Aparte de un país empobrecido y desigual, la crisis nos está
convirtiendo en un país descerebrado: la “fuga de cerebros” va en aumento, para
desgracia de nuestro futuro. Ya saben de qué hablo: la marcha de miles de
investigadores a otros países, una emigración científica que irá a más en los
próximos tiempos, a la vista de los recortes que ya afectan a todo tipo de
instituciones y programas, y a la espera del tiro de gracia en los presupuestos
generales.
La fuga llega tras unos años en que presumíamos de que por
fin, tras una larga historia de atraso científico, nos subíamos al tren de la
investigación, con nuevas promociones de estudiantes que no iban a pensar eso
de que “investigar en España es llorar”, y sobre todo con el regreso a casa de
unos cuantos cerebros ilustres que habían hecho su carrera allende, y a los que
el gobierno español ponía alfombra roja y los recursos necesarios para que, en
expresión de un ministro optimista, emulásemos en el terreno científico los
éxitos de nuestros deportistas.
Pero está visto que la ciencia aquí es un lujo que sólo
podemos permitirnos cuando nos sobra el dinero y no sabemos ya en qué gastarlo,
en vez de un suelo firme sobre el que levantar ese nuevo modelo económico del
que tanto hablan los gobernantes, tan amigos de pronunciar esas siglas mágicas,
I+D.
Leo una noticia sobre la fuga de cerebros que comparte
página con otra sobre la recaudación de la Iglesia Católica en el IRPF. El
contraste es inevitable: mientras en cerebro flaqueamos, el alma está fuerte
como un roble. El alma católica, se entiende, pues aparte de la engañosa
casilla del IRPF (que los científicos proponen copiar, a ver si los
contribuyentes están por el cerebro tanto como por el alma), la iglesia es una
de las pocas instituciones, si no la única, que se salva de los recortes.
Mientras para la ciencia no hay dinero, los obispos siguen recibiendo lo suyo
(que es lo nuestro), vía impuestos, programas, ayudas, conciertos y las
generosas exenciones fiscales de que siguen gozando.
Lo dicho: seremos un país sin cerebro, pero a alma no nos
gana nadie.