Omar Montilla
Hace algunos meses publiqué un artículo donde me refería a las alarmantes cifras sobre el consumo de bebidas alcohólicas en Venezuela [1], y la alusión la hacía sobre cifras concretas que logré investigar. Ahora, ese consumo desproporcionado [2] al parecer está aumentando, motivado a los hábitos alcohólicos “in crescendo” por parte de ciertos disociados psicóticos, que como residuo inevitable van quedando debido a la excesiva exposición a ciertos “programas” de televisión, que han logrado alterar la percepción sensorial y cognitiva de muchos venezolanos.
En efecto, gran parte de la macolla oposicionista venezolana está ubicada en la clase media media, clase media alta y alta, las cuales eufemísticamente ahora designan por letras: A, B, C, etc. Este segmento demográfico se ubica geográficamente en las grandes ciudades, fundamentalmente Caracas, Maracay, Valencia, Barquisimeto y Maracaibo, desde donde sus líderes dirigen y controlan sus negocios en las zonas aledañas, tales como la industria, el comercio, la ganadería y la agricultura. Un denso sector de estos opositores disociados son el producto y la herencia de los politiqueros que durante 40 años asaltaron el erario público con las más aberrantes prácticas. Son personas que viven “de las rentas” que les producen las cuantiosas inversiones, generalmente inmobiliarias y las generosas cuentas bancarias que poseen en bancos extranjeros.
Se ha calculado prudencialmente que en el exterior, fundamentalmente en bancos de los Estados Unidos y Suiza, ciudadanos “venezolanos” tienen depositados más de US$ 180.000.000.000,oo (180 mil millones de dólares), que al cambio oficial alcanzaría una cifra superior a los Bs. 380.000.000.000.000,oo (o sea: 380 billones de bolívares = 380 mil millardos de bolívares). Con este “dinerillo” bien pueden darse ciertos lujos, como el de permitirse el consumo en abundancia de bebidas alcohólicas “y demás yerbas aromáticas” ante la imposibilidad de dedicarse a los “negocios” que antes tenían, y que no eran otros que los de desangrar el patrimonio público, sobretodo del que se generaba a través de PDVSA, verdadera manguangua [3] donde imperaba, como en otras empresas del Estado la matraca [4] y la colusión.
Ahora los vemos por ahí, frecuentando bares, restaurantes y prostíbulos, los que se llenan a reventar, haciendo de este tipo de actividad una de las más lucrativas del país. Vociferan, se jactan sin decoro de sus riquezas, ufanándose de los negocios mal habidos, de sus pretendidas habilidades para ganar dinero con el menor esfuerzo posible, de cómo se aprovechaban sin escrúpulos de sus “destrezas”, de sus relaciones y de los “tentáculos” que tenían con los gobiernos de AD y Copei, en el que tuvieron muchos amigos, a los cuales, evidentemente detestaban y aún detestan con repugnancia. Allí, en esa especie de fauna alcoholizada, figuran los mas despreciables renegados de aquella izquierda, los antiguos ñángaras [5] que hoy exhiben su desvergüenza implorando a los otrora omnipotentes, la cotidiana ración de caña. Mientras consumen ingentes cantidades de alcohol, de las más reputadas marcas y elevados precios, lenta pero inexorablemente se les van fundiendo las pocas neuronas que aun les quedan.
Esos ciudadanos que, por haber nacido en nuestro suelo todavía tenemos que llamar venezolanos, conforman núcleos familiares donde hay jóvenes que, a pesar del alto nivel socio-económico que disfrutan sus padres, inundan las universidades públicas, que se nutren del presupuesto nacional y que las han convertido en reductos de donde han sido execrados y segregados los pobres. No vacilo en calificar a esta desvergüenza como una “limpieza” étnica y económica, que ha marginado y excluido a esos sectores que siempre han aborrecido y desdeñado y que ahora formarían parte de la “chusma chavista”.
Esos señores son los mismos que aborrecen y desdeñan al presidente Chávez. No pueden concebir que una persona “de tan baja extracción social” y de procederes tan poco ortodoxos, pueda gobernar este país. Los consume el odio, la desesperación, la angustia irrefrenable del desconsuelo; y para mitigar tanta ansiedad se refugian en la televisión, donde ingieren en abundancia la programación basura que como ciclo diabólico los va hundiendo cada vez más en los infiernos. Por eso recurren al alcohol, y lo hacen con profusión, sin escatimar en gastos por que tienen dinero; sin disfrutar del gozo que en algunas personas nos produce el moderado consumo de estas especies. Lo hacen por despecho, por vagancia, por odio, para eludir la realidad real, no la virtual en la que viven.
Mientras tanto piensan, anhelan, desean y buscan afanosamente la forma de salir de Chávez. Y Chávez ahí, “duro y curvero”, lo que les enerva aún más. Ese ciclo diabólico en el que han caído no sólo se repite, sino que cada vez más va tomando mayor ímpetu, formando una vorágine que los arrolla, los hunde y los destruye sin misericordia alguna.
NOTAS:
[1] “Alarmantes cifras sobre el consumo de bebidas alcohólicas en Venezuela”, en Aporrea: http://www.aporrea.org/actualidad/a33129.html
[2] “Rajar caña” es un venezolanismo que alude, precisamente al consumo excesivo y sin mesura de alcohol. “Caña” se refiere a la caña de azúcar, de donde se extraen los jugos que se destilan para obtener aguardiente y ron. Es sinónimo de alcohol.
[3] Algo fácil, sencillo, cuyo logro no exige mayor esfuerzo.
[4] Soborno o efecto del soborno.
[5] Comunista, izquierdista o partidario y amigo de éstos.
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