- Solía decir Joseph Goebbels que es más fácil que la gente se trague una mentira enorme que una pequeña. Es un principio que la CIA ha venido aplicando durante los últimos años con el invento de masacres falsas que justifican guerras. El filósofo Domenico Losurdo analiza la facilidad sorprendente con que nos dejamos engañar
Industria de la mentira ✆ Uncas |
Los cadáveres mutilados
¿Qué había pasado en realidad? Basándose en el análisis de
Guy Debord sobre la «sociedad del espectáculo», un ilustre filósofo
italiano, Giorgio Agamben, sintetizó magistralmente este caso:
«Por vez primera en la historia de la humanidad, cadáveres que habían sido enterrados hacía poco tiempo o que se hallaban aún en las mesas de las
morgues fueron desenterrados apresuradamente y mutilados para simular ante las cámaras de televisión el genocidio destinado a legitimar un nuevo régimen. Lo que el mundo entero tenía ante sus ojos como la realidad real en las pantallas de televisión, era la absoluta anti-verdad y, aunque la falsificación era a veces evidente, fue de todas maneras autentificada como real por el sistema mediático mundial, para que quedara claro que lo real no era a partir de entonces otra cosa que un momento del movimiento necesario de lo falso. Verdad y falsedad se hacían así imposibles de distinguir una de la otra y el espectáculo se legitimaba solamente mediante el espectáculo.
Timisoara es, en ese sentido, el Auschwitz de la sociedad del espectáculo. Incluso se ha dicho que si después de Auschwitz es imposible escribir y pensar como antes, después de Timisoara ya no será posible mirar una pantalla de televisión de la misma manera.» [1]
El año 1989 es el año en que el paso de la sociedad
del espectáculo al espectáculo como técnica de guerra comenzó a
manifestarse a escala planetaria.
Varias semanas antes del golpe de Estado, o sea antes de la
«revolución de Cinecittà» en Rumania [2],
se producía en Praga –el 17 de noviembre de 1989– el triunfo de la «revolución
de terciopelo» con una consigna inspirada en Gandhi: «Amor y verdad».
En realidad, la difusión de la información falsa según la cual la
policía había «matado brutalmente» a un estudiante desempeñaba un importante
papel. Eso es lo que nos revela, 20 años más tarde y con satisfacción, «un
periodista y líder de la disidencia, Jan Urban», protagonista de aquella
manipulación: su «mentira» tuvo en aquel momento el mérito de suscitar la
indignación de las masas y el derrumbe del régimen, ya debilitado [3].
Algo similar ocurrió en China. El 8 de abril de 1989,
Hu Yaobang, secretario del Partido Comunista Chino (PCCh) hasta el mes de
enero de 1987, sufre un infarto en medio de una reunión del Buró Político y
muere una semana después. La multitud de la Plaza de Tiananmen vincula su
deceso al enconado conflicto político que se había manifestado en el marco de
aquella reunión [4].
El fallecido se convierte de cierta forma en víctima del sistema cuyo
derrocamiento se desea.
En los 3 casos, el invento del crimen y su denuncia buscan
suscitar la ola de indignación necesaria para favorecer el movimiento de
protesta. Esa estrategia encuentra éxito en Checoslovaquia y Rumania –países
donde el régimen socialista había surgido al calor del avance del Ejército Rojo–
pero fracasa en la República Popular China, fruto de una gran revolución
nacional y social. Y el fracaso mismo se convierte en punto de partida de una
nueva guerra mediática más masiva aún, desencadenada por una superpotencia que
no tolera la existencia de rivales reales o potenciales. Esa guerra mediática
aún se mantiene en vigor. Pero lo cierto es que el momento que define el
viraje histórico es, en primer lugar, Timisoara, «el Auschwitz de la
sociedad del espectáculo».
«Dar publicidad a los
bebés» y al cormorán
Dos años después, en 1991, se producía la primera guerra del
Golfo. Un periodista estadounidense tuvo el coraje de revelar cómo se
desarrolló «la victoria del Pentágono sobre los medios», o sea la «colosal
derrota de los medios implementada por el gobierno de Estados Unidos» [5].
En 1991, la situación no era nada fácil para el Pentágono
–ni para la Casa Blanca. Había que convencer de que la guerra era
necesaria a una población que aún conservaba en mente el recuerdo de Vietnam.
¿Qué hacer? Diversos subterfugios van a reducir drásticamente las posibilidades
de que los periodistas hablen directamente con los soldados o de que envíen
crónicas directamente desde el frente. En la medida de lo posible,
todo debe ser sometido a un filtro: la fetidez de la muerte y,
sobre todo, la sangre, los sufrimientos y lágrimas de la población civil
no deben irrumpir en las casas de los ciudadanos de Estados Unidos
–ni de los habitantes del resto del mundo– contrariamente a lo sucedido en
tiempos de la guerra de Vietnam.
Pero el problema central y más difícil de resolver es otro:
¿Cómo demonizar el Irak de Sadam Husein, que años antes había ganado méritos –a
los ojos de los propios Estados Unidos– al agredir el Irán nacido de la
Revolución islámica y antiestadounidense de 1979 y con tendencia al
proselitismo en el Medio Oriente? El proceso de demonización no habría sido
difícil si la víctima [de Sadam Husein –Kuwait–] hubiese sido [un país]
angelical. Pero la operación no iba a ser nada fácil. Y no sólo
debido a la implacable represión reinante en Kuwait contra toda forma de
oposición. Había cosas mucho peores: los peores trabajos eran para los
inmigrantes, víctimas de una «esclavitud de hecho» que tenía por demás visos de
sadismo. Los casos de «serbios defenestrados, quemados, cegados o asesinados a
golpes» no suscitan la menor emoción [6].
¡Pero se logró! Generosa o fabulosamente pagada,
una agencia publicitaria lo resuelve todo… denunciando que los soldados
iraquíes les cortan las «orejas» a los kuwaitíes que se resisten. Pero el punto
culminante de esta campaña estaba por venir: los invasores habían irrumpido en
un hospital «sacando 312 recién nacidos de sus incubadoras y dejándolos morir
de frío sobre el suelo del hospital de Kuwait» [7]. Repetida hasta el cansancio por el
presidente Bush padre, reafirmada por el Congreso, avalada por la prensa más
autorizada e incluso por Amnistía Internacional, esa información tan horrible,
y también detallada, no podía dejar de provocar una enorme ola de
indignación: Sadam Husein era el nuevo Hitler, hacerle la guerra no sólo era
necesario sino además urgente y quienes se oponían o no parecían convencidos
tenían que ser considerados como cómplices más o menos conscientes del nuevo
Hitler. Por supuesto, esa información era una mentira cuidadosamente
fabricada y divulgada. Precisamente por eso la agencia publicitaria se había
ganado su dinero.
La reconstrucción de ese caso aparece en un capítulo
del libro ya mencionado aquí, con un título apropiado: «Dar publicidad
a los recién nacidos» [8].
La verdad es que los recién nacidos no fueron los únicos que recibieron
publicidad. Al inicio de las operaciones de guerra se difundió en el mundo
entero la foto de un cormorán que se ahogaba en el petróleo proveniente de los
pozos que Irak había volado. ¿Verdad o manipulación? ¿Fue Sadam quien
provocó la catástrofe ecológica? ¿Hay cormoranes en esa región del mundo y
en esa temporada del año? La ola de indignación, autentica y cuidadosamente
manipulada, arrasaba con las últimas muestras racionales de resistencia.
Fabricación de falsedades,
terrorismo de la indignación y desencadenamiento de la guerra
Viajemos en el tiempo hasta la disolución, o más bien el
desmembramiento de Yugoslavia. Contra Serbia, que había sido históricamente el
protagonista del proceso de unificación de ese país multiétnico, se
desencadenaban una tras otra –en los meses anteriores a los verdaderos
bombardeos– sucesivas olas de bombardeo mediático. En agosto de 1998, dos
periodistas, un estadounidense y un alemán, «reportaban la existencia
de fosas comunes con 500 cadáveres de albaneses entre los cuales había 430
niños, en los alrededores de Orahovac, donde se habían producidos intensos
combates. Otros diarios occidentales retomaron la noticia y le dieron gran
difusión. Pero todo era falso, como demuestra una misión de observación de la
Unión Europea». [9]
Pero eso no pone en crisis la fábrica de falsedades.
A inicios del año 1999, los medios occidentales comenzaban a hostigar a la
opinión pública internacional con fotos de cadáveres amontonados en el fondo de
una fosa y a veces decapitados y mutilados. Las explicaciones y artículos que
acompañaban aquellas imágenes proclamaban que eran civiles albaneses desarmados
masacrados por los serbios. Pero:
«La masacre de Racak es aterradora, con mutilaciones y cabezas cortadas. Una escena ideal para suscitar la indignación de la opinión pública internacional. Pero algo parece extraño en las características de esa matanza. Habitualmente, los serbios matan sin realizar mutilaciones […] Como nos muestra la guerra de Bosnia, las denuncias de barbaries cometidas con los cuerpos, huellas de tortura, decapitaciones, son un arma de propaganda frecuentemente utilizada […] Quizás no sean los serbios sino los guerrilleros albaneses quienes mutilaron los cuerpos.» [10].
O quizás los cadáveres de las víctimas de uno de los
innumerables enfrentamientos fueron objeto de un tratamiento ulterior, para dar
la impresión de ejecuciones a sangre fría y de un desencadenamiento de furia
bestial, atribuido de inmediato al país que la OTAN quería bombardear [11].
El montaje de Racak no era más que el punto culminante
de una campaña de desinformación obstinada e implacable. Unos años
antes, el bombazo del mercado de Sarajevo había permitido a la OTAN presentarse
como la instancia moral suprema, que no podía tolerar que las «atrocidades»
serbias quedasen impunes. Hoy en día podemos leer, incluso en el diario
italiano Corriere della Sera que «fue una bomba de origen bastante dudoso lo
que provocó la masacre de Sarajevo, desencadenando la intervención de la OTAN» [12].
Con ese precedente, Racak nos parece ahora una especie de reedición
de Timisoara, reedición que se prolongó por varios años. Sin embargo,
incluso antes de ese caso, ya se habían registrado otros éxitos. El ilustre
filósofo que había denunciado en 1990 «el Auschwitz de la sociedad del
espectáculo» que había tenido lugar en Timisoara, se unía 5 años más tarde al
coro dominante criticando de manera maniquea «el súbito deslizamiento de las
clases dirigentes ex comunistas hacia el racismo más extremo (como en
Serbia, con el programa de “purificación étnica”)» [13]. Después de haber analizado con
agudeza la trágica ausencia de diferenciación entre «verdad y falsedad» en el
marco de la sociedad del espectáculo, Agamben acababa por confirmarla
involuntariamente al acoger expeditivamente la versión (o sea
la propaganda de guerra) difundida por el «sistema mediático mundial», que
él mismo había designado anteriormente como fuente principal de la
manipulación. Después de haber denunciado la reducción de lo «verdadero» a «un
momento del necesario movimiento de lo falso», reducción implementada por la
sociedad del espectáculo, Agamben se limitaba a conceder una aparencia de
profundidad filosófica a ese «verdadero» reducido precisamente a «un momento
del necesario movimiento de lo falso».
Por otro lado, un elemento de la guerra contra Yugoslavia
nos remite, más que a Timisoara, a la primera guerra del Golfo: el papel de los
public relations.
«Milosevic es un hombre esquivo, no le gusta la publicidad, no le gusta mostrarse ni hacer discursos públicos. Parece que en el momento de los primeros anuncios de la descomposición de Yugoslavia, Ruder&Finn, la compañía de relaciones públicas que trabajaba para Kuwait en 1991, fue a verlo para proponerle sus servicios. Y la pusieron de patitas en la calle. En cambio, Ruder&Finn fue contratada por Croacia, por los musulmanes de Bosnia y los albaneses de Kosovo a cambio de 17 millones de euros al año, para proteger y promocionar la imagen de los tres grupos. ¡E hizo un excelente trabajo! James Harf, director de Ruder&Finn Global Public Affairs, afirmaba […] en una entrevista: “Logramos hacer coincidir, en la opinión pública, a serbios y nazis […] Somos profesionales. Tenemos un trabajo que hacer y lo hacemos. No nos pagan por dedicarnos a la moral”» [14].
Veamos ahora la segunda guerra del Golfo. En los primeros
días de febrero de 2003, el secretario de Estado estadounidense, Colin Powell,
mostraba al Consejo de Seguridad de la ONU las imágenes de los laboratorios
móviles de producción de armas químicas y biológicas que supuestamente poseía
Irak. Algún tiempo después, el primer ministro británico Tony Blair
reforzaba la dosis: Sadam Husein no sólo tenía esas armas sino que ya
había elaborado planes para utilizarlas y podía activarlas «en 45 minutos». Y
de nuevo venía el espectáculo que, más que el preludio de la guerra, constituía
en sí el primer acto de guerra, con la advertencia contra un enemigo que el
género humano tenía que liquidar a toda costa.
Pero el arsenal de mentiras usadas o por usar iba mucho más
allá. En su empeño por «desacreditar al líder iraquí a los ojos de su propio
pueblo», la CIA se proponía «divulgar en Bagdad un documento filmado donde
se revelaba que Sadam era gay. El video debía mostrar al dictador iraquí
en plena relación sexual con un muchacho. Tenía que dar la impresión de haber
sido filmado con una cámara oculta, como si fuera una grabación clandestina».
También se estudiaba «la posibilidad de interrumpir las transmisiones de la
televisión iraquí con una edición extraordinaria –falsa– del noticiero de
televisión en la que se anunciaría que Sadam había dimitido y que todo el poder
había pasado a manos de su hijo, el temido y odiado Uday» [15].
El Mal tenía que ser denunciado y estigmatizado mientras que
el Bien debía aparecer en todo su esplendor. En diciembre de 1992, los Marines
estadounidenses desembarcaban en el litoral de Mogadiscio. Para decirlo con más
exactitud, desembarcaban allí 2 veces, pero la repetición de la operación
no se debía a dificultades militares ni de logística. Había que
demostrarle al mundo que, además e incluso antes de ser una formación militar
de élite, los Marines estadounidenses eran una organización benéfica y
caritativa que traía esperanza y sonrisas al pueblo somalí víctima de la
miseria y el hambre. La repetición del desembarco-espectáculo tenía como
objetivo corregir detalles erróneos y defectos. Un periodista que fue testigo
del hecho explicaba:
«Todo lo que está pasando en Somalia y lo que va a producirse en las próximas semanas es un show militaro-diplomático […] Realmente, una nueva época en la historia de la política y de la guerra comenzó en aquella extraña noche de Mogadiscio […] La “Operación Esperanza” fue la primera operación militar que no sólo se filmó en vivo para las cámaras de televisión sino que además se pensó, se construyó y se organizó como un show de televisión» [16].
Mogadiscio era la contraparte de Timisoara. Unos años
después de haber puesto en escena la representación del Mal (el comunismo
que al fin se desplomaba) se montaba la representación del Bien (el
Imperio estadounidense que surgía del triunfo obtenido en la guerra fría). Los
elementos que conforman la guerra-espectáculo y que determinan su éxito están
ahora claros.
Notas
[1] Mezzi senza fine.
Note sulla politica, por Giorgio Agamben, Bollati Boringhieri, Turín, 1996,
p. 67, y citado en Le langage de
l’Empire. Lexique de l’idéologie états-unienne, por Domenico Losurdo,
Delga, París, 2013, p. 313.
[2] La fine delle
democrazie popolari. L’Europa orientale dopo la rivoluzione del 1989, por
François Fejto, Mondadori, Milan, 1994, p. 263.
[3] «A rumor that set
off the Velvet Revolution», por Dan Bilefsky, in International Herald Tribune del 18 del noviembre de 2009, pp. 1 e
4., citado en Losurdo 2013, p. 313.
[4] La Chine, por
Jean-Luc Domenach y Philippe Richer, Seuil, París. 1995, p. 550.
[5] Second Front.
Censorship and Propaganda in the Gulf War, por John R. Macarthur, Hill and
Wang, Nueva York, 1992, p. 208 et 22.
[6] Macarthur 1992, p. 44-45.
[7] Macarthur 1992, p. 54.
[8] Selling Babies.
[9] «La via verso la
guerra», por Roberto Morozzo Della Rocca, in suplemento del n. 1 (Quaderni
Speciali) de Limes. Rivista Italiana di Geopolitica, 1999, pp. 11-26.
[10] Morozzo della Rocca, 1999, p. 24, y citado en Losurdo
2013, p. 314.
[11] Racak. De
l’utilité des massacres, tomo II, por Fréderic Saillot, L’Harmattan, París,
2010, p. 11-18.
[12] «Le vittime e il
potere atroce delle immagini», por Franco Venturini, in Corriere della Sera
del 22 de agosto de 2013, pp. 1 et 11.
[13] Agamben 1995, p. 134-35.
[14] «Milosevic visto
da vicino», por Jean Toschi Marazzani Visconti, Suplemento del n. 1
(Quaderni Speciali) de Limes. Rivista Italiana di Geopolitica, 1999, pp. 27-
34.
[15] «La Cia girò un
video gay per far cadere Saddam», por Enrico Franceschini, en La Repubblica,
28 de mayo de 2010, p. 23.
[16] «Quello sbarco
da farsa sotto i riflettori TV», por Vittorio Zucconi, en La Repubblica
del 10 de diciembre de 1992.
Algunos de los temas tratados en este trabajo se abordan en el último capítulo del libro Le langage de l’empire. Lexique de l’idéologie états-unienne, publicado en francés por Editions Delga, que saldrá a la venta el 13 de septiembre de 2013. Este trabajo fue traducido al español por la Red Voltaire a partir de la versión al francés de Marie-Ange Patrizi
Algunos de los temas tratados en este trabajo se abordan en el último capítulo del libro Le langage de l’empire. Lexique de l’idéologie états-unienne, publicado en francés por Editions Delga, que saldrá a la venta el 13 de septiembre de 2013. Este trabajo fue traducido al español por la Red Voltaire a partir de la versión al francés de Marie-Ange Patrizi