La lucha de clases mundial es la que enfrenta en todo
momento de una forma u otra, pública o soterradamente a la minoría capitalista
con la humanidad trabajadora, el capital con el trabajo. La lucha de clases
particular, local, es la que se libra en cada pueblo, en cada nación o región
del planeta entre las burguesías y los pueblos trabajadores de esos lugares. No
puede existir una sin otra porque son formas de la misma esencia. El socialismo
es la fusión de estas dos expresiones de la unidad: la mundial y general, y la
nacional y local. Unidad que se reaviva al desarrollar formas nuevas en la
historia del capitalismo desde el siglo XV hasta ahora: mercantil y comercial,
industrial y bancario, financiero e imperialista, imperialista y especulativo
en la actualidad. En lo relacionado con el avance teórico-político, podemos
discernir cinco fases:
La primera fase es la presocialista, con luchas
heroicas y dignas de mujeres, pueblos esclavizados, campesinos, artesanos y
trabajadores urbanos. Sus resistencias se reflejan mal que bien pese a
censuras, represiones y mentiras, en sus mitos, religiones, tradiciones y
culturas populares. Valores y principios éticos con contenidos emancipadores
básicos que se enfrentaron a la opresión e injusticia. Pero a la vez, al final
de esta fase el pensamiento burgués crea los fundamentales argumentos contra
los que va a tener que enfrentarse el socialismo hasta nuestros días: la
economía política clásica, la filosofía kantiana, el eurocentrismo, la tesis
del contrato social y de los derechos humanos burgueses, el feroz
individualismo maltusiano y la sociología como «ciencia» antisocialista. Las
revoluciones de 1848 marcan el declive de esta fase, que es definitivo con la
derrota de la Comuna de París de 1871. En Nuestra América esta fase impresiona
porque ya existía antes de la invasión europea pero se multiplicó desde el
mismo 1492, con vibrantes y tenaces luchas que nos iluminan.
La segunda fase tiene una de sus fundamentales expresiones
teóricas en el Manifiesto Comunista de
1848 en donde se critican varios «socialismos»; «socialismo reaccionario» que
se divide en feudal, pequeñoburgués, y alemán o “verdadero”; el «socialismo
conservador o burgués»; y «el socialismo y el comunismo crítico-utópico». En el Manifiesto aparece una de las
fundamentales características del socialismo: la planificación estatal de la
economía con una programación estratégica. En esta fase se avanza teóricamente
en el Mensaje del Comité Central a
la Liga de los Comunista de 1850, El 18 Brumario… de 1852, etc.,
que marcan un hito y que junto a los Grundrisse que
empiezan a redactarse en 1857-58 y a la Contribución
a la Crítica de la Economía Política de 1859, van sentando las bases
de logros posteriores.
La complejidad de la estructura de clases, del Estado, de la
política, de las luchas nacionales y anticoloniales, etc., es desmenuzada
analíticamente en muchos textos de esta fase segunda que no podemos reseñar
ahora, excepto para explicar cómo en este período surge una respuesta
capitalista a las crisis de poder que, con el tiempo, derivará en el
nazifascismo. La crisis sociopolítica en el Estado francés es resuelta por su
clase dominante con el recurso del bonapartismo, forma autoritaria de gobierno
basada en una potente burocracia estatal en manos de un caudillo o dictador que
cuenta con algún apoyo de masas reaccionarias. Las iniciales críticas a la
burocracia estatal de la primera fase del socialismo se amplían y enriquecen
ahora mediante la crítica del bonapartismo.
La tercera fase se inicia con la creación de la I
Internacional de 1866-76 y el libro I de El Capital, de 1867, al que seguirá la Crítica del Programa de Götha en
1875, el Anti-Dühring de
1878, La mujer y el socialismo de
1879, El origen de la familia… de
1884, la Crítica del Programa de Erfurt de
1891, la primera edición inglesa Del
socialismo utópico al socialismo científico, de 1892, por citar algunos
textos. Empiezan a tomar forma algunas cuestiones centrales pero aún poco
definidas sobre cómo podrá ser la sociedad socialista futura y luego la
comunista. También se fortalece la conciencia del poder alienador e integrador
del capitalismo entre otras cosas gracias a las sobreganancias colonialistas y
de nación opresora, al fetichismo, etc., como se demostrará.
La derrota de la Comuna de 1871, la Gran Depresión de
1873-95, la II Internacional de 1889, las leyes antisocialistas de 1878-90 y
otras más, la oleada de luchas de 1905, las luchas anticoloniales y la
revolución mexicana de 1910, las contradicciones interimperialistas y la guerra
de 1914 son momentos que marcan el auge, la crisis y el hundimiento de esta
fase que deja decisivas lecciones para el socialismo, entre ellas la definitiva
formulación teórica del reformismo por un lado, y por el otro la también
definitiva formulación del ideario burgués más reaccionario después del
nazifascismo: la teoría marginalista o economía vulgar, padre del
neoliberalismo, y la sociología como «ciencia social» de los imperialismos.
La cuarta fase comienza con la guerra de 1914 y la
bancarrota de la II Internacional, y se simboliza en la revolución bolchevique
de 1917, fase que aporta lecciones totalmente vigentes pese a la implosión de
la URSS en 1991. En el tema de la concreción del socialismo hay aportaciones
decisivas: en 1917 Lenin publica El Estado y la revolución en donde,
entre otras muchas cosas, muestra que el socialismo es la antesala del
comunismo o la primera etapa limitada e imperfecta del comunismo pleno. El
Estado burgués debe ser destruido y debe crearse un Estado obrero sostenido en
el poder de los soviets, de los consejos obreros y populares, y en la más
profunda democracia socialista que devuelva la libertad a las mujeres y a los
pueblos oprimidos. Además, el avance al socialismo se librará luchando a vida o
muerte contra el imperialismo por lo que ha de ser una lucha internacional y a
la vez de liberación nacional. Por esto hay que crear la III Internacional en
1919 porque, entre otras muchas razones, el tránsito al socialismo puede ser
derrotado reinstaurándose el peor capitalismo.
Venimos insistiendo en que el enriquecimiento teórico del
socialismo y su misma definición va unida desde la década de 1840 a los
vaivenes, derrotas y victorias de la lucha de clases mundial, y la fase cuarta
lo confirmará de manera irrefutable. Los extraordinariamente ricos debates de
esta época son incomprensibles si olvidamos la extraordinaria brutalidad del
capitalismo mundial multiplicada desde entonces hasta ahora, ferocidad negada
por la historiografía burguesa.
La teoría del
imperialismo; del Estado; de la cuestión nacional; de la dialéctica; de la
burocracia; de la cultura socialista, de la familia y de la pedagogía; de la
libertad sexual; de las identidades de fondo entre los dilemas «socialismo o
barbarie» de 1915 y «caos o comunismo» de 1919; de la economía social y
cooperativa dentro de la planificación estatal, de la incompatibilidad entre
mercado y socialismo, del capitalismo de Estado bajo la democracia socialista,
de la extinción del valor y del dinero; de la socioecología en el socialismo;
del pueblo en armas y de la extinción del derecho; de las relaciones con
potencias imperialistas, del sindicalismo rojo, de la estabilización o crisis
del capitalismo y el fascismo; del materialismo histórico y la marcha
dialéctica y abierta o mecánica y cerrada de los pueblos del mundo al
socialismo; de la valía de los textos «juveniles» del marxismo, las purgas y la
ética socialista… esto y más llegará a niveles extremos con la Gran Crisis de
1929 que sólo acabará parcialmente en 1945, hasta concluir en 1991.
El Manifiesto
Comunista criticó los «socialismos» del momento. A finales del siglo
XIX crecen diversos reformismos que a partir de 1914 defenderán a muerte al
capitalismo en nombre del «socialismo». Las terribles condiciones internas y
externas que casi asfixian a la URSS facilitan su burocratización desde finales
de la década de 1920, lo que fuerza la aparición de socialismos que
reclamándose del marxismo llegan a enfrentarse entre sí durante una falsa
«guerra fría» que en realidad fueron y siguen siendo múltiples guerras
calientes con millones de víctimas desconocidas.
Guerras provocadas por el capital y los imperialismos, que
endurece su contraofensiva contra el socialismo en cualquiera de sus
expresiones para descargar sobre la humanidad trabajadora los costos de La
Crisis que estalla a finales de la década de 1960 y se agrava en 1973. El final
de la cuarta fase del socialismo en 1991 se precipita bajo estas agresiones
totales que dan un salto con el neoliberalismo y el ataque a los derechos y
conquistas sociales, ataque devastador contra la identidad trabajadora,
remilitarización imperialista, desregularicación financiero-especulativa,
ideología individualista extrema, negación de la lógica de la historia y
reactivación planificada de irracionalismos, esquilmación de la naturaleza,
privatización del conocimiento y de la vida, sobreexplotación de la mujer,
nueva esclavización de la infancia…
La quinta fase comenzó en medio de la derrota de un
socialismo que había dejado de serlo aunque conservaba restos de las conquistas
innegables de su esplendor perdido, logros que hay que actualizar porque son
imprescindibles ahora y mañana. Pero a la vez y muy significativamente, esta
derrota no hacía sino confirmar la razón teórica básica del socialismo crítico
y dialéctico, el que no había claudicado a los sucesivos cantos de sirena de la
II Internacional, de la burocracia estalinista, de la sociedad posindustrial y
del eurocomunismo en los ’70 y ’80; de la «tercera vía» socioliberal, de las
modas post, de la artificialidad vacua del negrismo y de los múltiples sujetos
aislados que se aglomeran en la multitud del 2000; del fin del trabajo y de la
nueva economía cognitiva, del populismo de los significantes vacíos, del
proletariado extinto sustituido por la gente, la ciudadanía, los de abajo, por
ese 99% opuesto al 1% que no expresa cualidad social alguna sino pobre
cuantificación sin sustancia.
Cada final de fase socialista ha conllevado un desplome de
los dogmas plomizos ya obsoletos y la recuperación de las ideologías burguesas
elaboradas en las antagónicas fases capitalistas. Resurgen así con nuevos
argumentos las clásicas luchas teóricas y filosóficas ya existentes en la
segunda mitad del siglo XIX. La diferencia actual es que el socialismo crítico
ha conservado y está actualizando los fundamentos teóricos que explican las
contradicciones capitalistas y que sustentan la estrategia comunista. Se
agudiza y radicaliza la unidad y lucha de contrarios teóricos irreconciliables
en medio de la Gran Depresión del siglo XXI que tiene una gravedad
cualitativamente superior a todas las crisis anteriores. La fuerza teórica del
socialismo dialéctico y crítico aparece ahora en toda potencia revolucionaria
porque es durante las crisis cuando se demuestra la certeza o incerteza de las teorías.
El socialismo, el marxismo, ha elaborado una crítica del
capitalismo basada en la demostración de que los capitales individuales se
centralizan y concentran en cada vez menos grandes corporaciones; en que este
proceso va unido al aumento de las masas de capital dedicadas a nuevas máquinas
y tecnología, aumentando así la composición orgánica del capital; esto hace que
la tasa media de beneficio tienda a la baja, lo que obliga a los capitalistas a
aplicar contratendencias que faciliten su recuperación; todo lo anterior hace
que aumente la proletarización social y que se socialice aún más la producción.
Todo ello hace que si bien aislada e individualmente algunos capitalistas
buscan racionalizar su negocio particular no tengan más remedio que, por un lado,
despedazarse, comerse unos a otros; por otro lado, aplastar a la clase obrera;
además, intentar monopolizar la ciencia para que no se beneficien otros
capitalistas y mucho menos los pueblos y Estados rebeldes; y por último
maximizar la destrucción de la naturaleza sin reparar en desastres a medio
plazo.
Resulta así que la enana racionalidad parcial se convierte
en incontrolable irracionalidad global. Cada vez menos burgueses se apropian de
mayor parte de la producción social, multiplicando la riqueza del capital y la
pobreza relativa y absoluta del trabajo. Al reducirse la capacidad de compra
del pueblo aumentan las mercancías que no se venden y los empresarios tienen
que gastar más en marketing, sector servicios y préstamos, pero también deben
ralentizar durante un tiempo la innovación tecnocientífica. Pero si la economía
productiva, el capital industrial no recupera su rentabilidad, entonces la
burguesía invierte los capitales sobrantes en negocios fáciles, finanzas
especulativas de riesgo, economía sumergida e ilegal, surgiendo así burbujas
cargadas de deudas impagables que estallan masificando la ruina y enriqueciendo
a la minoría.
Como se invierte poco en industria se va acumulando un
potencial productivo y científico que no se activa porque el capitalismo no
puede dar salida a las mercancías que se amontonan en los escaparates ante un
pueblo que sufre carencias y penurias. Tarde o temprano, tantas contradicciones
golpean la conciencia alienada de las masas, parte de las cuales giran a la
izquierda, otras a la derecha, permaneciendo un sector pasivo e indeciso.
Llegado ese momento es decisiva la existencia de organizaciones comunistas. La
burguesía endurece el control sociopolítico y reduce las libertades: su Estado
se prepara para mayores represiones. La lucha de clases se encrespa. En 2007 la
crisis que se venía fraguando desde hacía tiempo entró en su «fase oficial»
confirmándose de nuevo la teoría marxista pero de manera más grave e
inquietante. El socialismo tiene razón: el futuro será comunista o no será.
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