Lenin ✆ Emaze |
Daniel Arjona | Entre el espeso humo, el ruido de
las declamaciones o de una canción popular, hubo apariciones súbitas, como la
de la impresionante figura de mongol de Lenin". El pintor rumano Marcel
Janco se dejó caer el 5 de febrero de 1916, hace hoy cien años, por un
nuevo tugurio de Zúrich que abría sus puertas esa noche para presentar al que
se convertiría en uno de los movimientos artísticos más importantes del
siglo XX. Cuarenta años después recordaba en un libro colectivo aquella
velada tumultuosa en el Cabaret Voltaire
en la que nació Dadá, entre pintores, estudiantes, desertores, revolucionarios
y espías en el número 1 de la Spiegelgasse de Zúrich. En el 14 de la misma
estrecha callejuela, en un cuchitril que apestaba al salchichón que embutía una
fábrica cercana, Vladimir Ilich Uliánov, alias Lenin, y Nadezhda Konstantínovna
Krúpskaya, su mujer, descontaban los días del exilio.
"En 1916, y
durante varios meses, Lenin se codeó en Zúrich con los primeros dadaístas. Esta
extraordinaria coincidencia parece que pasó inicialmente desapercibida".
También pasó injustamente desapercibido en 2009 un libro alucinante firmado por
Dominique Noguez (1942) y titulado 'Lenin
dadá'.
Una pequeña joya de historia recreativa en la que el escritor francés jugaba con la conocida vecindad del revolucionario ruso y el grupo dadaísta original de Tristan Tzara y compañía. En sus páginas, Noguez fantaseaba con la presencia de un Lenin cabaretero y borrachín en las primeras juergas dadaístas e incluso se atrevía a adjudicarle la paternidad del mítico nombre del movimiento.
Una pequeña joya de historia recreativa en la que el escritor francés jugaba con la conocida vecindad del revolucionario ruso y el grupo dadaísta original de Tristan Tzara y compañía. En sus páginas, Noguez fantaseaba con la presencia de un Lenin cabaretero y borrachín en las primeras juergas dadaístas e incluso se atrevía a adjudicarle la paternidad del mítico nombre del movimiento.
¡Da! ¡da! ¡Da! ¡da!
En 1916 el mundo lleva ya casi dos años despedazándose
en la Gran Guerra y la neutral Suiza ofrece un refugio en el corazón de
Europa para todo tipo de perseguidos -y perseguidores- de incógnito. Algunos de
ellos, como Lenin, no saben que apenas un año después van a gobernar con puño
de hierro la nación más extensa de la Tierra. Otros, en la misma
calle de Zúrich, se disponen a fundar una de las más arrolladoras, y efímeras,
vanguardias artísticas. Dadá se embosca en el sinsentido contra la
carnicería de la que aquellos exiliados culpan a la razón burguesa. Tzara,
Janco, Hugo Ball, Arp o Huelsenbeck se rebelan contra todas las
normas éticas y estéticas pues, como Tzara escribía más tarde en el primer
manifiesto dadaísta: "Hay una gran tarea destructiva, negativa por
hacer".
Dadá, dadá... ¿cómo brotó semejante nombre, a medio camino
entre la broma y la contraseña? Hay tantas teorías como paternidades en
disputa. El poeta rumano Tristan Tzara aseguraba que se topó con él
mientras ojeaba a voleo las páginas de un diccionario. El escritor
alemán Richard Huelsenbeck lo negaba: habían sido Hugo Ball y él quienes
cazaron "la palaba infantil para designar un caballito" también en un
diccionario. Dominique Noguez no se lo cree. Asegura que las fechas "no
coinciden", que las hipótesis se desautorizan mutuamente y repara entonces
en que el joven dadaísta y pintor alemán Hans Richter relataba en sus memorias
sobre aquellos años que el nombre Dadá "tenía evidentes vínculos con
esa afirmación tan alegre del '¡da, da!' eslavo". Suficiente para que
la imaginación de Noguez se desboque.
Noche cerrada. En el local lleno de humo los
espectadores aplauden en pie, cerveza en ristre, el espectáculo de gritos,
aspavientos y canciones que están montando los gamberros dadaístas. Huelsenbeck
comienza a aporrerar un cajón, Tzara se contonea como una bailarina oriental y
en la segunda o tercera fila, un Lenin "rojo de alcohol y excitación"
celebra con su vozarrón el espectáculo: "¡Da! ¡da! ¡Da! ¡da!". El
público le acompaña a coro: "¡Da! ¡da!", "¡Sí! ¡sí!"
Sí a la vida. ¡Sí a la irrisión!
Dadá leninista / Lenin dadaísta
Y sin embargo, ¿basta una hipotética bufonada etílica para
incorporar a Lenin al dadaísmo cuando es bien conocido el rechazo del
bolchevique por las vanguardias artísticas? Hay más, dice Noguez. En su libro
explica "el asombroso descubrimiento grafológico" que encontró
en sus investigaciones: un manuscrito de 1916 hallado en los archivos de
Tzara con el título de "movimiento
Dadá-Zúrich y escrito... ¡con la letra de Lenin!". "Hay una tendencia hacia el leninismo
en el movimiento Dadá, y en Tzara en particular", escribe Noguez.
Tzara, que se pasaría en los años 20 al surrealismo como otros tantos
dadaístas, se afilió en 1947, al acabar la II Guerra Mundial, al Partido
Comunista Francés, y el propio dadaísmo asumiría tras los primeros y caóticos
tiempos, una estructura mucho más organizada y política, cuasi leninista, bajo
la dirección del propio Tzara.
¿Y entonces Lenin? "Lenin", escribe Noguez,
"puede enorgullecerse de haber llevado a la práctica una parte sustancial
del programa Dadá. Nos referimos a la apología nihilista del caos y la
destrucción -y esta vez no solo del arte o de los artistas-; todo ello,
evidentemente, sobre fondo de risitas socarronas burlándose de los valores
humanistas y del sentimentalismo". El perplejo lector merece un respiro.
El extraño y fascinante 'Lenin dadá' es
una ficción, como confiesa Noguez en las últimas páginas de su libro, aunque
"todos los documentos y las citas son exactas". Si busca una visión
histórica y de primera mano debe leer el estupendo 'Correo Dadá (una historia del movimiento dadaísta contada desde
dentro)', de Raoul Hausmann (Acuarela Libros, 2011).
Concluye Noguez: "Sea lo que fuere, el tiempo de los dogmatismos ha pasado. El de los fanatismos deberá pasar también. ¡Viva la duda, viva la alegría y viva las bromas! ¡Viva Dadá!"
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