La reflexión autocrítica es vital, porque no es suficiente
dar por sentado teóricamente el carácter anticolonial, antiimperialista,
anticapitalista y ecosocialista de la revolución, ya que es con la reflexión
permanente sobre la praxis, como se irá desbrozando el camino de la
transición hacia una sociedad emancipada en la que impere la justicia, la
paz y “un modo sustancialmente
democrático de control social y autogestión general” como dice
Mészáros. Sin ese ejercicio, no hay garantía de que se mantenga la
direccionalidad estratégica en medio del asedio sin tregua del imperialismo y
sus lacayos, en su intento por apoderarse de la mayor reserva petrolera del
mundo.
El control social y la autocrítica definen la esencia
democrática y la viabilidad del proyecto revolucionario. Son un antídoto para inmunizarlo
del síndrome de la nomenklatura, al
impedir que la burocracia secuestre el poder para convertirse en la sepulturera
de la revolución. Su práctica no debe estar sujeta a razones “tácticas”,
atribuibles al momento electoral, ni debe ser diferida porque “los trapos
sucios se lavan en casa”, porque es en la falta de transparencia donde se
asienta la corrupción, el burocratismo y las ineficiencias que le dan armas al
enemigo, comprometiendo el futuro de la revolución ¿Podría emerger una cultura
autogestionaria y contrahegemónica en la base popular, sin la crítica
permanente al poder constituido? ¿Es congruente con el “golpe de timón”
invisibilizar el impacto determinante que tiene la política económica actual,
en la escalada inflacionaria que evapora el salario y en la escasez que agobia
a los venezolanos? ¿Hay un plan socialista para salir de la crisis? Como dice
el canto de Alí Primera, “el pueblo
es sabio y paciente”...pero su paciencia no es infinita.
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