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La parcela y la economía campesina de
subsistencia en la cual tiene su asiento, tienen una significación específica para el
sociólogo, el economista o el historiador, que las abordan como objeto de
estudio. Tanto o más, si una entidad internacional como la Organización de las
Naciones Unidas promueve el respeto y garantía de los Derechos Humanos de los
campesinos, considerados como “un grupo social específico”[1]
y vulnerable.
Su destrucción por el avance de la agricultura industrial basada en el monocultivo, adelantada por las burguesías regionales y las transnacionales, es un proceso difícil de soslayar por los efectos desastrosos, ambientales y humanitarios, de proporciones gigantescas que está generando. Esta realidad histórica concreta, que la economía capitalista contemporánea nos presenta en sus rasgos inhumanos más acusados, es la que interpela como artista el cineasta caleño César Augusto Acevedo con su película y ópera prima, “La Tierra y la Sombra”, la cual contó con la asesoría del director de cine Oscar Campo.
De dicha producción cinematográfica puede
decirse,sin ambigüedad, que es cine con “C” mayúscula. El haber logrado el
premio “Cámara de Oro” en el último festival de cine en Cannes es prueba de
ello. Y no se crea que en tal decisión incidió un aparente exotismo sobre los
jurados. Aceptar este infundio sería caer en la descalificación y el ninguneo.
No. Es esta una película bien lograda, la cual se inscribe con voz propia
dentro de la corriente cinematográficaconocida como “Cine Social”. El episodio
de humillación y despojo, de dolor e impotencia que narra, real o no, poco
importa,discurre en un recóndito lugar del Valle del Cauca, que puede ser
también un lugar del Paraguay o Argentina, donde domina el monocultivo de la
soja, o del Brasil, con inmensos territorios dedicados a la agroindustria de la
caña, o en muchos otros países de América Latina, de Asia y áfrica, donde el
imperio de la caña de azúcar y de la palma africana son una pesadilla para la
economía campesina. Es este, uno de los rasgos de la época del despotismo
neoliberal y de los dictados del capital financiero y las multinacionales, que
tiene como efecto perverso, entre otros, la destrucción de la economía
campesina en mención.
Ahora bien, los premios y la buena
crítica no son suficientes para hacernos a una comprensión y valoración
positiva de “La tierra y la sombra.” Al respecto, cabe preguntarse qué metáfora
la sustenta, pues no queda duda alguna de su calidad poética. Tal película no nos
deja indiferentes, yno somos los mismos cuando nos levantamos de la silla. La rabia nos invade y un sabor
de la derrota domina el ambiente. Al referirse a ella, algunos hablan de una
presencia lacerante de la culpa; incluso el Director, en no pocas de sus
declaraciones, ha dado lugar esta percepción. Equívoco difícil de evitar en una
sociedad de mentalidad clerical como la colombiana donde la culpa, en su
acepción religiosa,vista como caída, es un recurso que lo explica todo y no
explica nada. Por ello creo que la riqueza de estaproducción cinematográfica
está en otra parte.
La importancia moral y material del lugar
El comienzo de “La tierra y la sombra” nos muestra a un hombre que camina por una pedregosa carretera, flanqueado a ambos lados por monótonosy gigantescos cultivos de caña de azúcar. Camina seguro y sin prisa. De su brazo derecho cuelga una maleta que, por la forma en que la lleva, parece una prolongación de su cuerpo. Un viejo sombrero de paja lo protege a poco del sol de la hora. El ruido de sus pisadas sobre el cascajo es lo único que nos llega, mientras una tormenta de polvo provocada por un gran camión que avanza detrás suyo amenaza con alcanzarlo. Ante su sórdido paso, se esconde inútilmente entre la hojas de la caña tratando de amainar los efectos de la polvareda que lo envuelve. Después, el ruido de su andar vuele a dominarla escena. Las facciones duras de su rostro traslucen, sin ambigüedad, la decisión de continuar su marcha. ¿Hacia dónde? Nadadelata su decisión. No sabemos si va o viene.
Una segunda secuencia nos lo muestra
frente a una puerta que da entrada a una habitación invadida por la oscuridad,
cuya nave es sostenida por el brazo de un niño quelo enfrenta como forastero.
Por su postura ante el menor, descubrimos que ese caminante es alguien que
regresa a un lugar familiar. La su llegada no es alegre, tampoco lo es la actitud del chico que lo recibe. Una vez en el
interior, sus moradores lo acogen con secos y breves saludos. Todo es lento y
la palabra casi inexistente, y así será hasta el final.
En relación con lo anterior, y tratando
de desentrañar el valor y significado de “La tierra y la sombra”, se
preguntarán algunos, ¿Qué tiene de poético un cañal? Como cañal, nada. Es una
singular yerba que, como monocultivo – negación de diversidad ambiental y
ecológica --- domina gran parte del paisaje y territorio del Valle del Cauca y
de la altillanura, cuya extensión opresiva estáligada a importantes desastres
ambientales, sociales y culturales, fuente de conflictos y de toda clase de
interrogantes. Su avance como monocultivo y su explotación agroindustrial representan
riqueza y poder para unos pocos empresarios y terratenientes, ymiseria y
pobreza para una gran población de campesinos pobres. Es el caso de Alfonso, el
hombre de la valija que regresaante el llamado de su hijo moribundo,a ese lugar
que ya no es y del cual huyó como de la peste.
Tanto su “huida” como su regreso no están
lacerados por la culpa. Es la rabia causada por el despojo del lugar y su
entorno, a los cuales se debe, la que lo aleja de los suyos y lo suyo. Su
postura es la de un derrotado que se sientevencido. Su regreso acentúa esa
doble dimensión moral, enfatizada por una memoria de lo perdido, de lo
arrebatado por los dueños del imperio de
esa yerba gigante a gentes como él y su familia. De nada sirve evocar pájaros y
sonidos que ya no están y que tampoco volverán, árboles y cultivos de los que
no queda rastro alguno. Sus gestos y manerasevocatorias son inútiles ante ese
niño, su nieto Manuel, que pregunta como eraaquel lugar.Esa parcela en la cual
Alfonso realizó su educación sentimental y construyó unos imaginarios de
pertenencia y reconocimientoque ha sido reemplazada por una caricatura de casa.
Intenta que ese niño sienta lo que el sintió, que vea lo que el vió, que
escuche lo que el escuchó. Pero nada de ello es posible. Son gestos patéticos. Y
no se trata de una nostalgia obscena. Es la pérdida moral y material del lugar,de la parcela como
lugar de una economía y de una forma de vida que implican afirmación y
reconocimiento, de unas labores que hacen posible la construcción de una
identidad, de un lenguaje que nombra y significa las relaciones de quienes la
habitan, con sus claroscuros, sus alegrías y sus miserias.
Y el paisaje. ¿Cuál paisaje?, se
preguntará el espectador. Los cuatro
costados de esa que fue su “casa” están engullidos por las verdosas y afiladas
hojas de la “peste verde”, como la llaman los campesinos .Esa “casa” es una
prisión y, como toda prisión, está habitada por el dolor. Sus habitantes están
deshumanizados; no les queda ni siquiera el derecho a gozar de la vista de un
paisaje, tan caro al sentido de humanidad. Las ventanas y las puertas al ser
abiertas, el sitio de las cosas olvidadas, el escaso patio, el entorno del decrépito
samán, la banca donde a veces discurren, todo está dominado por la presencia opresiva
de la caña de azúcar. Están allí atrapados por el dolor de una memoria que los
desgarra. Por eso los largos silencios. En esta película, la lentitud de los
gestos no es un defecto, como piensan algunos. Al contrario,es un gran recurso
narrativo y visual, que expresa una gran sensibilidad en el tratamiento de la
imagen. Los personajes hablan poco, ya que sus gestos ocupan el lugar de la
palabra. Es la lentitud como forma de relación en la expresión, en lo dicho y
en lo callado. Es un esculpir en el tiempo, según la concepción de Tarkovski, tan admirado por
Oscar Acevedo. Por lo demás, ¿de qué hablar cuando todo está perdido?Alfonso
regresa a presenciar como se apaga la vida de su hijo en medio de paroxismos de
tos y hondos quejidos, siendo esta la mayor de sus pérdidas, pues al morir él,
de alguna manera también mueren los otros.
La parcela como metáfora
Los personajes de “La tierra y la sombra” saben a su manera que es imposible tener una identidad sin un lugar para construirla y luego afirmarla.Saben igualmente, y también a su manera, que reconocemos y somos reconocidos en un tiempo y en un espacio, sólo que ese tiempo y espacio no son abstracciones, son concretos, o, mejor, históricos como se dice desde afuera. Pertenecemos a un lugar y, de mucha formas nos debemos a él como seres sociales. En el nos nombran y nombramos por medio de un lenguaje y un habla, que no buscamos, que nos son impuestos al nacer. En ese lugar transitamos y discurrimos. Descubrimos a la vez que edificamos una sexualidad y un erotismo, y unas formas de desear. Allí, el deseo como hambre del espíritu en términos de Marx, se manifiesta y satisface de determinadas maneras y con arreglo a precisos juegos simbólicos e imaginarios colectivos. Igualmente se construyen vínculos con la naturaleza, sustentados en unas relaciones sociales de producción y de apropiación que entrañan, ya sea en forma abierta o velada, precisas forma de poder y dominación. En ese espacio también se edifica de manera multiforme una cocina y una sensibilidad de los alimentos, que hacen posible que seamos reconocidos por lo que comemos y por la forma en que comemos. Se vive la fiesta y se sufre la muerte con arreglo a ciertas costumbres y códigos. Se ejerce y practica el olvido de lo que se pierde o perece, o nos es arrebatado, en una relación inextricable con la memoria como una forma de mantenerse en el presente y no perder la perspectiva que nos sugiere un futuro, ello por cuanto el dolor igualmente tiene formas históricas. Basta recordar la Antígona de Sófocles.
Si somos expulsados de ese lugar
fundacionalpor fuerzas o poderes que ocupan nuestro sitio, el nuevo territorio de
llegada será un ámbito de refugiados o desplazados, pero esto no evita que se
tenga que construir en él y con él
nuevas y quebradizas relaciones de reconocimiento y pertenencia. Sólo que, en
el caso de los campesinos pobres, la pérdida de ese lugar iniciático y de
subsistencia tendrá marcados acentos de miseria y degradación, producto de una
acumulación capitalista voraz y muchas veces originaria que los convierte en
desterrados sin identidad y con su dignidad rota. Por eso Alicia se mantiene y
los otros huyen, casi despavoridos. La muerte de Gerardo sella la suerte de
estos al quebrar su resistencia. La quema de la caña que los rodea por todas
partes, con las sombras siniestras que proyecta sobre ellos, no hace acentuar
esa decisión de fuga. Sin embargo, ella, Alicia, se queda. Siente la derrota,
pero no esta vencida. Vivela rabia, pero su rabia es la de quien resiste con
dignidad y sin queja alguna. Lo ha perdido casi todo : sólo le queda ese lugar,
su parcela. A él se debe y a él pertenece. En su derrota no hay vergüenza, pues
asume con fuerza la dignidad del no vencido.
En Alicia, Identidad y dignidad son dos
dimensiones esenciales de su condición de mujer. Su yo interior está sustentado
en ellas, y no cualquier manera, sino a través de la vergüenza como sentimiento
moral. No es asunto de poca monta el cómo se ve a si misma y cómo es vista,
actitud que nada tiene que ver con el qué dirán. Por eso encaja la derrota,
pero en su yo interior existe la certeza de no ceder; entiende que no hay
dignidad sin identidad, ni identidad sin dignidad. Edipo no se saca los ojos
porque esté atenazado por la culpa. Es la vergüenza que provoca su falta, el no
querer ver lo que ha causado, y el no
querer ver cómo lo miran, lo que lo lleva privarse de la vista. Es un ser
escindido por esa doble mirada que lo avergüenza. No se suicida, pero con su
decisión cree librarse de la mirada de los otros y de sí mismo.En la invención
de esta dimensión moral de lo humano, radica una de las grandezas de la
tragedia griega, y no en la culpa como se suele afirmar. Esta llegó después. Es
la falta y no la culpa la que vertebra dicha tragedia. Será con la invención
del derecho que la culpa ganará el lugar que se le conoce. Y si la culpa llegó
para quedarse, de la mano del derecho, primero lo fueron la faltay la
vergüenza. Es por mediopor de esta última que el proceso de reconocimiento
ejerce sus reales. La firmeza en cómo me veo y cómo soy visto remite a su vez
al asunto de la identidad y la dignidad, como ya lo expresé antes. Esto,
además, explica, en mi opinión, la fortuna del título “La tierra y la sombra”, título
denso, rico en sugerencias, y lo es por estar sustentado en una metáfora
afortunada, la parcela como lugar de subsistencia y afirmación, y su
destrucción por la violencia de una acumulación capitalista originaria, que
sigue vigente.
La lluvia negra
En medio del derrumbe y del cruce rabioso
de miradas, hace su irrupción la ceniza, no la ceniza que cubre el rescoldo,
residuo placentero de los alimentos cocidos en la hornilla de barro y ladrillo,
sino como ominosa lluvia negra, de producción artificial y que responde a fines
económicos. En su pertinaz caída envuelve y penetra todo, nada escapa a su
presencia viscosa., y mientras cae la vida colapsa, los colores de las cosas y
las plantas bajo su dominio, desaparecen, y la luz deja de narrar la realidad
circundante. La piel de hombres y mujeres se torna cobriza y grasosa y el
oxígeno escasea, convirtiendo las labores y el trabajo en una verdadera
pesadilla. Es la muerte que se desparrama sobre todos, solo que su presencia no
es natural, como cuando la tierra ruge a través de un volcán. Esta no es
violenta, pues la naturaleza no tiene fines; aquella, sí. Aquí, es la ambición
del terrateniente o empresario cañero que ordena quemar el cultivo de caña para
abaratar costos, reducir el pesaje y aumentar el volumen de su corte manual.
Poco le importa si el cortero y su familia, atrapados en lo que queda de su
parcela, declinan en su salud, y que su salario se haga exiguo en virtud de la
intensificación de la jornada de trabajo.
El drama de la parcela destruida atrapa
también a los obreros que cortan la caña quemada. Con una lograda economía de
recursos visuales, “La tierra y sombra” nos muestra los efectos devastadores de
la tercerización de la relación laboral, donde es la humillación la que
sustenta ese precario vínculo laboral. Por eso Esperanza, la mujer de Gerardo, obrera
como Alicia, también decide marcharse. La muerte de éste precipita la huida de
los que le sobreviven, pues está fatalmente ligada a la muerte de la parcela.
La caña arde y la ceniza lo domina todo mientras él fallece. Después sigue la
fuga, y, sin embargo, Alicia se queda. Nada en ese cúmulo de despojos invita a
quedarse, pero ella resiste. No está vencida. Es la mujer como negación de la
queja y la derrota. Ella integra, acompaña y es fuente de vida y esperanza allí
donde el hombre sucumbe. Por eso los poderes y las violencias que los sustentan
son implacables con ella, como implacable es ella con la actitud de derrota de
su marido, Alfonso. Él evoca negativamente lo perdido: los samanes, los árboles
frutales, los pájaros, sueña con un potro en su habitación; quiere sentir la
brisa que ya no existe. Ella lucha, da afecto y consuelo a los suyos; y, con su
actitud, intenta dignificar lo que queda de su parcela. La muerte llega, pero
ella se dispone a empezar de nuevo, permanece, y eso es lo que cuenta, así, al
final, lo que quede de esa tierra sean sombras, sombras en la memoria y en el
presente.
Nota
Nota
[1] Alfredo Molano Bravo, “Dignidad Campesina. Entre la realidad y la
esperanza.” Ver Anexo : La Declaración de los Derechos de los Campesinos. Icono
editorial Ltda, Bogotá, D.C., 2013, pp. 93 – 104.