“Capitalismo sostenible” tiene una connotación a la vez
práctica y moral. ¿Existe acaso alguien en su sano juicio que pueda oponerse a
la “sostenibilidad”? El significado más elemental de “sostener” es “apoyar”,
“mantener el curso”, o “preservar un estado de cosas”. ¿Qué gerente
corporativo, ministro de finanzas o funcionario internacional a cargo de la
preservación del capital y de su acumulación ampliada rechazaría asumir como
propio este significado?
Otro significado es el de “proveer de alimento y
bebida, o de medios de vida”. ¿Qué trabajador urbano mal pagado, o qué
campesino sin tierra rechazaría este significado? Y otra definición es la de
“persistir sin ceder”. ¿Qué pequeño agricultor o empresario no se resiste a
“ceder” ante los impulsos expansionistas del gran capital o del esta-do,
enorgulleciéndose por su “persistencia”?
Estamos en presencia de una lucha a escala mundial por
determinar cómo serán definidos y utilizados el “desarrollo sostenible” o el
“capitalismo sostenible” en el discurso sobre la riqueza de las naciones. Esto
quiere decir que la “sostenibilidad” es una cuestión ideológica y política,
antes que un problema ecológico y económico.
El análisis que se hace aquí utiliza el término “sostener”
en los tres sentidos indicados: “sostener el curso” de la acumulación
capitalista a escala global; “proporcionar medios de vida” a los pueblos del
mundo, y “sostenerse sin ceder” por parte de aquellos cuyas formas de vida
están siendo subvertidas por las relaciones salariales y mercantiles. En esta
perspectiva, el problema del capitalismo sostenible se refiere en parte a la
posibilidad -o no- de que la sostenibilidad definida de estas tres maneras
pueda ser alcanzada, y a cómo podría lograrse tal cosa.
Existe un cuarto sentido para “sostener”: el que se refiere
a la “sostenibilidad ecológica”, aún cuando es escaso el acuerdo entre los
científicos de la ecología respecto al significado preciso de esta expresión.
Por ejemplo, la biodiversidad o la “salud del planeta” rara vez son problematizadas
en términos de la ciencia ecológica y de las ideologías subyacentes a esta
ciencia, como tampoco ocurre con la expresión “crisis ecológica”, tan
ampliamente utilizada por escritores populares sin el beneficio de una
definición precisa.
Los ecólogos de poblaciones y los biólogos de la
conservación correlacionan porlo general cambios en la población de una
determinada especie, cambios en la “capacidad de carga”, definida de manera
estrecha en términos de las necesidades de esa especie, y algún coeficiente que
mide la relación entre la especie y la capacidad de carga en cuestión por un
lado, y el resto del ecosistema del que esa especie podría depender por el
otro. Todos estos términos poseen alguna capacidad explicativa. Sin embargo,
tal multiplicidad de determinantes implica que no existe forma evidente de
saber con certeza si las amenazas a una especie pro-vienen de ella misma, por
así decirlo, o de transformaciones en el conjunto del ecosistema debido, por
ejemplo, a la intrusión de otras especies. Si esto es así, hablar acerca de la
“sostenibilidad” de especies en particular puede resultar menos preciso de lo
que parecía a primera vista, y el concepto de “crisis ambiental” puede resultar
más problemático.
Estas ambigüedades se acentúan cuando los ecó- logos o los
Verdes combinan las dimensiones social y económica con la biofísica, y debaten
acerca de la “sostenibilidad” de ecosistemas o regiones enteras. En la región
de la bahía de Monterrey, California, por ejemplo, la excesiva extracción de
aguas subterráneas ha hecho disminuir el nivel de los acuíferos, ocasionando
salinización debido al agua de mar, lo que a su vez amenaza la viabilidad de la
agricultura. ¿Constituye esto una “crisis”?
En términos económicos no, si la región importa agua. De hecho,
el agua importada puede insuflar nueva vida a la agricultura local y al
desarrollo industrial, comercial y residencial. “Agricultura sostenible”
significa una cosa desde una perspectiva biorregional estricta, y otra si la
perspectiva es ampliada para incluir a otras biorregiones. En este caso
particular, el debate en torno al agua tiene que ver menos con la
“sostenibilidad” del capital agrícola local y de la calidad del agua, y más con
normas de juicio relativas al tipo de comunidad y de cultura que los habitantes
de la región desean tener: en el caso de Pájaro Valley, por ejemplo, se trata
de escoger entre preservar su actual sabor mexicano, o abrirlo más a la
población trabajadora de Silicon Valley, al otro lado de la cordillera litoral.
Si se define “sostener” de estas cuatro maneras, la
respuesta breve a la pregunta “¿es posible el capitalismo sostenible”? es “no”,
y la larga es “probablemente no”. El capitalismo tiende a la autodestrucción y
a la crisis; la economía mundial crea una mayor cantidad de hambrientos, de
pobres y de miserables; no se puede esperar que las masas de campesinos y
trabajadores soporten la crisis indefinidamente y, como quiera que se defina la
“sostenibilidad”, la naturaleza está siendo atacada en todas partes.
En este artículo se examina alguna evidencia relativa al
problema del “capitalismo sostenible”, haciendo énfasis en algunos de los
diferentes conceptos de “sostenibilidad” planteados por los Verdes y por el
sector empresarial. Ofrecemos un breve recuento de las condiciones de
sostenibilidad económica (o de rentabilidad y acumulación), para discutir
enseguida la “primera” contradicción del capitalismo -o contradicción
“interna”-, y la naturaleza de la acumulación capitalista, cargada de episodios
de crisis y dependiente de las crisis. Aesto se agrega un breve examen del
proceso de formación de una crisis mundial en la década de 1980, y se plantea
que las perspectivas de una gestión económica global son tan endebles como las
de una regulación ambiental global.
A partir de lo anterior, se aborda otro problema en
apariencia insoluble para el capitalismo: la “segunda” contradicción, esto es,
la reducción de las “ganancias marginales” generada por la contradicción entre
el capital y la naturaleza (y otras condiciones de producción), asociada a los
efectos económicos adversos para el capital que surgen del ambientalismo y
otros movimientos sociales. Des-de aquí se discuten las formas mediante las
cuales el capitalismo intenta enfrentar estas crisis. La capacidad del capital
para enfrentar con éxito tanto la “primera” como la “segunda” contradicción es
limitada, debido a la naturaleza del estado liberal democrático y del propio
capital. Se subraya lo incierto de las consecuencias políticas -y portanto
económicas y ecológicas- de una depresión eco-nó- mica generalizada. Por
último, tras un breve examen de las condiciones ambientales en los países
pobres (el Sur), se delinean algunas conclusiones sobre las posibilidades de
movimientos ambientalistas sociales y políticos radicales, o “verdes rojos”. Si
bien se plantea que las perspectivas para alguna clase de “socialismo
ecológico” no son buenas, las de un “capitalismo sostenible” pueden ser aun más
remotas.
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