La visión de la nueva entrega de
la franquicia Star Wars tuvo algo de nostálgico y mucho de dèjá-vu:
había tenido la oportunidad de ver la primera entrega en su momento (1977) en
el cine como espectador adolescente (¿e ingenuo?) y ahora en un rizo impensable
del destino me sentaba con unas coquetas gafas 3-D (by Sony) a ver la última
entrega del producto. Por supuesto que Star Wars y su productos
seriales han sido analizados ad nauseam desde distintos puntos de
vista en tanto mito posmoderno, en tanto cultura popular burguesa: como fuente
de intuiciones filosóficas y éticas, como mito imperialista, como proyección de
la experiencia popular de los propios EEUU, como representación de los derechos
humanos, como visión teológica y religiosa, como cosmovisión de la generación
de la clase media durante la Guerra de Vietnam o como producto “blockbuster” de
lo que se conoce como New Hollywood (del cual Disney es una de sus
usinas principales). La nueva entrega se pliega a esta nueva lógica del mercado
Marvel style: se potencia la emulación, la nostalgia por sobre todas las
cosas, además de la reutilización de ideas, caracteres y arquetipos narrativos
que hayan probado ser lucrativos.
El re-boot es el mágico descubrimiento industrial
del último año, de Jurassic Worldpasando por Captain
America a Mad Max: Fury Road. Estas nuevas películas han dejado de
ser “secuelas”, formato ya anticuado; esta ya no es la forma en la que el
Capital transnacional de entretenimiento funciona. Olvidemos la secuencia finita
o unitaria: hemos entrado en la era mercantil de la serie infinita. Si el
formato en serie se basaba en la obsesión de Lucas por el serial de los 1940’s
“Flash Gordon” y el cómic de DC “Tommy Tomorrow”, el contenido ideológico era
bastante claro: Star Wars era una reacción-sublimación sci-fi de
la guerra de Vietnam (Han Solo está inspirado en el director Francis Ford
Coppola que había realizado Apocalypse Now, segundo mentor de Lucas
después de su padre), los rebeldes que se enfrentan a un Imperio casi invencible
en zonas boscosas y con armas desiguales son los vietcongs (aliados con
connacionales críticos); el Imperio militarista y decadente no es otro que los
EEUU de fines de los 1970’s; la contradicción política es entre forma
republicana o deriva totalitaria; y el Emperador, incluso en sus tics, no es
otro que Richard Nixon.
Si la entrega de 1977 (considerada por el American Film
Institute como una de las mejores cien películas del siglo XX) podía leerse
todavía en clave ideológica simple, incluso su evidente arraigo a las
condiciones sociopolíticas de los EEUU, ahora ya no es el caso. Aquella ya no
refleja, ya no reflexiona sobre nuestros tiempos. Habemus globalización!. Habemus crisis
de la democracia liberal! SWFW es al mismo tiempo un producto más
transnacional, un upgrade del original, y una declaración de lealtad
de J. J. Abrams. Pero además es una muestra exquista de la técnica de poder del
régimen neoliberal, ahora prospectiva, permisiva y proyectiva. En el film hay
un empate explícito e inestable entre (nueva) república y totalitarismo: Luke
Skywalker ha desaparecido (el plot “MacGuffin” del film), de las cenizas del
Imperio ha surgido una evolución neofascista más siniestra: la Primera Orden
bajo la égida de un Líder Supremo (animado por CGI) maquiavélico y con un
carismático general Hux; la princesa Leia es ahora una plebeya con grado
militar, la generala Organa; hay un Vader-lite (Kylo Ren) con el complejo
de Edipo a flor de piel y Han Solo tiene una nueva re-encarnación en Poe. La
galaxia entera se encuentra en un estancamiento económico-tecnológico, lleno de
desigualdades (incluso trabajo a destajo y formas de esclavitud) debido la
propia corrupción e inestabilidad de la new Republic, al mejor estilo
Weimar en los 1930’s. La destrucción de la primera Estrella de la Muerte
treinta años antes ha traído al parecer la victoria militar pero una
inestabilidad sistémica, una crisis financiera masiva, una época oscura de
estancamiento, con las instituciones políticas obsoletas u osificadas (la misma
República o el Senado, burócratas corruptos), caldo de cultivo para el
surgimiento de la Primera Orden.
Ideológicamente es claro el resultado para el espectador: la
Democracia puede derivar en autocracia y totalitarismo, el Comercio y la
Economía “sin intervención”, la mano invisible del mercado, la misma Metafísica
mercantil, une a la galaxia. Es más: la autarquía económica de algún planeta es
una utopía reaccionaria en los tiempos del intercambio
comercial Hyperdriven, pues se han evadido las restricciones de la relatividad.
Como en la actualidad en plena globalización económico-financiera galáctica
(galacticisation), la velocidad y la eliminación de la distancia en el comercio
permite que, por ejemplo, el planeta desierto de Tatooine (monoproductor de
minerales) o el planeta helado de Hoth puedan sobrevivir gracias a
importaciones. Si como queda implícito el doux commerce genera
urbanidad, convivencia, estabilidad, entonces el Liberalismo es la estructura
económica idónea para la nueva República cosmopolita. Aunque la desigualdad
social y política todavía reina en la galaxia, la vida debe continuar: Anakin
Skywalker, el Jedi emocionalmente herido que más tarde se convierte en Darth
Vader, aparece por primera vez como esclavo en Tatooine; el hijo de Anakin
Lucas, aunque no es un esclavo, es una suerte de autónomo de segunda generación
que vive en una pobreza relativa, mientras que los que están en el corazón de
la galaxia (como el planeta Hosniano Iº, sede del Senado y urbanizado en su
totalidad y destruido por la Starkiller base) viven en el lujo. Como
demuestra el caso de la nueva heroína Rey, los humanos trabajarán por una
miseria en ciertas condiciones, si es necesario, para reproducirse como fuerza
de trabajo revolviendo chatarra o basura. La explotación laboral sin límite puede
llevarlos al lado oscuro, hacia la desafectación, el cinismo y la servidumbre
voluntaria.
Las ganancias del comercio galáctico se reducen, sin embargo
por monopolios concedidos de manera corrupta a grupos industriales
multigalácticos, como la Federación de Comercio, que invade el planeta pacífico
de Naboo en el Episodio I. Las franquicias estilo Compañía de Indias son
preocupantes. Permiten que al monopolista cobrar una prima, capturando
beneficios que de otra manera fluirían a productores o consumidores; animan a
la criminalidad de los que tratan de eludir el monopolio exclusivista (como el
contrabando de especias, un narcótico, por Han Solo, aliado al odiado gángster
Jabba el Hutt o traficando animales salvajes exóticos). Y alientan la búsqueda
de rentas corrompiendo el poder político: muchos burócratas de la nueva
República, señala el senador de Naboo, Palpatine Sheev, se encuentran “en la
nómina de la Federación de Comercio”. Han Solo, que es el auténtico héroe en la
saga, cumple las nuevas expectativas neoliberales: el sujeto del rendimiento
neoliberal, ese “empresario de sí mismo”, se explota de forma precaria,
voluntaria y apasionada. La optimización personal se muestra como la
autoexplotación total, los nuevos héroes son workaholics radicales. El
huevo de la serpiente yace en el propio humus democrático liberal, un caldo de
cultivo para la Primera Orden. Aunque la globalización, o más
bien galaxisación, es una gran ayuda económica a largo plazo, presenta
todo tipo de desafíos políticos. En Star Wars se presenta la paradoja
que tenemos hoy en día en la agenda neoliberal.
La globalización burguesa, que es política pero se presenta
siempre como un suceso apolítico, como intuyeron Marx y Keynes lleva una
tensión irresuelta. No es posible alcanzar los tres objetivos propuestos
(Democracia-Autodeterminación nacional y globalización de la ley del valor) en
armonía a causa de la unidemensionalidad liberal. Los fundamentos de la
democracia chocan y se oponen en muchos casos a la internacionalización económica
y la globalización a su vez erosiona la ilusión de una soberanía nacional
estilo siglo XX o reprime toda expansión nerviosa de la Democracia. Los
habitantes del universo “Star Wars” se enfrentan a problemas similares: el
precio de la participación en la economía galáctica es la aceptación de reglas
que molestan o crean resistencia en gobiernos planetarios. Por ejemplo: la
Alianza Rebelde está tratando de restaurar la democracia y la soberanía
planetaria (Episodios IV-VI), aunque eso al mismo tiempo erosiona la
integración económica. En el Episodio II, surge una “Confederación de
Sistemas Independientes” (formado por varios gobiernos planetarios y
sectoriales, así cómo por megacorporaciones) secesionista en respuesta a las
regulaciones y tasas fiscales, acusando a la República de una carga económica
indebida e imperialista sobre los planetas más pobres. Los efectos de lo que se
conoce como un desarrollo desigual y combinado.
Es notorio que el llamado mito “tecnológico-libertariano” de
Sillicon Valley subyace a lo largo de la película: los humanos no se encuentran
alienados en la tecnología, vade retro Heidegger y Marcuse! Ciencia y
técnica se encuentran a disposición de la rápida circulación de mercancías y
recursos humanos, e incluso en muchos casos los droides son más humanos que los
propios humanos. La paradoja es que la robótica enStar Wars se reduce a
trabajar en servicios y poco más, todavía no ha librado al ser humano del
trabajo socialmente necesario, ni siquiera de conducir naves de combate, algo
extraño. “La Fuerza” sigue siendo una destilación racionalista del pensamiento
religioso de Lucas, un deísmo sofisticado: lo divino no es una deidad separada
que controla los eventos desde un “afuera”, sino un Dios-pulsión que sostiene
mentes y corazones en la búsqueda de nuestra verdad interior.
Conectarnos con the Force, hace que la intuición y la
energía del héroe que cada uno de nosotros lleva dentro nos lleve a cumplir con
nuestra predestinación, un rasgo ideológico derivado del Protestantismo de
todas las “Star Wars”. El amor fatinietzscheano, el auténtico motor de la
Historia para el Neoliberalismo, campea en losdramatis personae del
film. El Neoliberalismo como una nueva forma de evolución, descubre ahora la
psique como fuerza productiva. La Teología política viene en ayuda de la crisis
de la Democracia liberal y ya sabíamos que el nuevo régimen neoliberal se
comporta como “alma”. ¿Una épica sin sueño? Tal vez. La nueva franquicia de
“Star Wars”, como el Citibank, es demasiado grande como para caer, demasiado
enorme para fracasar. “Es inútil resistirse” dijo una vez Darth Vader desde el
lado oscuro. Y tenía razón.
Nicolás González
Varela nació en Buenos Aires, donde estudió Filosofía y Psicología. Enseñó
Ciencias Políticas en la Universidad de Buenos Aires y actualmente vive en
Sevilla, donde continúa su labor como ensayista, editor, traductor y periodista
cultural. Es autor de diversos artículos y estudios sobre Hannah Arendt, Maurice
Blanchot, Louis-Ferdinand Céline, Martin Heidegger, Friedrich Engels, Karl
Marx, Ezra Pound o Baruch Spinoza, y colabora en distintos medios
gráficos y digitales de actualidad y cultura, entre los cuales se encuentra Ñángara Marx . Entre sus últimas obras publicadas se
encuentran: ‘Nietzsche contra la
Democracia’ (Montesinos, Barcelona, 2010) y ‘Los Archivos de Nación Apache’ (Libros del Sur, Buenos Aires,
2011).
http://www.lacasadeel.net/ |