El conflicto trascendía el espacio de los colegios
primarios: con idéntico desconcierto lo sufría el resto de los porteños, sin
limitación de sexo o edad. En aquellos tiempos los personajes de las
radionovelas y de las películas argentinas no hablaban como se hablaba en la
calle, había un claro divorcio entre realidad y ficción. Entre 1957 y 1959
apareció “El Eternauta”, considerado con justicia un clásico contemporáneo. La
historieta es colosal, un solo detalle la desmerece: sus personajes hablan de
tu. Resulta incómodo sorprender a Favalli, a Juan, a Lucas Herbert y a Polsky
en
medio de una partida de Truco y oír de qué modo Favalli se dirige a su compañero de mesa: “Al cuerno con la radio, a ti te toca dar, Juan”. Esta discordancia de lenguaje nos mortificó hasta mediados del pasado siglo.
medio de una partida de Truco y oír de qué modo Favalli se dirige a su compañero de mesa: “Al cuerno con la radio, a ti te toca dar, Juan”. Esta discordancia de lenguaje nos mortificó hasta mediados del pasado siglo.
El voseo, natural en el Río de la Plata y en otros rincones de América latina, nunca tuvo buena prensa. El colombiano Rufino José Cuervo, autor del Diccionario de Construcción y Régimen de la Lengua Castellana (1886), lo consideraba de una "inaguantable vulgaridad". Un poco más cercano en el tiempo, nuestro Arturo Capdevila, obviaba las sutilezas y lo calificaba como "la viruela del idioma", "negra cosa", "verdadera mancha del lenguaje argentino" e "ignominiosa fealdad". Ambos se nutrían de lo postulado por Andrés Bello: “Es un anacronismo de la pluralidad imaginaria de segunda persona, que fue desconocida en la Antigüedad” ––sostenía el erudito venezolano––, si personajes de nuestros días y de países en que la lengua nativa es la castellana, lo propio en el diálogo familiar sería usted ó tú”. Poco le importaba el lenguaje popular: “En las lenguas, como en la política no sería menos ridículo confiar al pueblo la decisión de sus leyes que autorizarlo en la formación del idioma", una concepción que se llevaba a los golpes con lo propuesto por Domingo Faustino Sarmiento.
A comienzos de 1842, en las páginas de El Mercurio de
Santiago de Chile, ambos sostuvieron una enriquecedora polémica. En su
particular estilo de escritura, Sarmiento señaló: "Si hai un cuerpo
político que haga las leyes, no es porque sea ridículo confiar al pueblo la
decisión de las leyes, como lo practicaban las ciudades antiguas, sino porque
representando al pueblo i salido de su seno, se entiende que espresa su
voluntad i su querer en las leyes que promulga. Decimos lo mismo con respecto a
la lengua: si hai en España una academia que reúna en un diccionario las palabras
que el uso jeneral del pueblo ya tiene sancionadas, no es porque ella autorice
su uso, ni forme el lenguaje con sus decisiones, sino porque recoje como en un
armario las palabras cuyo uso está autorizado unánimemente por el pueblo mismo
i por los poetas".
No obstante la buena voluntad de Sarmiento, el divorcio
persistía: el pueblo mismo continuaban utilizando el vos, mientras que los
poetas insistían con el tu. Se hablaba de lengua popular y de lengua culta, los
escritores que aspiraban a la Academia debían elegir la culta. Aunque no todo
era desaliento, en 1928 Roberto Arlt publicó El juguete rabioso: fue un goce
descubrir de qué modo se expresaban Silvio Astier, el Rengo, Hipólito, Enrique
y el resto de los personajes, leerlo era escucharlos, oír nuestro acento.
Sin embargo, el conflicto continuaba vigente. En abril de
1964, Ernesto Sábato en la revista Leoplan dio a conocer la preocupación de una
maestra de Ciudadela porque la Academia Argentina de Letras exigía prohibir el
uso del voseo en todas las escuelas del país: "Soy lectora de buena
literatura argentina, y verifico que en los diálogos de Lynch, de Güiraldes, de
Arlt, de Marechal, de Cortázar y de usted mismo se emplea sistemáticamente
igual modalidad (…) ¿Qué debo hacer? ¿Violar mis convicciones profundas, mentir
y hacer mentir a mis alumnos, para cumplir con nuestra más alta autoridad
lingüística? ¿O proceder de acuerdo con nuestra auténtica modalidad
idiomática?". La respuesta de Sábato fue contundente: “le puedo decir que
toda la lingüística moderna, tanto la sociologista de Saussure como la
espiritualista de Vossier, quitan toda autoridad a los famosos cánones
cristalizados en las gramáticas (…) Mientras tanto, señora, quédese tranquila
en su voseo, y entre la verdad idiomática y la mistificación no dude un solo
instante: tal como lo hacen los buenos escritores (que son los que, en
definitiva, constituyen el modelo de la lengua en cada nación), elija la
verdad.”
Hoy sería considerado una rara avis aquel escritor argentino
que para narrar una historia que suceda ahora y aquí canjeara el voseo por el
tuteo. Sin embargo, he notado que algunos compatriotas a la hora de hablarles o
de escribirles a colegas españoles prescinden del voseo y recurren a un tuteo
que fatalmente suena forzado. Las veces que pregunté por la razón de esa
autocensura, argumentaron que lo hacían por respeto a la lengua del otro, una
cortesía que, entre otras cosas, hace quedar como irrespetuosos a los colegas
españoles: ellos para comunicarse con el resto de los hispano-parlantes jamás
prescinden de su modo de expresarse, están orgullosos de ésa, su manera. Para
nuestros compatriotas respetuosos, acaso valga la pena recordar otra definitiva
conclusión de Sábato: “El único idioma general y universal es el de las
matemáticas, porque se refiere a entes lógicos y helados, no a seres humanos
calientes y contradictorios. Así como bien afirma Rosenblat, hay un castellano
de Madrid otro de Bogotá y otro de Buenos Aires, y todos igualmente lícitos.”
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