José Carlos Mariátegui ✆ Manuel Loaiza |
Florencia
Oroz | Este 16 de abril se cumple un nuevo
aniversario de la muerte de José Carlos Mariátegui, escritor y pensador
marxista nacido en Moquegua, al sur del Perú, el 14 de junio de 1895. Pese a su
corta vida (murió a los 35 años producto de una afección en su rodilla que lo
aquejaba desde la escuela primaria), su producción teórica fue sumamente
prolífica al punto de constituir un verdadero hito fundante del marxismo
latinoamericano.
De su vida pública cabe distinguir tres etapas claramente delimitadas:
una primera entre 1911 y 1919, en la que las primeras movilizaciones obreras y
el eco que venía teniendo la Reforma Universitaria de 1918 por toda Latinoamérica
lo apartaron de intereses estrictamente literarios empujándolo hacia el
análisis político.
Un segundo momento viene marcado por su formación en Europa y
particularmente en Italia, en donde fue testigo de primera mano del proceso de
convulsiones políticas producto de la desarticulación económica y social de
posguerra que termina llevando a la fundación del Partido Comunista Italiano.
El tercer período, a partir de su vuelta a Perú en 1923, encuentra a
Mariátegui convertido definitivamente en un teórico marxista. Así,
fue fundador del Partido Socialista Peruano en 1928 (devenido en Partido
Comunista en 1930) y acabó por constituirse, junto con otras grandes figuras de
la talla del cubano Julio Antonio Mella o el argentino Héctor P. Agosti, en
integrante clave de todo un conjunto de pensadores latinoamericanos que se
caracterizaron por haber encarado, de forma más o menos consciente, la tarea de
construir un corpus teórico marxista desde el propio continente.
Porque si hay algo que reúne a este conjunto de jóvenes pensadores es la
idea, resumida magistralmente por Mariátegui, de que el socialismo en nuestro
continente no debía ser “ni calco, ni copia, sino creación heroica”.
Abandonando las nociones más ortodoxas para ubicarse como parte de una
corriente de renovación que se extendió tanto por América Latina como por
Europa, estos jóvenes formaron parte de toda una tendencia internacional que
discutió con las posiciones hegemónicas para configurar un marxismo nuevo,
fundado en la filosofía de la praxis y en el alejamiento de las nociones del
determinismo económico.
De este mismo movimiento de renovación fueron parte Antonio Gramsci
en Italia y los historiadores del denominado marxismo británico en Inglaterra.
Los debates que atravesaron a la corriente en esa primera mitad del siglo XX
giraron en torno a la utilidad analítica del binomio base-superestructura y a
los elementos que debían tomarse en consideración a la hora de definir el modo
de producción hegemónico en una formación histórico social determinada.
En general, se trató de una tendencia a poner de relieve, desde el
análisis específico que emprendió cada autor, los elementos de la cultura
(cultura en sentido gramsciano, esto es, en tanto forma de ver el mundo hecha
modo de vida) como factores centrales para el análisis social.
Marginado desde un principio por la ortodoxia soviética que consagraba
de manera absoluta al proletariado industrial como vanguardia del proceso
revolucionario, Mariátegui corrió la misma suerte que su contraparte italiano y
fue rápidamente excomulgado de la iglesia estalinista. Y es que para el
escritor peruano postulados como aquellos no tenían ni pies ni cabeza en un
país que, por entonces, apenas si contaba con un puñado de obreros sumergidos
en un mar de campesinos e indígenas que conformaban la abrumadora mayoría del
universo popular.
Es por esto que para los pensadores latinoamericanos de la época se
agrega un segundo gran eje de renovación. Estos intelectuales contaban con un
importante camino recorrido en materia de procesos de cambio. Sin ir más lejos,
se puede traer a colación la Guerra de Independencia cubana de 1895, la
Revolución Mexicana de 1910 o la Reforma Universitaria de 1918. Todos estos
procesos habían influido en una generación (conocida como “la generación de los
años veinte”) que veía en la realidad latinoamericana elementos singulares que
hacían necesaria la construcción de un marxismo propiamente latinoamericano. Lo
que faltaba era una teoría; una teoría que no intente encajar la realidad
latinoamericana en moldes europeístas, sino que parta del análisis político,
social y económico del continente para construirla.
Esa es la tarea que encaró Mariátegui en sus Siete ensayos de
interpretación de la realidad peruana, obra que, si bien trata sobre el
Perú, a la vez habla de toda Latinoamérica, pues los problemas que se examinan
reaparecen, con ligeras variaciones, en otros países de la región.
No es la idea acá hacer una síntesis de la obra, tarea, por otra parte,
por demás recomendable. Baste resaltar el espíritu general de estos ensayos
que, sin despreciar los aportes teóricos del materialismo dialéctico europeo,
intentaron -con gran éxito, vale aclararlo- librarse de las anteojeras
impuestas por un marxismo anquilosado por la ortodoxia eurocentrista para
revolucionar el método y refundar la teoría.
Como lo señala el propio Mariátegui en la “Advertencia” con la que
inicia sus Siete ensayos: “No es éste,
pues, un libro orgánico. Mejor así. (…) Mi pensamiento y mi vida constituyen
una sola cosa, un único proceso. Y si algún mérito espero y reclamo que me sea
reconocido es el de meter toda mi sangre en mis ideas”.
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