“Tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por los sufrimientos de la humanidad. Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de acá para allá, por una ruta cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación” — Bertrand Russell

6/2/15

Luis Buñuel: ¿anarquista?, ¿comunista?

Luis Buñuel ✆ A.d.
Pepe Gutiérrez
Luis Buñuel es uno de los mayores cineastas de todos los tiempos, el primero de este país (de países), el más consecuente de realizadores surrealistas, amén de un personaje complejo y poco conocido. Por algunas de sus películas, Richard Porton, el autor de Cine y anarquismo. La utopía anarquista en imágenes (Gedisa, 2001), lo cita como uno de los grandes libertarios del cine, un libertario que, según Porton “es de hecho el catalizador para todas las variedades de anarquismo, y los temas estirnerianos y kropotkianos, así como los bakuninistas, son visibles en L’Age d’Or…” No es por casualidad que alguien tan penetrante como Walter Benjamin apreció en el surrealismo “un concepto radical de la libertad que había quedado adormecido al decaer la influencia de Bakunin: la liquidación, además, de un ideal de libertad esclerótico-liberal-moral-humanista”.

Sin embargo, lo cierto es que a lo largo de los años treinta, estuvo vinculado al partido comunista, primero con su línea antirepublicana, luego con la línea antirrevolucionaria.

O sea que vivió de pleno las primeras fases del estalinismo, alineándose con este sector dentro del surrealismo a la manera de Louis Aragón y Paul Elouard, y en oposición a la vocación libertaria y trotskiana de André Bretón y Benjamin Péret.

Sobre esta época y sobre estas contradicciones existe un trabajo de primer orden (1), un estudio que sitúa en los convulsos años treinta, en el tiempo de la II República, desde la fiesta del pueblo hasta el destierro. Una coyuntura histórica situada en una coyuntura trágica, iniciada con la Depresión de 1929, una crisis económica, social y política que llevará a un buen número de artistas e intelectuales a aproximarse o a afiliarse a la izquierda, creyendo en no pocos casos que el movimiento comunista representaba una posibilidad de transformación revolucionaria ya iniciada en la URSS. Solamente una minoría (especialmente los surrealistas), se percibieron que el estalinismo era una contrarrevolución en la revolución, un fenómeno histórico desconcertante ante el cual carecían de perspectivas.

Una parte de estos artistas e intelectuales (algunos ya completamente olvidados), hicieron ostentación de dicha filiación, otros como Buñuel, llevaron sus compromisos ideológicos de forma y discreta, sin implicaciones militantes, lo que explica que la fase estudiada en el libro resulten una revelación incluso entre los buñueleros, que somos un montón (2).

Todo comienza con  el célebre estreno parisino de Un perro andaluz (1929) y concluye con su embarque hacia Nueva York en septiembre de 1938, huyendo de una llamada a filas que podía llegar, que llegó, aunque el desbarajusta es ya total, nadie le reclama a que regrese a las filas de la opción numantina que defiende su partido. No hay que decirlo: el entorno es convulso y zigzagueante. Buñuel era un tipo inclasificable, en realidad nunca se cuestionó su adscripción anarquista, el problema era que él creía irrealizable el sueño igualitario de la CNT y veía mucho más razonable el primero la República del PCE.

A lo largo del libro nos zambullimos pues en los años rojos del aragonés, llenos de enigmas y vicisitudes, repletos de acontecimien­tos apasionantes como lo fue su ingreso en el grupo surrealista a instancias de la ardorosa exaltación del mismo de Un perro andaluz y su confir­mación producida por la resonancia de La edad de oro (1930). Sigue con las luchas intes­ tinas dentro del convulso movimiento, las diferencias abismales que tan fehacientemente representan Louis Aragón y André Bretón, conflicto recogido en un recopilatorio, Surrealismo contra realismo socialista (Tusquets, Marginales, 1973) que está pidiendo una reedición a gritos. En este dilema, no hay la menor duda de que Buñuel fue bretoniano, sus películas nunca fueron bien vistas en los países del “socialismo real”. Es más, Buñuel nunca contribuyó en las actividades calumniadoras con las que Aragón arruinó moralmente su trayectoria. Una relación ya tratada ampliamente por otros autores como Agustín Sánchez Vidal en Buñuel, Lorca, Dalí: el enigma sin fin (Planeta, Barcelona, 1988).

Describe su primer via­je a Hollywood, el tiempo de proclamación eufórica de la II República, su revés en el sórdido bienio negro (1934-1936), la crisis social de 1934 en la que el PCE intervino a regañadientes, la victoria electoral del Frente Popular cuyo correlato fue la insurrección militar fas­ cista, la guerra del ejército colonial contra el pueblo republicano internacionalmente traicionado. En este cuadro se inserta el distanciamiento con el “divino Dalí” que traiciona todo lo que traicionable y que ser convierte para gente como Orwell en un ejemplo de la corrupción moral de un artista.

El libro incide en el tema de la relación entre Buñuel y Dalí con una primera referencia a su labor como miembro del Partido Comunista, la renuncia a su compromiso surrealista ese mismo año, expresado en una misiva a Bretón, motivada por su in­greso en el PCE, la filmación de las Hurdes (1933), que Las Hurdes (Tierra sin pan), obra que en opinión del citado Richard Porton “revela las razones de explotación que con frecuencia se ocultan tras la fachada de la educación religiosa”. Su enfoque, cuestiona el programa “liberal” de la II República, en el que “se estimula a los niños a olvidar sus retortijones de hambre y recordar que `deben respetar la propiedad de su vecino´ y concentrarse en la suma de los ángulos de un triángulo es igual a dos rectos”. Porton atribuye a Buñuel “una respuesta alegórica al incumplimiento de su misión supuestamente humana por parte de la República: una traición que entrañaba una hostilidad implacable hacia la CNT y las aspiraciones de los anarcosindicalistas”. Las Hurdes fue prohibida en su día y solamente sólo autorizada a finales de 1936. Refleja su condición de (radical) denuncia de la incapacidad de la República, una percepción que cambia ante el auge fascista alimentado por la victoria de Hitler ante un movimiento obrero alemán enfrentado entre socialdemócratas posibilistas y comunistas estalinistas que proclaman que dicha victoria será el prólogo de la revolución.

Hay pues mucho que hablar de Buñuel, primero anarquista, un ideal que no cree merecer serlo (es un más allá de la política concreta que ve tan puro como irrealizable), luego comunista, detalle registrado en una carta de Buñuel dirigida a Bretón, fechada el 6 de mayo de 1932, don­de le informaba de su ingreso en el PCE, un dato que siempre se había refutado pero que el libro confirma, una ambivalencia que a algunos les puede parecer absolutamente descabellada, pero que no resulta tan singular. De hecho, en el citado libro se evocan en el área anarquista autores como el Jean-Luc Goddard del 68, cuando militaba en la maoísta “Gauche Proletarienne”. Porton se olvida a citar La sal de la tierra (Salt of the Herat, USA, 1954 ), una película que de haber figurado entre las producciones cenetistas de la guerra, habría sido proclamada como la culminación de un modelo de cine sindicalista revolucionario, por más que sus responsables fuesen en el momento militantes de USAPC en pleno furor estaliniano.

La contradicción es la misma que la de Buñuel, que ven en el “comunismo soviético”, una realidad revolucionaria que solamente era cierta…en sus sueños más auténticos. 

Notas 

1/ Román Gubert& Paul Hammond Los años rojos   de Luis Buñuel .(catedra, Madrid, 2009), cuyo índice señala los siguientes puntos. I ntroducción; Siglas; Capítulo 1. La militancia surrealista; Capítulo 2. La producción de «L’Âge d’or»; Capítulo 3. Un escándalo provechoso; Capítulo 4. La estancia en Hollywood; Capítulo 5. El advenimiento de la Segunda República; Capítulo 6. Un año tormentoso: de mayo de 1931 a junio de 1932; Capítulo 7. Los años de Paramount; Capítulo 8. Las mutaciones de «L’Âge d’or» y otros proyectos; Capítulo 9. Desde «Las Hurdes» hasta «Tierra sin pan»; Capítulo 10. Los doblajes de Warner Bros; Capítulo 11. Comercio, arte y política; Capítulo 12. La producción de Filmófono; Capítulo 13. El estallido de la Guerra Civil; Capítulo 14. Dos años de misión en París (1936-1938); Bibliografía; Ilustraciones; Índice onomástico.
2/ Me ha referido a este mismo tema en el artículo, ¿Buñuel cineasta anarquista?, publicado en Kaos en la Red 16-1-2009.
http://www.rebelion.org/