A ese intento se le debe dar su nombre propio: se trata de
una contrarrevolución intelectual. Ahora bien, el asunto es que esta
contrarrevolución intelectual construyó su hegemonía incorporando
descripciones,
narrativas, argumentos y creencias tomados prestados de la tradición crítica y de las múltiples variedades del discurso Marxista, desde la Crítica de la Ideología Alemana hasta la crítica de la industria cultural, la sociedad del consumo o la “sociedad del espectáculo”. Los conceptos y procedimientos que definieron la “tradición crítica” no se han desvanecido en absoluto, todavía operan, aunque sea en el discurso de aquellos que se mofan de ellos. Pero lo hacen de un modo que implica una completa inversión de sus supuestos fines y orientaciones. Esta inversión comprende cuatro puntos principales que examinaré por orden. Por supuesto, esos cuatro puntos están unidos entre sí, pero su orden determina una progresión dinámica, la dinámica de la contrarrevolución intelectual, cuyas articulaciones merecen un examen detallado. Esos cuatro argumentos tienen que ver primero con la necesidad económica, segundo con la desmaterialización de las relaciones sociales, tercero con la crítica de la cultura de bienes, cuatro con el mecanismo de la ideología.
narrativas, argumentos y creencias tomados prestados de la tradición crítica y de las múltiples variedades del discurso Marxista, desde la Crítica de la Ideología Alemana hasta la crítica de la industria cultural, la sociedad del consumo o la “sociedad del espectáculo”. Los conceptos y procedimientos que definieron la “tradición crítica” no se han desvanecido en absoluto, todavía operan, aunque sea en el discurso de aquellos que se mofan de ellos. Pero lo hacen de un modo que implica una completa inversión de sus supuestos fines y orientaciones. Esta inversión comprende cuatro puntos principales que examinaré por orden. Por supuesto, esos cuatro puntos están unidos entre sí, pero su orden determina una progresión dinámica, la dinámica de la contrarrevolución intelectual, cuyas articulaciones merecen un examen detallado. Esos cuatro argumentos tienen que ver primero con la necesidad económica, segundo con la desmaterialización de las relaciones sociales, tercero con la crítica de la cultura de bienes, cuatro con el mecanismo de la ideología.
El primer punto: la
necesidad económica, o de un modo más exacto, la ecuación entre necesidad
económica y necesidad histórica. En cierto momento, esta ecuación se despejó a
sí misma gracias al denominado “determinismo” Marxista al cual se opuso el
discurso mainstream con el argumento
de la libertad de la gente para intercambiar libremente sus productos en el
mercado libre o de crear contratos libres para el uso de su fuerza de trabajo. Ahora
con el entramado de los mercados en la economía global, esta “libertad” es contemplada
claramente por sus propios vencedores como la libertad para someterse a la necesidad
del mercado global. Lo que ayer era la necesidad de la evolución hacia el socialismo
se convierte hoy en día en la necesidad de la evolución hacia el triunfo de
este mercado global. No es sorprendente que este desplazamiento haya sido
defendido por muchos de los otrora Marxistas, sociólogos socialistas o
progresistas y economistas que transformaron su fe en la realización histórica
de la revolución por una fe en la realización histórica de la Reforma. Lo que
la Reforma significa, desde los tiempos de Ronald Reagan y Margaret Thatcher,
es la reconstrucción no sólo de las relaciones de trabajo sino también de toda
clase de relaciones sociales de acuerdo con la lógica del mercado libre global.
Todas las formas de destrucción del Estado del bienestar, la seguridad social,
las leyes de trabajo, etc. han sido justificadas por la necesidad de adaptar
las economías locales y la legislación local a la coacción de esta revolución
histórica ineludible. . De esa forma, todas las formas de resistencia a esos
supuestos han sido consideradas como actitudes reaccionarias de segmentos de la
población que aún se aferran al pasado, asustados por la evolución histórica
que destruiría sus estatus y privilegios, y por consiguiente obstruyen el
camino del progreso. En el siglo XIX, Marx denunciaba a aquellos artesanos,
pequeñoburgueses e ideólogos que luchaban contra el desarrollo de las formas
capitalistas que los amenazaban con la desaparición, preparando así el futuro
socialista. Del mismo modo, cualquier lucha para resistir a esta lógica de
“Reforma” ha sido cada vez más denunciada como la anticuada resistencia de los
egoístas trabajadores para defender sus privilegios. En Francia, cuando
estallaron las grandes huelgas en 1995 contra el gobierno conservador que
dispuso reformar el sistema de pensiones, la inteligencia de izquierdas
defendió la reforma y acusó a esos huelguistas anticuados de sacrificar
egoístamente el futuro a costa de una miope defensa de sus privilegios. Desde
entonces todo movimiento social ha sido acusado de egoísmo y atraso por esa
inteligencia progresista.
http://estudiosvisuales.net/ |