiguos creían en el genius o ‘fuerza divina interior’, fuerza que era
heredara del paterfamilias. Podemos apreciar una bifurcación añeja. En Roma,
como en Grecia, había hombres destinados a la "iluminación" y hombres
destinados a la "práctica". Toda esta filosofía se desarrolló y
cristalizó después en la Edad Media y con los trabajos de San Agustín y Santo
Tomás.
Citaré a Copleston hablando de San Agustín (‘Historia de la
Filosofía’): "Ya he indicado que acepto la interpretación del pensamiento
agustiniano según la cual la función de la iluminación divina es hacer visible
a la mente el elemento de necesidad en las verdades eternas, y que rechazo
cualquier forma de interpretación ontologista". Vamos a extraer del texto
citado las razones por las cuales es tan difícil ser marxista y aceptar una
dialéctica que trabaja con reglas diferentes "para" tratar la teoría
y "para" tratar la práctica. Vemos que San Agustín creía en un
momento de "iluminación", en un momento de descubrimiento.
¿Quién nos garantiza que la "iluminación" del
santo es verídica? Nadie, pues no hay autoridad material superior a él. Hoy en
día los únicos que pueden garantizarnos una interpretación válida del
"sentido" de la iluminación científica son los profesionales o nuevos
santos de la técnica. Pero sigamos. ¿Qué significa eso de "hacer visible a
la mente el elemento de necesidad en las verdades eternas"? ¿No es
contradictorio poner en una misma proposición la palabra "necesidad",
que es terrenal, y la palabra "eternas", que es celestial? Sí. Ambas
operan con leyes distintas, y sin embargo viven en un mismo espacio.
En la proposición de Copleston, al que no podemos culpar de
distracción, pues sólo explica el pensamiento ajeno, vislumbramos cómo el
idealismo y el pragmatismo hacen trampa. Lo celestial y lo terrenal no pueden
jugar bajo las mismas reglas, que son las del lenguaje. Pero desanudemos el
asunto citando algo de la ‘Lógica del sentido’ del maestro Deleuze:
"Humpty Dumpty distingue con fuerza las dos clases de palabras: ‘Algunas
tienen carácter, especialmente los verbos: son los más orgullosos. Con los
adjetivos puede hacerse lo que se quiere, pero no con los verbos. Y sin
embargo, ¡yo puedo utilizarlos todos a mi gusto! ¡Impenetrabilidad! Esto es lo
que digo’. Y cuando Humpty Dumpty explica la insólita palabra ‘impenetrabilidad’,
da una razón demasiado modesta (‘quiero decir que ya hemos hablado bastante de
este tema’)".
Lo celestial es un verbo (allá se dirigen los asuntos
humanos), mientras que lo terrenal es un sustantivo (acá se comprueban las
directrices de allá). Copleston dice que rechaza interpretaciones ontológicas.
Los iluminados manejan un lenguaje "mágico", "místico" o
extraño para que las personas jamás entiendan lo que oyen. Los
"iluminados", como dice el texto, hacen con los sustantivos o con la
sustancia lo que quieren, y dejan que la gente entienda lo que desee mientras
ellos se apropian de los verbos, de las directrices para la experimentación y
para la comprobación.
¿Quién o qué ha roto con este viejo orden? La Comuna de
París, que "cubrió todos los cargos administrativos, judiciales y de
enseñanza por elección, mediante sufragio universal, concediendo a los
electores el derecho a revocar en todo momento a sus elegidos", según Engels.
La prueba más nítida para hacerle ver a
la burguesía que está haciendo mal su trabajo está en la sociedad, que no
funciona. ¿Cómo sabemos que no funciona la sociedad? Es muy fácil. ¿No son
todos los hombres propietarios de un ‘genius’? Sí. ¿Abundan los hombres seguros
y capaces de tomar con ingenio decisiones? No.
Oigamos a Lenin: "Los obreros y los campesinos son
todavía ‘tímidos’, no están aún acostumbrados a la idea de que ahora son ‘ellos’
los que constituyen la clase ‘dominante’, les falta resolución". Hay que
dejar atrás a los arúspices y augures, que pretenden que salgamos a la calle a
ciegas. ¿Saldremos a la calle con los ojos tapados sólo porque hemos memorizado
el mapa de la ciudad? En los mapas jamás podrá registrarse la dialéctica, es
decir, la lucha de clases.