Claudio Katz
En los años 70 Agustín Cueva fue el principal crítico
marxista de las Teorías de la Dependencia. Objetó la tesis del desarrollo
asociado, cuestionó la visión metrópoli-satélite y mantuvo intensas polémicas
con Bambirra, Dos Santos y Marini. Pero a partir de confluencias políticas, en
la década siguiente participó de un reencuentro teórico que modificó el
abordaje del subdesarrollo.
Funcionalismo sin sujetos
Cueva sobresalió como un intelectual muy creativo. Se forjó
en el ambiente localista de Ecuador, absorbió concepciones estructuralistas en
Francia y maduró su novedosa mirada historiográfica en México. Compartió
ciertas estrategias políticas con los partidos comunistas, pero cuestionó el
dogmatismo imperante en la URSS (Prado, 1992).
Sus debates con la teoría de la dependencia comenzaron con
tres objeciones al esquema de Cardoso-Faletto. Criticó, en primer término, el
uso de criterios funcionalistas para explicar la historia de América Latina,
señalando que el “desarrollo hacia adentro” o las “colonias de explotación”
carecían de la consistencia explicativa. Retrataban peculiaridades de ciertas
áreas o singularidades de los productos exportados, pero no aportaban criterios
para la interpretación del subdesarrollo.
Cueva puntualizó que las ventajas o inconvenientes generados
por los recursos de cada región no clarifican la lógica capitalista, ni
esclarecen las aptitudes diferenciadas para la acumulación. Señaló que sólo los
conceptos marxistas de fuerzas productivas, relaciones de producción y lucha de
clases facilitan ese análisis (Cueva, 1976).
El pensador ecuatoriano estimó que Cardoso soslayaba los
procesos histórico-sociales en todas sus caracterizaciones. Señaló que FHC
ofrecía una descripción de las ventajas del control nacional sobre los recursos
(México) frente a su administración foránea (pequeños países de Centroamérica).
Destacó que también retrataba las conveniencias de ciertas alianzas políticas para
incentivar la industrialización (Brasil en los años 60) u obstruirla (Argentina
en el mismo periodo) (Cueva, 1973:102).
Pero el teórico andino puntualizó que en ese pantallazo, los
desequilibrios de la acumulación capitalista eran tan omitidos como los conflictos
entre los grupos dominantes.
Cueva objetó, en segundo lugar, el razonamiento
“externalista” de Cardoso. Destacó que su enfoque sustituía el análisis de cada
economía latinoamericana por una simple constatación de inserciones en el
mercado mundial. Señaló que la contraposición entre situaciones de enclave y
control nacional de los recursos nacionales registraba conexiones externas, sin
indagar la dinámica endógena del desenvolvimiento de cada país.
Estimó que la omisión de la dimensión agraria ilustraba ese
desconocimiento de los procesos internos. Destacó especialmente la ausencia de
referencias a los conflictos entre campesinos y latifundistas, que determinaron
los principales desenlaces progresivos (México) o regresivos (Perú, Colombia)
de la historia regional. Observó que en muchas circunstancias esos procesos
fueron más determinante del subdesarrollo que las exacciones externas.
En tercer lugar, Cueva advirtió la total ausencia de sujetos
populares en la radiografía expuesta por Cardoso. Remarcó que presentaba al
pueblo como un acompañante pasivo de las alianzas tejidas por las burocracias
con las clases dominantes.
El teórico ecuatoriano señaló que FHC sólo reconocía cierta
gravitación de la clase media, ignorando por completo a los obreros, campesinos
o desposeídos. Estimó que ese desconocimiento obstruía cualquier análisis de lo
acontecido en un continente convulsionado por rebeliones y resistencias
populares (Cueva, 1976).
Con esta temprana percepción del funcionalismo, el
externalismo y la omisión de las confrontaciones de clases, Cueva puso de
relieve defectos en la obra de Cardoso, que los teóricos marxistas de la
dependencia resaltaron con mayor tardanza (Katz, 2016).
Exogenismo mecánico
Cueva objetó también la visión externalista del esquema
metrópoli-satélite y la interpretación del subdesarrollo como un resultado
exclusivo de la inserción subordinada en el mercado mundial (Cueva, 1979a:
7-11).
Cuestionó el énfasis unilateral de Frank en los
desequilibrios exógenos, señalando que América Latina no era dependiente por su
integración en el mercado mundial, sino por la obstrucción interna a su
desarrollo. Observó que el predominio de rentas improductivas generadas por la
primacía de las haciendas, plantaciones y latifundios bloqueó más la acumulación
de capital, que las succiones coloniales o imperiales .
El pensador ecuatoriano atribuyó los errores de Frank a su
asimilación acrítica de los enfoques de la CEPAL, exclusivamente centrados en
el deterioro de los términos de intercambio. Señaló que esa mirada indujo a
generalizaciones excesivas y a suponer que todas las sociedades
latinoamericanas están cortadas por un mismo patrón.
Cueva destacó que el simplificado modelo de satélites y
metrópolis omite las diferencias entre economías tan disimiles como Chile y
Brasil. Cuestionó también la atención excluyente a l comercio en desmedro de la
producción, como principal determinante del subdesarrollo (Cueva, 1986) .
Varios autores de la época tipificaron ese defecto con el término de
“circulacionismo”.
El crítico andino también cuestionó las conclusiones de su
colega alemán. Estimó que la conocida fórmula para describir el retraso
latinoamericano (“desarrollo del subdesarrollo”) sugería un erróneo escenario
de estancamiento.
Cueva objetó la identificación de una situación dependiente
con bloqueos a cualquier expansión y propuso indagar a Latinoamérica como un
eslabón débil del desarrollo desigual del capitalismo. Resaltó que la
competencia y la inversión son incompatibles con el estancamiento, en un sistema
sujeto a espirales de contradicciones (Cueva, 1977: 98-113, 437-442).
El teórico ecuatoriano criticó, además, la desconsideración
por los antagonismos entre opresores y oprimidos. Cuestionó la sustitución
analítica de las luchas y las sublevaciones por meras clasificaciones de
satélites.
Frank no respondió. Se limitó a registrar esos señalamientos
como un indicio del impacto generado por su propia obra. Esta actitud fue
congruente con el abandono de la Teoría de la Dependencia que consumó al poco
tiempo de haberla formulado (Frank, 1970: 305-327).
Posteriormente retomó el tema afirmando que su enfoque nunca
privilegió el comercio, ni desconoció las dimensiones endógenas. Pero no aportó
argumentos para justificar esa opinión (Frank, 2005).
Las observaciones de Cueva sintonizaron con objeciones de
otros analistas, que remarcaron “unilateralidades” del enfoque
metrópoli-satélite (Vitale, 1981), su “exagerado dependentismo” (Martins, 2009)
o su “pesimismo apocalíptico” (Boron, 2008).
Problemas del pan-capitalismo
La crítica de Cueva se extendió al diagnóstico del
capitalismo comercial instaurado en América Latina desde el siglo XVI. Frank
afirmaba que desde esa época predominó en la región un sistema de producción
orientado por el mercado. Expuso esa tesis en polémica con las teorías del
pasado feudal, señalando que nunca rigió una economía cerrada o meramente rural
(Frank, 1970: 31-39, 167-168).
Cueva remontó también el origen del subdesarrollo a la
colonia, pero no atribuyó ese problema al comercio. Recordó la devastación
sufrida durante la “des-acumulación originaria” impuesta por la conquista y
señaló que esa depredación no instauró modalidades capitalistas (Cueva, 1973:
65-78).
El pensador andino criticó la identificación del capitalismo
con el intercambio comercial. Contrapuso la asociación de ese sistema con la
economía monetaria (Adam Smith), a su presentación como un modo de producción
basado en la explotación del trabajo asalariado (Marx). Subrayó que el
capitalismo presupone procesos industriales de extracción de plusvalía,
inexistentes en esa época no sólo en América Latina, sino también en Europa.
Cueva remarcó la preeminencia inicial en América Latina de
regímenes pre-capitalistas estrechamente conectados con el naciente mercado
mundial. Objetó el simplificado contrapunto entre los intérpretes de la
colonización feudal y capitalista, destacando la imposibilidad de corroborar
ambas caracterizaciones. Propuso incorporar la noción de formaciones
económico-sociales para resolver ese problema (Cueva, 1988).
Señaló que las articulaciones de variados modos de
producción rigieron desde la conquista hasta el siglo XIX (Cueva, 1979a:
60-68). D istinguió especialmente tres modalidades: la servidumbre en la
hacienda, la esclavitud en las plantaciones y el trabajo asalariado en los
latifundios. Entendió que esta atención por la forma de explotación imperante
era más congruente con el marxismo, que la jerarquización analítica del
comercio exterior. Rechazó el pan-capitalismo de Frank por reducir cuatro
siglos de historia a la primacía de un modo de producción contemporáneo (Cueva,
1978).
El pensador ecuatoriano también destacó que el concepto de
formaciones económico-sociales era indispensable para comprender el
subdesarrollo desigual de América Latina. Estimó que lo ocurrido en cada
proceso nacional se explicaba por la disolución de las bases pre-capitalistas,
que precedieron al afianzamiento de los modelos oligárquicos predominantes
desde el siglo XIX (Cueva, 1982).
El teórico andino ubicó el origen contemporáneo del
subdesarrollo en la consolidación de la gran propiedad rural y describió cómo
las repúblicas balcanizadas impidieron el surgimiento de los farmers. Situó la causa central del
atraso latinoamericano en la carencia (Ecuador, Brasil) o insuficiencia de
transformaciones agrarias (México, Bolivia).
Esta relevancia asignada a los determinantes internos del
subdesarrollo sintonizó con otras miradas igualmente inspiradas en el enfoque
althusseriano (Howard; King, 1989: 205-215). Todas rechazaban las
contraposiciones tradicionales entre feudalismo y capitalismo, subrayando el
predominio de mixturas condicionadas por la penetración desigual e insuficiente
del capitalismo.
Estas visiones empalmaron con las objeciones dentro de la
propia teoría marxista de la dependencia a la omisión de las estructuras
internas y con la crítica a la falsa equiparación de situaciones coloniales y
contemporáneas (Dos Santos, 1978: 303-304, 336-337; Marini, 1973:19). Estos
cuestionamientos resaltaron el olvido de las raíces
de la dependencia en el plano productivo (Chilcote, 1983) y
convergieron con otros críticos de la tesis del capitalismo vigente en América
Latina desde 1492 (Salama, 1976:13).
Cueva también objetó el desconocimiento del protagonismo que
tuvieron las clases populares en la historia latinoamericana. Señaló que Frank ignoró esa incidencia en
las luchas por la Independencia y en las revoluciones agrarias, nacionales
o antiimperialistas de la centuria posterior (Cueva, 1979a: 69-93).
El teórico ecuatoriano abordó el estudio del pasado desde
una óptica de los oprimidos (“historia por abajo”), para subrayar cómo ese
legado nutrió la cultura de la izquierda.
Propició un enfoque que despuntaba también en teóricos
marxistas de otras regiones. Los historiadores ingleses, por ejemplo,
exploraban en esa época una nueva síntesis entre el papel de estructuras
económicas y el rol definitorio de la lucha social (Kaye, 1989).
¿Singularidad metodológica?
Cueva también criticó el status teórico del concepto
dependencia. Objetó la enunciación de leyes específicas del capitalismo
subordinado, señalando que esos principios sólo se corresponden con la
universalidad de los modos de producción, sin aludir al centro o a la periferia. Precisó
que las formaciones sociales específicas no están sujetas a ningún tipo de
legalidad (Cueva, 1976).
El pensador ecuatoriano formuló estas observaciones en
términos genéricos, pero reprochó la errónea búsqueda de leyes peculiares
a “un autor tan riguroso” como Marini.
Cueva no cuestionó la existencia de una dinámica específica
de la economía latinoamericana. Objetó su presentación como leyes, señalando
que esas reglas explican el funcionamiento del feudalismo o el capitalismo, sin
extenderse a los ámbitos peculiares de esos sistemas (Cueva, 1979b).
El pensador andino no profundizó en las consecuencias
epistemológicas de su planteo. No pretendía iniciar una controversia
filosófica, sino aportar argumentos al debate con los teóricos del singularismo
regional. Por eso le cuestionó a Cardoso su búsqueda de originalidades
latinoamericanas y rechazó la vehemencia identitaria de muchos auspiciantes de
las ciencias sociales latinoamericanas.
Cueva tenía preocupaciones inversas a Marini. En vez de
lamentar la ausencia de autores localizados en la región, resaltaba el exceso
de provincialismo y la escasa absorción de ideas universalistas. Desechaba la
existencia de “categorías nuestras” y confrontaba con las mitologías
regionalistas (Cueva, 1979a: 83-93).
En este debate Cueva prolongaba la batalla que había librado
en Ecuador contra la ideología del mestizaje. Denunciaba el retrato
imaginario de una armónica convivencia entre pueblos, que difundían los
pensadores de las clases dominantes. Estimaba que ese idílico universo encubría
la opresión ejercida por las elites adineradas y cuestionaba esa demagogia
nacionalista desde una postura socialista (Tinajero, 2012: 9-35).
Esta oposición al nacionalismo populista explica la
hostilidad de Cueva a la pretensión de elevar el status conceptual de la teoría
de la dependencia. Rechazó esa aspiración afirmando que América Latina estaba
regida por principios generales del capitalismo.
Para el teórico ecuatoriano las sociedades latinoamericanas
era particulares, pero no originales y la indagación de sus dinámicas no
implicaba descubrir leyes propias de la región.
Pero sus críticas sólo eran pertinentes para los pensadores
que recurrían a explicaciones espiritualistas de la identidad latinoamericana o
para los constructores de forzados de destinos nacionales. Ninguno de esos
defectos se verificaba en los teóricos marxistas de la dependencia. Las
acusaciones de nostalgia nacionalista contra varios integrantes de esa
corriente carecían de justificación.
No sólo Dos Santos, Marini y Bambirra postulaban enfoques
socialistas con miradas universalistas. Cardoso mantenía afinidades con el
cosmopolitismo liberal y Gunder Frank con variantes libertarias de ese mismo
ideario. El equívoco de Cueva estuvo muy influido por el tenso clima político
de los años 70.
El balance de la Unidad Popular
Todos los participantes del debate de la dependencia
estuvieron personalmente involucrados en la experiencia de la Unidad Popular
chilena. Al igual que sus colegas, Cueva tuvo enormes expectativas en un
desemboque socialista de ese proceso. Describió esa oportunidad en un país con
excepcionales tradiciones de continuidad institucional. Señaló que ese legado
facilitó el triunfo electoral de la izquierda, pero fue también utilizado por
el pinochetismo para preparar el golpe.
Cueva estimó que la derecha demostró una voluntad de poder
ausente en la UP. Esa coalición buscó acuerdos con la oposición y no supo
utilizar el respaldo popular para desbaratar la asonada.
El pensador ecuatoriano retrató el papel arbitral de Allende
y la confianza socialdemócrata en el legalismo. Pero también criticó la
conducta “aventurera” del MIR por su promoción de acciones directas “utilizadas
por la derecha” (Cueva, 1979a: 97-140).
Marini extrajo un balance totalmente opuesto. Identificó el
triunfo de la UP con la apertura de un proceso revolucionario y responsabilizó
al Partido Comunista por la frustración de ese curso. Criticó especialmente la
hostilidad de esa organización a cualquier desborde del marco político burgués.
El economista brasileño estimó que Allende quedó entrampado
en una tolerancia suicida del golpe. Señaló que el MIR nunca realizó acciones
adversas a la UP. Al contrario colaboró con ese gobierno, promovió comités para
sostenerlo, alentó la reforma agraria y la continuidad de la producción
saboteada por los capitalistas (Marini, 1976a). Reivindicó al mismo tiempo el
intento de gestar formas de poder alternativo para contener a Pinochet (Marini,
1976b).
Dos Santos coincidió con Marini. Integraba el Partido
Socialista y proponía la unión de toda la izquierda para radicalizar el proceso
abierto con el gobierno de Allende (Dos Santos, 2009:11-26).
En una mirada retrospectiva la balanza de la discusión se
inclina a favor de Marini. El teórico de la dependencia captó la disyuntiva
imperante en 1970-73 entre el debut del socialismo y el triunfo de la reacción.
Cueva eludió ese dilema con enunciados contradictorios.
El escritor ecuatoriano objetó tanto la miopía institucionalista
como la acción directa, sin aclarar cuál de los dos problemas fue determinante
del trágico desenlace. Mientras que la izquierda de la UP fomentaba el poder
popular, el sector conservador de ese frente buscaba una alianza con la
Democracia Cristiana, para gestar una etapa de capitalismo nacional.
Cueva sugirió una tercera opción sin explicar cómo podría
implementarse. Criticó la supresión de etapas intermedias y el desconocimiento
de la correlación de fuerzas (Cueva, 1979a: 7-11). Pero Marini tomaba en cuenta
ambos problemas al apoyar las iniciativas desde abajo en los cordones
industriales y las comunas agrarias.
Tanto Cueva como Marini promovían la conversión de los
triunfos electorales de la izquierda en dinámicas radicales de conquista del
poder. Pero confrontaron duramente en la definición de las estrategias para
alcanzar ese objetivo. Esta divergencia se proyectó a otros planos y generó
drásticas críticas (Cueva, 1988) y virulentas defensas de la Teoría de la
Dependencia (Marini, 1993; Dos Santos, 1978: 351, 359, 361; Bambirra, 1978:
40-73).
Endogenismo tradicional y transformado
Aunque Cueva compartió la estrategia de muchos partidos
comunistas, no cuestionó la Teoría de la Dependencia desde ese alineamiento. Su
enfoque contrastó con las objeciones formuladas por esa corriente.
Los exponentes del comunismo oficial criticaban el rechazo
de Frank, Marini y Dos Santos a la política de alianzas con la burguesía
nacional. Señalaban que con esa oposición se negaba la primacía de la lucha
antiimperialista, se desconocía la necesidad de los frentes poli-clasistas, se
desvalorizaba al campesinado y se omitía la centralidad de la lucha democrática
(Fernández; Ocampo, 1974).
Pero en los hechos las alianzas con las “burguesías
progresistas” conducían a esos desaciertos. Esos grupos dominantes adoptaban
posturas regresivas de atropello a los trabajadores y de sostén de la
represión. El oficialismo comunista no registraba, además, las potencialidades
socialistas abiertas con la revolución cubana, que dos teóricos de la
dependencia expusieron en un elaborado texto ( Dos Santos; Bambirra, 1980).
Cueva no participó en esas discusiones, ni repitió las
acusaciones que recibía el dependentismo por su parentesco con la “ideología
burguesa”. Ese cuestionamiento resaltaba el contenido filosófico “idealista” de
esa concepción, subrayando su desatención por las problemáticas materialistas
de la relación del capital con el trabajo (Angotti, 1981). También alertaba
contra la existencia de una confusa variedad de conceptos de la dependencia,
que eran aprovechados por los autores pro-imperialistas.
La inconsistencia de estas observaciones salta a la vista en
cualquier lectura contemporánea. Pero los disparos verbales sin contenido eran
muy frecuentes en una época de razonamientos orquestados en torno a fidelidades
o herejías hacia el partido. Cueva se ubicó en un ámbito político próximo al
comunismo sin compartir esos códigos. Nunca sustituyó la reflexión por la
demolición de los disidentes.
Tampoco crucificó a los teóricos de la dependencia por su
resistencia a endiosar a la Unión Soviética, ni estimó que le “hacían el juego
al imperialismo” por soslayar panegíricos del “campo socialista”.
El pensador ecuatoriano desenvolvió, en cambio, los
argumentos endogenistas sugeridos por varios críticos comunistas de la teoría
de la dependencia. Transformó vagas observaciones en sólidos planteos,
objetando especialmente la atención unilateral por los procesos de circulación
comercial, en desmedro de la dinámica productiva del capitalismo.
Cueva resaltó también la importancia de priorizar el atraso
agrario como explicación del subdesarrollo subrayando el peso del latifundio, la
gravitación de la renta y la incidencia del campesinado. Postuló que la asfixia
endógena generada por el estancamiento agrario era más gravitante que la
exacción exógeno-imperial.
Pero a diferencia del endogenismo tradicional, Cueva nunca
atribuyó el retraso de la región a la persistencia de resabios feudales, ni
planteó la necesidad de una alianza con la burguesía para superar esa rémora.
El teórico andino desenvolvió la crítica al exogenismo de
Frank sin compartir los preceptos del endogenismo tradicional. Rechazó el
mecánico esquema de etapas históricas sucesivas y razonó con criterios de
desarrollo desigual y combinado.
En su madurez Cueva ponderó la atención de la Teoría de la
Dependencia al lugar internacional de América Latina, pero continuó señalando
la carencia de nítidas conexiones analíticas con los parámetros locales.
Resaltó la génesis nacional del capitalismo y subrayó los determinantes
internos de la acumulación. Buscó por esa vía aportar fundamentos endógenos al
dependentismo.
Coincidencias contra el pos-marxismo
Con el afianzamiento de las dictaduras la Teoría de la
Dependencia perdió gravitación. En los años 80 algunos autores diagnosticaron
la disolución de esa escuela, junto al declive de los proyectos emancipación
(Blomstrom; Hettne, 1990: 105, 250-253).
Ese retroceso no obedeció a miradas erróneas de la realidad
latinoamericana, sino a las derrotas sufridas por los movimientos
revolucionarios. Los conceptos de la dependencia no sucumbieron. F ueron
silenciados por la contra-reforma neoliberal (López Hernández, 2005). La teoría
que dominó el escenario precedente quedó relegada por motivos políticos y
perdió interés entre nuevas generaciones distanciadas de la radicalidad
anticapitalista.
La derrota electoral del Sandinismo en 1989 inauguró un
repliegue de los proyectos socialistas, que se profundizó con la implosión de
la Unión Soviética. La Teoría de la Dependencia decayó como consecuencia de ese
retroceso.
Cueva y Marini receptaron de inmediato el golpe e iniciaron
un proceso de aproximación en numerosos terrenos, aunque disintieron en la
caracterización de las dictaduras.
El pensador ecuatoriano definió a esas tiranías como
regímenes fascistas, equiparables a la barbarie de entre-guerra (Cueva, 1979a:
7-11). El teórico brasileño resaltó, en cambio, las diferencias con lo ocurrido
en el Viejo Continente. Destacó la debilidad de las burguesías latinoamericanas,
que aceptaban el rol sustituto de los militares sin forjar bases propias de
sustentación política (Marini, 1976b).
Más allá de estos matices, ambos pensadores convergieron de
inmediato en la prioridad de la resistencia democrática. Cuando decayeron las
tiranías denunciaron los pactos concertados por los partidos tradicionales con
los militares para perpetuar la cirugía neoliberal.
Cueva desplegó una intensa polémica con los autores que
justificaban esas negociaciones. Señaló que esos acuerdos socorrían a los
gendarmes, consagraban su impunidad y garantizaban las transformaciones
regresivas del neoliberalismo (Cueva, 2012). Marini expuso la misma denuncia,
mediante categóricos rechazos de la tutela militar de las transiciones
pos-dictatoriales.
Pero la principal batalla convergente de Cueva y Marini fue
la crítica a los intelectuales pos-marxistas (Laclau). Estos autores
abandonaron el análisis de clase, desecharon la centralidad de la opresión
imperial y consideraron perimida la acción de la izquierda. También
redescubrieron la socialdemocracia y se reencontraron con los viejos partidos
dominantes (Chilcote, 1990).
En este escenario Cueva y Marini concentraron todos sus
dardos en la defensa del antiimperialismo y el socialismo y polemizaron con la
presentación mistificada del capitalismo como un régimen inmodificable.
El escritor ecuatoriano también modificó en ese período su
valoración del populismo. En vez de resaltar la funcionalidad de esa vertiente
para la ideología burguesa, subrayó el fermento que aportaba a las concepciones
jacobinas, que en América Latina enlazaban al nacionalismo radical con el
socialismo (Cueva, 2012: 183-192).
En el mismo período Marini retornó a Brasil después de 20
años de exilio y enfrentó la hostilidad de los ex dependentistas acomodados en
el universo académico. Denunció ese amoldamiento y retomó sus debates con
Cardoso ( Marini, 1991) . La confluencia con Cueva fue un resultado natural de
esa batalla contra adversarios comunes.
Reencuentro con la dependencia
Cueva y Marini encararon una discusión también convergente
con los teóricos neo-gramscianos (Aricó, Portantiero). Esa corriente
reformulaba el pensamiento del comunista italiano, para derivar de ese enfoque
una visión laudatoria de la democracia. Ignoraba el perfil distintivo de ese
sistema político en los diversos regímenes sociales y estimaba que el
antiimperialismo y la dependencia eran conceptos obsoletos.
Cueva rechazó esa visión presentado nuevos datos de la
subordinación económica y el sometimiento político de América Latina. Ilustró
cómo la dependencia se había acentuado con el agravamiento del endeudamiento
externo (Cueva, 1986).
El teórico ecuatoriano señaló que el subdesarrollo persistía
junto a los procesos de modernización. Resaltó la combinación de pobreza y
opulencia vigente en Brasil (“Belindia”) y demostró la inexistencia de una
aproximación de la economía latinoamericana con los países centrales (Cueva,
1979a: 7-11).
Con esta exposición Cueva precisó sus caracterizaciones
anteriores. Afirmó que en los años 70 había criticado a la Teoría de la
Dependencia desde posturas de izquierda, antagónicas con los cuestionamientos
derechistas que observaba veinte años después. Declaró su total oposición a
estas miradas y revalorizó los aciertos de la concepción que había cuestionado.
Cueva ratificó su proximidad con la Teoría de la
Dependencia, aclarando que nunca negó la sumisión latinoamericana al orden
imperial. Ratificó su pertenencia al mismo ámbito antiimperialista de los
autores que objetó en el pasado. Señaló que sólo pretendió completar el enfoque
dependentista, para superar su desconsideración de los determinantes internos
del subdesarrollo (Cueva: 1988).
El pensador ecuatoriano expuso esta reconsideración con
elogios al trabajo de Marini (Cueva, 2007:139-158) y a las posturas adoptadas
por Dos Santos durante su retorno a Brasil (Cueva, 1986). A su vez, Marini
reivindicó las críticas de Cueva a los intelectuales pos-marxistas y ponderó
sus diferencias con otros autores endogenistas (Marini, 1993).
El camino inverso
Cueva fue el último exponente del endogenismo marxista y el
precursor de una síntesis con la Teoría de la Dependencia. Buscó soluciones en
el marxismo latinoamericano a los cuestionamientos que afrontaba esa última
concepción. Siguió un rumbo contrario a otros pensadores de su tradición, que
optaron por el rechazo del esquema centro-periferia y adoptaron una teoría
comparativa de los capitalismos nacionales.
En ese curso se embarcó, por ejemplo, el inspirador francés
de la Teoría de la Regulación, Alain Lipietz. Este pensador no trabajó
específicamente la problemática latinoamericana, pero asimiló en sus inicios el
mismo marxismo althusseriano de Cueva.
Con ese fundamento conceptual estudió la dinámica de los
modos de producción articulados buscando comprender la singularidad de los
modelos nacionales. Desde esa óptica expuso también fuertes objeciones a la
Teoría de la Dependencia por su desconsideración de las condiciones internas
(Lipietz, 1992: 20, 34-39, 62).
Pero a medidos de los 80 declaró su “cansancio” con el
antiimperialismo y las interpretaciones marxistas del subdesarrollo . Objetó el
principio de la polarización mundial, señalando que no existe un lugar
predeterminado para cada economía en la división internacional del trabajo.
Subrayó la existencia de muchos sitios disponibles para situaciones de
dependencia o autonomía (Lipietz, 1992: 12-14, 25-30, 38-41).
El teórico francés concluyó este razonamiento ponderando la
existencia de una gran variedad de capitalismos nacionales, cuyo rumbo es
definido por las elites gobernantes, en función de escenarios sociales e
institucionales cambiantes.
Esta tesis nutrió la Teoría de la Regulación -que mixturaba
marxismo con heterodoxia keynesiana- y derivó posteriormente en las
concepciones social-desarrollistas, que promueven esquemas de capitalismo
redistributivo.
En este enfoque se verifican dos problemas que Cueva logró
evitar. Por un lado, el abandono del horizonte socialista condujo a Lipietz, a
concebir márgenes ilimitados del capitalismo para lidiar con sus propios
desequilibrios.
Esa mirada supone que el mercado puede ser mejorado
perfeccionando las instituciones, que la rentabilidad puede ser acotada con
regulaciones estatales, que la explotación puede neutralizarse y que las crisis
son manejables con dispositivos macro-económicos.
Con esos presupuestos de capitalismo auto-correctivo se
promueve el régimen de acumulación más conveniente, para un sistema que siempre
encontraría soluciones a sus contradicciones. De la descripción inicial de
formas variadas del capitalismo se pasa a un diagnóstico de auto-superación de
ese sistema, mediante tránsitos de un régimen de acumulación a otro (Husson,
2001:171-182).
El segundo problema de esta modalidad de endogenismo burgués
es la omisión de los condicionamientos objetivos que impone la mundialización.
Se supone que el capitalismo vigente en cada país constituye una elección
soberana de sus ciudadanos.
Al resaltar la determinación puramente interna del curso
imperante en cada nación se olvida cómo el capitalismo mundializado modela esas
dinámicas nacionales.
La hostilidad a la teoría de la dependencia termina
resucitando creencias de libre elección e imaginarios de capitalismo electivo.
Cueva sorteó esos desaciertos al intuir las nuevas modalidades de subdesarrollo
que genera la mundialización.
La síntesis teórica
Claudio Katz |
El camino de convergencia con Marini seguido por Cueva abrió
el rumbo para una síntesis teórica. Ese empalme quedó planteado por el
alineamiento de Cueva en el campo del dependentismo, no sólo como reacción frente
a las críticas derechistas. El escritor andino reconoció la validez general de
la vertiente marxista de esa concepción y distinguió ese enfoque de las
simplificaciones de Frank y las inconsistencias de Cardoso.
Esta reconsideración permitió entender que la interpretación
endogenista no era incompatible con la caracterización dependentista del
subdesarrollo latinoamericano. Convergían de la misma forma que sintonizaron
los marxistas de posguerra en la evaluación de la relación centro-periferia.
Las mismas afinidades que conectaron a Sweezy-Baran, Amin y Mandel aunaron a
los teóricos sudamericanos.
El encuentro de Cueva con Marini permitió decantar la teoría
de la dependencia, depurar sus conceptos e incorporar aportes de otros
pensadores. Esa síntesis fue un proceso de maduración simultánea. Al mismo
tiempo que Cueva revalorizó la obra de sus viejos contendientes, Marini, Dos
Santos y Bambirra afianzaron su distanciamiento de Frank y Cardoso.
La aproximación de endogenistas y exogenistas no implicó
unanimidad, ni coincidencia plena. Cueva reafirmó su desacuerdo con varios
conceptos de Marini. Resaltó el interés de los diagnósticos del ciclo
productivo dependiente, pero remarcó la supremacía de la dimensión financiera .
El pensador ecuatoriano tampoco consideró satisfactorio el
concepto de superexplotación, que siguió observando como una variante de la
pauperización absoluta. Pero defendió enfáticamente a Marini de las acusaciones
de “estancacionismo”, recordando que ese defecto signó la obra de Furtado (Cueva,
2012: 199-200) .
En la síntesis de Marini con Cueva se encuentran los pilares
de una caracterización integral del status de América Latina. Partiendo de la
condición subordinada y retrasada de la zona, esa visión permite distinguir
tres niveles de análisis.
En el plano económico la región es subdesarrollada en
comparación a los países avanzados. En la división internacional del trabajo
Latinoamérica ocupa un lugar periférico, contrapuesto a la inserción
privilegiada que detentan las potencias centrales. En el aspecto político
padece dependencia, es decir márgenes de autonomía estrechos y contrapuestos al
rol dominante que ejercen los imperios.
Subdesarrollo, periferia y dependencia constituyen, por lo
tanto, conceptos conectados a una misma condición. Estas tres nociones no
aparecen claramente diferenciadas en Cueva y en Marini, pero han sido
precisadas por autores posteriores (Domingues, 2012) .
El marxista ecuatoriano y sus pares brasileños sugirieron
una nítida interrelación entre los tres conceptos. Señalaron que la
subordinación periférica al mercado mundial define distintos niveles de
subdesarrollo, que son acentuados por la dependencia política.
Cueva y Marini resaltaron los márgenes reducidos que tiene
América Latina -bajo el capitalismo- para modificar su status. Esta óptica
difiere del camino abierto al desarrollo que imaginó Cardoso a partir de los
años 80. También discrepa del sendero complemente cerrado a cualquier
alteración que supuso Frank en la década del 70.
Los teóricos marxistas realizaron, además, exploraciones muy
originales de las diferencias existentes al interior de la región. Cueva
presentó un esquema de subdesarrollo desigual determinado por el grado de
penetración capitalista vigente en cada país. Bambirra expuso una detallada
clasificación de esas variedades y Marini investigó las singularidades de la
economía más industrializada de la región.
En este abordaje cada autor jerarquizó distintas
localizaciones. Cueva centró su atención en los países con resabios
pre-capitalistas y Marini en las estructuras de mayor desenvolvimiento fabril.
Por esa razón el primer autor utilizó criterios endógenos
aptos para el estudio del subdesarrollo agrario. El segundo privilegió en
cambio parámetros de conexión con el mercado mundial, que son más útiles para
comprender los desequilibrios de las economías semiindustrializadas.
Convergencia metodológica
Una síntesis de Cueva con Marini permite superar la
contraposición entre primacía del abordaje interno o externo en la
interpretación del subdesarrollo.
Cueva criticó el externalismo simplificador, indagando cómo
rigió en América Latina una articulación variable de los modos de producción,
como consecuencia del insuficiente desarrollo capitalista. Analizó la cadena de
determinaciones recíprocas que se estableció entre elementos internos
retrasados y componentes externos avanzados . Por su parte Marini indagó de qué
forma el capitalismo internacional condiciona todas las relaciones internas de
la región.
La maduración de ambas miradas contribuyó a dejar atrás
posiciones binarias igualmente reduccionistas. El énfasis en la subordinación
externa o en la carencia del desarrollo interno -como causa del retraso- debe
modificarse según la etapa histórica analizada o la zona específicamente
estudiada.
Es evidente que la devastación externa fue el dato central
en las primeras décadas de la conquista de América, mientras que la regresión
interna prevaleció durante la fase posterior de consolidación del latifundio. A
su vez la depredación externo-colonial padecida por los enclaves mineros
difirió del estancamiento endógeno-agrario, generado por el afianzamiento de
las haciendas.
La Teoría de la Dependencia provee un acertado esquema de
explicación de la subordinación sufrida por América Latina. Pero necesita el
complemento analítico del endogenismo, para analizar el bloqueo interno
generado por la prolongada preeminencia de modalidades pre-capitalistas.
Osorio remarca cómo esa integración combina un abordaje
totalizador del capitalismo dependiente, con un estudio peculiar de las
formaciones históricas de la región. Destaca que estas modalidades sólo pueden
ser esclarecidas evaluando su inserción en el mercado mundial. La teoría
marxista de la dependencia define un marco analítico enriquecido por el
endogenismo (Osorio, 2009: 94-98) .
La profundización de esta síntesis exige dejar atrás tres
equívocos. En primer lugar la visión sin historicidad del esquema metrópoli-satélite,
que confunde la situación colonial con la dependencia posterior, suponiendo que
una misma contradicción se repite a lo largo del tiempo en estructuras
invariables (Osorio, 2009: 86-89)
En segundo término, corresponde abandonar el diálogo de
sordos que se entabló entre las tesis de la colonización feudal y capitalista,
desconociendo que la inserción de América Latina en el mercado mundial exigió
recurrir a formas pre-capitalistas de producción (Osorio, 2009: 44-47) .
En tercer lugar hay que superar la falsa disyuntiva entre
exogenistas puros, que ignoran cómo el capitalismo dependiente internaliza los
condicionamientos externos y endogenistas puros, que desconocen la forma en que
América Latina quedó inscripta en el mercado internacional (Osorio, 2009:
82-85) .
El empalme de Cueva con Marini, Dos Santos y Bambirra
resuelve esos escollos a partir de un abordaje integrado, que asigna alta
significación a la lucha de clases en el devenir de la historia. En los cuatro
autores lo interno y lo externo no alude exclusivamente a desarrollos
económicos, conquistas militares o hegemonías políticas. Se refiere a
incidencias y desenlaces de la confrontación clasista.
Estos enfoques se alejan del funcionalismo de Cardoso y del
distanciamiento de la acción política de Frank. Razonan en una tradición de
atención simultánea al desenvolvimiento de las fuerzas productivas y a los
resultados de la batalla social.
La convergencia de endogenistas y exogenistas contribuye a
esclarecer también el controvertido status metodológico de la teoría marxista
de la dependencia. Al principio Cueva planteó la inexistencia de leyes del
capitalismo dependiente, estimando que esas normas sólo rigen para los modos de
producción (capitalismo) y no para las modalidades específicas de esos sistemas
(dependencia). Marini y Dos Santos definieron, en cambio, leyes de
funcionamiento particulares de las regiones subdesarrolladas.
Al exigir una categorización tan restrictiva del objeto
estudiado, la visión inicial de Cueva cerraba el camino para estudiar el
funcionamiento específico de la periferia. Varios autores propusieron resolver
esa encerrona, liberando la concepción de las fuertes exigencias que supone una
teoría.
Sugirieron estudiar la dependencia como un paradigma, es
decir un modelo aceptado por la comunidad de las ciencias sociales, a partir de
las innovaciones radicales en las miradas prevalecientes (Blomstrom; Hettne,
1990) . En la misma línea de pensamiento otros autores postularon caracterizar
a la dependencia como una perspectiva, un enfoque o un punto de vista (
Johnson, 1981).
En todas esas visiones se observa a la dependencia con un
programa de investigación positivo. Su estudio permite esclarecer las
relaciones centro-periferia, más allá del status epistemológico de esa indagación
(Henfrey, 1981).
El paradigma de la dependencia y del subdesarrollo estudia,
por lo tanto, la dinámica de la acumulación que distingue a la periferia e
indaga las modalidades de funcionamiento específico del capitalismo
dependiente.
En este abordaje tienen cabida las distintas variedades
históricas de modos de producción y formaciones económico-sociales que rigieron
en América Latina. Este enfoque incorpora, además, nuevos conceptos como el
patrón de reproducción, para estudiar los modelos peculiares del capitalismo
dependiente, en los períodos contemporáneos (Osorio, 2012:37-86) . Las
investigaciones iniciadas por Marini y Cueva inspiraron este fructífero
desarrollo reciente .
Balances y declives
La importancia de la convergencia de Cueva con Marini fue
percibida por varios analistas. Registraron cómo las divergencias entre ambos
autores se redujeron al compás de sus coincidencias políticas. Ese empalme
esclareció las desinteligencias precedentes y permitió superarlas a fines de
los 80. Los dos teóricos se reencontraron en el escenario neoliberal,
desenvolviendo una batalla común en defensa del socialismo ( Gandásegui, 2009.
En esta convergencia definieron un abordaje similar para
caracterizar la lógica del subdesarrollo y para desentrañar las causas de las
brechas que separan a las economías avanzadas y retrasadas (Chilcote, 1981). En
el nuevo marco político se decantaron las viejas posiciones ( Moreano, 2007) y
se verificó que expresaban variantes de una misma matriz conceptual (Bugarelli,
2011).
Este empalme puede ser visto como otro ejemplo de la
revisión más general de las interpretaciones que contraponían las lecturas
“productivista” y “circulacionista” de Marx (Munck, 1981). La síntesis
consumada ilustró la maduración del pensamiento social latinoamericano, que
comparte ópticas antiimperialistas para el estudio de la región.
El contrapunto entre dependentismo y endogenismo perdió
sentido a fin del siglo XX. Pero la maduración de Cueva también expresó el
declive de un enfoque afectado por la definitiva extinción de los estadios
pre-capitalistas.
El endogenismo ilustró la dinámica latinoamericana de la
época colonial y clarificó la gravitación del atraso agrario en la era del
imperialismo clásico. Pero tuvo escasa gravitación para indagar lo ocurrido durante
de posguerra y no tiene relevancia para comprender el actual período de dominio
pleno del capitalismo.
En esta etapa se han disuelto todos los resabios de los
modos de producción articulados en formaciones económicas diferenciadas. En el
siglo XXI sólo pueden distinguirse modelos, variedades o patrones de
acumulación del capitalismo vigente en cada país. Ninguno de esos esquemas
mantiene resabios pre-capitalistas.
El endogenismo se debilitó con la extinción de esas rémoras
en el sector agrario. E l caso mexicano -tan observado por esa corriente
-ilustra la reorganización radical de la vida rural bajo el patrón del
agro-business, el fin de la auto-suficiencia, la sustitución de la vieja
alimentación por las importaciones y la especialización en nuevos productos
rentables.
Lo mismo se verifica en todas las economías andinas. El tipo
de conflictos que genera esta transformación -desigualdad, éxodo rural,
desposesión, lumpenización, narco-tráfico, informalidad laboral- es típico del
capitalismo contemporáneo.
La propia definición endogenista del crecimiento como
expansión del capitalismo explica su pérdida de significación. La consolidación
de ese sistema quita utilidad a todas las observaciones precedentes sobre el
desenvolvimiento insuficiente de ese modo de producción.
El declive endogenista también obedece a la pérdida de
centralidad de las economías nacionales como consecuencia de la mundialización.
Esa expansión recorta drásticamente todas las explicaciones del subdesarrollo
en clave nacional (Chinchilla; Dietz, 1981).
Esa referencia era primordial para explicar cómo se
articulaban varios modos de producción en cierto espacio regional bajo la
custodia del estado. Pero la gravitación de la economía global redujo primero y
anuló después la autonomía de esos procesos (Barkin, 1981). El avance de la
internacionalización acrecienta drásticamente la primacía de los factores
exógenos y explica la pérdida de interés en el endogenismo.
Pero ese declive colocó todos los interrogantes en el polo
opuesto. ¿Qué ocurrió con los enfoques que enfatizan el condicionamiento
externo como causa del atraso latinoamericano? ¿Cómo se relacionó la escuela
del Sistema Mundial con la Teoría de la Dependencia? Abordaremos este tema en
nuestro próximo artículo.
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Claudio Katz. Economista, investigador del CONICET, profesor
de la UBA, miembro del EDI. Su página web es: www.lahaine.org/katz