La bandera soviética en el Reichstag:
La Alemania nazi ha sido derrotada |
Por algo fue el Ejército Rojo el primero en hacerlo, inmortalizado en aquella conmovedora fotografía en la cual dos sargentos del Ejército Rojo izan la bandera de la Unión Soviética sobre un Reichstag en ruinas, uno de los símbolos del régimen nazi. Fue también el primero en liberar a los prisioneros que estaban en los campos de concentración de Auschwitz (el mayor y más importante del régimen) y muchos otros, entre los cuales sobresalen los de Majdanek y Treblinka, todos ellos situados en Polonia. La “historia oficial” prohijada por Occidente también oculta, como acertadamente lo señalara Angel Guerra, “el decisivo papel de los comunistas, que en la Europa ocupada llevaron el peso mayor de la resistencia y organizaron vigorosos movimientos guerrilleros en Yugoslavia, Grecia y Albania”, a lo cual deberíamos agregar también la lucha de los partisanos italianos, la resistencia francesa y la de los judíos que combatieron, como en el Ghetto de Varsovia, contra el holocausto. La ideología dominante oculta que fueron estas fuerzas de izquierda, y no el Plan Marshall, las que hicieron posible la reconstrucción democrática de Europa.
La sobrevivencia de la URSS ante la agresión nazi y el
triunfo del Ejército Rojo abrieron las puertas de una nueva etapa histórica
signada por el auge de las luchas anticolonialistas y por la liberación
nacional en Asia, Africa y América latina y por el avance democrático en muchos
países. Las burguesías europeas, temerosas del “contagio” del virus
revolucionario soviético, tuvieron que aceptar, a regañadientes, el avance en
la legislación social y laboral, la expansión de la ciudadanía y un cauteloso
proceso democrático. El “estado de bienestar” europeo, así como los populismos
latinoamericanos de aquella época, habrían sido imposibles de haber sido
derrotada la URSS. La negación de tan progresivo papel fue facilitada por la
aviesa asimilación hecha por la propaganda del “mundo libre” entre la heroica
epopeya soviética y la figura de Iósif Stalin a partir del estallido de la
Guerra Fría. Por supuesto que los crímenes del líder soviético son inocultables
e imperdonables, y constituyen una imperecedera mácula en la historia del
socialismo. Pero ofende a la verdad histórica menospreciar su actuación en la
Segunda Guerra Mundial –o desmerecerla por los tenebrosos procesos de Moscú o
los horrores de los Gulags– con lo cual no se mejora un ápice nuestra
comprensión de lo ocurrido en aquella contienda. Un estudioso para nada afecto
a este personaje y en cambio profundo admirador de su archienemigo Leon Trotsky
escribió en su célebre biografía política de Stalin que “estadistas y generales extranjeros fueron conquistados por el excepcional
dominio con el que se ocupaba de todos los detalles técnicos de su maquinaria
de guerra”. ¿Un juicio desafortunado de Isaac Deutscher? Nada de eso. Tal
como lo anota un gran estudioso del tema, el filósofo e historiador italiano
Domenico Losurdo, la aseveración de Deutscher coincide con la de Averell
Harriman, embajador de Estados Unidos en Rusia entre 1943 y 1946 y uno de los
más incisivos diplomáticos norteamericanos del siglo veinte. En sus memorias
dejó una elocuente pincelada del líder soviético al decir que “me parecía mejor informado que Roosevelt y
más realista que Churchill, en cierto modo el más eficiente de los líderes de
la contienda”. A 70 años del fin de la caída del fascismo alemán y ante la
debacle de la Unión Europea y el curso descendente del imperio norteamericano
estamos en condiciones de iniciar una discusión seria sobre la Segunda Guerra
Mundial, sacando a la luz el aporte decisivo de la URSS y proponiendo una
aproximación rigurosa a la figura de Stalin, cuyos crímenes son harto conocidos
pero que no alcanzan a eclipsar por completo los aciertos que habría tenido en
la conducción de lo que los rusos llaman “La Gran Guerra Patria”. Entre los
cuales, y no precisamente de menor importancia, está el haber reclutado una
joven generación de brillantes militares luego de la absurda purga que ordenara
hacer en vísperas de la guerra y que, a la postre, fueron quienes condujeron al
Ejército Rojo a su más gloriosa victoria y lograron que el mundo se desembarace
de la peste fascista.
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