“Tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por los sufrimientos de la humanidad. Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de acá para allá, por una ruta cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación” — Bertrand Russell

8/3/13

Oración fúnebre por Hugo Chávez / El comandante de los pobres

María Toledano

La muerte del presidente Hugo Chávez, Comandante de los pobres de Latinoamérica, nos encuentra de noche, hastiados tras un día más de miseria cotidiana y pútrido Occidente. Su fallecimiento nos encuentra a oscuras, lloviendo, indígena Caronte mágico, embajador de lo diverso, y de golpe certero, implacable enfermedad, acaba, al menos por unas horas, con la esperanza de los condenados de la tierra. Lágrimas de papel, tristeza y humedad tropical, corren por los barrios de Caracas, lamentos -como infinitas elegías- caen por las laderas, por los cerros, hasta inundar de sincero dolor las avenidas del centro, de Altamira. Bajaron una vez, mujeres y hombres, niños, armados de valor y palos, utensilios de cocina, para salvarte de las garras de la tiranía blanca, del golpe de estado petrolero, Comandante, y bajarán de nuevo, con las plurales tonalidades de lo negro en sus rostros, bajan ya de los cerros, del 23, de todos, a rendirte un homenaje consciente, fraternal. El luto se extiende por América, un luto intenso, del color del petróleo.

Es imposible explicar el sentido de la revolución democrática bolivariana, su impresionante alcance, sin haber visto, sentido o leído, el alma angosta de las chabolas, los barrios marginales, esos pueblos del interior donde no llegaba la luz ni el agua, los viejos medio ciegos, personas, inexistentes, sin documentación abandonadas a su suerte por la oligarquía financiera, la infancia sin escuela ni médico de proximidad. La muerte de Hugo Chávez, Comandante en Jefe de los otros de Latinoamérica es un misil contra el progreso, lento, con dificultades, de un continente olvidado, el patio trasero, lleno de corrupción y violencia inducida, de EE.UU.

La prensa libre, desinformación en marcha, le llama, en el mejor de los casos, Caudillo. Docenas de observadores internacionales vigilaron, con penetrante mirada, todas las elecciones: siempre ganaba el caudillo. Hasta Jimmy Carter lo certificó en su día. Algo tenía este personaje, hijo del desasosiego, de las aldeas del barro, que irritaba. Algo tenía este extraño dirigente político, militar contrario a la Doctrina de la Seguridad Nacional, capaz de hablar de Jesucristo y a Negri en el mismo párrafo, cantar en directo, citar a Bolívar y vestir de rojo, girar los mapas –interpretando a Lacoste y Harvey- mostrando que otra geografía es posible, que exasperaba a sus enemigos. Quizá fuera su carácter y fuerza, quizá su imaginación y voluntad. En realidad lo que asustaba al Orden era algo más sencillo: Chávez, con un programa radical y transformador, ganaba las elecciones con el apoyo popular. Esa gente que, millones de votos, nada tiene que perder.

Y llegó. La esperaban. Llegó la revolución democrática, las sucesivas victorias electorales, los triunfos en los revocatorios, la Operación Milagro, la Misión Identidad, el resto de las Misiones, los programas de intercambio, la cooperación internacional, la construcción de las casas en régimen cooperativo, la ayuda a los desfavorecidos de América, el progreso sanitario y educativo -reduciendo de manera espectacular la tasa de analfabetismo-, la ayuda a la alimentación, los supermercados subvencionados. Y Venezuela cambió, se volvió hacia la mayoría social, 49,4% de pobreza en 1999, 27,8% en 2010, datos de la CEPAL, mientras los vocingleros del orden capitalista, testaferros del odio, sombras del poder, inundaban la prensa mundial, como ahora, de insultos, descalificaciones, mentiras, falsedades.

Algo había en la acción política de Hugo Chávez, en la idea de participación, en la idea de poder popular, que molestaba a la elegante burguesía local acostumbrada al bipartidismo corrupto, restaurantes de lujo, escuelas privadas, coches de gran cilindrada, aviones particulares y fiestas con guardaespaldas. Caudillo negro, indio, mulato, hijo de la tierra mezclada con las sangres de la explotación histórica, presidente de la otra América, hizo de su retórica antiimperialista, quizá de forma algo teatral, una herramienta de combate apta para ser entendida por todo el mundo. Esa era una de sus fortalezas: se entendía lo que decía. Los bienpensantes lo desacreditan con un nombre: populismo. Y a otra cosa. Cuentan que, en la Cumbre de las Américas, 2009, se cruzó con Barack Obama por los pasillos y le regaló Las venas abiertas de América latina de Eduardo Galeano, todo un ejercicio de historia y política para entender una realidad mutante.

La muerte de Hugo Chávez, Comandante de los olvidados, deja huérfanos, huérfanas, en Venezuela y en Cuba, en Bolivia, Ecuador y en el resto del maltrecho continente. Es difícil imaginar un “chavismo” sin Chávez, igual que es fácil pensar en el regocijo y suspiro de alivio en EE.UU. y sus aliados estratégicos en la zona. Los hijos de la ira, vidas destrozadas, se han quedado sin su referente político, sin su símbolo real de la acción en marcha. La bibliografía sobre Chávez y el movimiento político bolivariano ha crecido en los últimos años. Es posible que un repaso por sus intervenciones y discursos, del azufre a la geopolítica, sea una forma discreta de homenaje, de oración fúnebre.