Matías González [Guatemala] Cortando aguacates |
Guadalupe Rodrigues es una joven profesora de origen
guatemalteco que ha terminado un manuscrito de 600 páginas titulado Mito y
literatura. Es una investigación de cinco años realizada en una universidad
norteamericana, pero es también un estudio poético sobre lo que
llama cinco obras clásicas de la literatura latinoamericana del siglo XX.
Su análisis literario es expansivo: en lugar de aplicar interinamente modelos
interpretativos fabricados a partir de la literatura europea y norteamericana,
o filosofemas prediseñados por la máquina académica y el mercado cultural
globales, analiza una serie de obras literarias maestras latinoamericanas a
partir de sus vínculos lingüísticos, simbólicos y religiosos con las culturas
originales de las Américas: Juan Rulfo y José María Arguedas son los modelos
hermenéuticos que estudia la profesora Rodrigues.
Pero a partir de estas raíces –que el racismo letrado
hispanoamericano ha condenado como indigenismo desde el día cero de la
conquista hasta la noche del boom mágicorrealista– Mito y
literatura construye un diálogo soberano con la literatura
mundial (en el sentido que Weltliteratur tuvo para Goethe, no en
el sentido de las ferias internacionales de la industria del libro). Diálogo
espiritual, filosófico y estético entre obras literarias maestras como Yo
el Supremo,de Augusto Roa Bastos, el Grande Sertão, de Guimarães Rosa
y, del otro lado de una impuesta frontera académica y comercial, la poesía de
los Vedas, la filosofía revolucionaria de Sade, el mito de Fausto o la
conciencia escindida en la obra dramática de Shakespeare. Mito y
literatura es, además, un análisis literario feminista. Una clase
especial de feminismo que tampoco coincide con las semióticas de género de la
máquina académica global. Guadalupe Rodrigues es feminista porque establece la
continuidad de la memoria religiosa y literaria entre los cultos, los mitos y
los símbolos de la Madre Tierra en las religiones populares e indígenas de
América, y sus expresiones literarias y artísticas modernas.
El objetivo de Rodrigues es reconstruir la obra literaria
como un universo simbólico por derecho propio, en conflicto y contienda con la
disolución semiológica de la obra literaria en las redes intertextuales
lingüísticamente indiferenciadas de la producción académica e industrial
de fiction y creative writing. Esta dimensión crítica de su
análisis con respecto al establishment estructuralista de las
Humanidades la ha pagado al precio de su censura académica. Su rechazo de la
reducción comercial de la literatura ha estigmatizado su perspectiva
hermenéutica con otros males.
Problema poético y político. Dilema de una literatura
nacional o regional latinoamericana en conflicto con una lógica corporativa que
conlleva la disolución de las expresiones culturales a los lenguajes y formatos
de la máquina académica y a una redefinición mercantil y burocrática de la
cultura. La posibilidad teórica de una literatura clásica moderna
latinoamericana (o de una música y una arquitectura modernas y clásicas, y de
una estética clásica y moderna en la pintura, de Villa-Lobos y Niemeyer a la
pintura de Francisco Toledo) es anatema para los aparatos globalizados del
latinoamericanismo y sus repetidores locales. Pero el ataque es también
estético. Ataque de la vanguardia del espectáculo cultural contra la literatura
como obra de arte y medio de reflexión y resistencia. Pero antes concluir esta
crítica del espectáculo tengo que terminar el relato.
Guadalupe Rodrigues envió el manuscrito de su libro a una
editorial española, una de las más agresivas en cuanto a su penetración
comercial en América Latina: “La
interpretación que propone de esos clásicos de la literatura latinoamericana me
ha parecido realmente brillante y llena de tantas intuiciones y sugerencias que
sin duda incitan a releer estos libros con otros ojos…” –fue la generosa
respuesta de su agente literario. El mensaje seguía más adelante con un veredicto:
“Me temo que fuera de los departamentos
universitarios, poca gente sabe ya quién es Mário de Andrade o Guimarães Rosa,
y empiezo a tener dudas hasta con Juan Rulfo. Por tanto, un extensísimo ensayo
dedicado a reinterpretar sus obras nos resulta muy difícil de asumir hoy por
hoy…”
La anécdota es reveladora de muchas cosas. Una de ellas me
parece urgente: la lógica empresarial de la producción industrial de literatura
confluye y coincide con la reducción estructuralista de la obra literaria a una
intertextualidad sin conciencia, vaciada y exenta de toda profundidad. Bajo
este principio uniformado Mário de Andrade o Juan Rulfo no poseen un valor en
sí mismos: ni como soporte comercial, ni como reflexión intelectual. Son
textualidades semióticamente interconectadas en redes de signos atravesadas por
un valor monetario. Por eso tampoco es necesaria su interpretación. De hecho,
ya no se lee hermenéuticamente la literatura en el sistema de administración
académica global del conocimiento: se hace sociología y deconstrucción textual.
La experiencia poética, el conocimiento mitológico y simbólico, la reflexión
existencial y filosófica no tienen lugar en la cultura comercialmente
administrada.
Los titulares que inflamaron la máquina académica global de
las décadas recientes invocaban hasta la náusea la letanía de postsujetos y
transujetos, de intertextualidades, hipertextos y social-texts. Bajo su signo se ha disuelto la reflexión humana
en cualquiera de sus formas artísticas e intelectuales, en provecho de la producción
industrial de realidades virtuales globales y la transfiguración hologramática
del ser en la trascendencia electrónicamente vigilada del espectáculo. Esta
visión entusiasta, que la vanguardia estética postmodernista reivindicaba como
el último grito de una libertad prêt-à-porter, es
hoy la pesadilla de una destrucción en tiempo y espacio reales de tejidos
sociales, tradiciones intelectuales y artísticas, y vínculos humanos de
solidaridad.
La liquidación comercial y académica de la literatura es sólo
un aspecto del proceso vertiginoso de disolución de la experiencia humana y de
la realidad. Una masa global de decenas de millones de humanos es eliminada
militar, económica y semióticamente en los campos de exterminio definidos por
la racionalidad corporativa, las epistemologías tecnocientíficas, los poderes
financieros trasnacionales y los medios globales de comunicación. La
trivialización de los lenguajes cotidianos en las retóricas del espectáculo
democrático o en la industria literaria, la manipulación gramatológica e
iconológica de reflexión humana, y la fragmentación y degradación educativas
son precondiciones de este proceso regresivo de la civilización humana. Y uno
de los temas por los que deben comenzar la crítica y regulación de este proceso
regresivo.
Eduardo
Subirats es autor de El continente vacío, La existencia sitiada y Proceso
a la civilización, es profesor en New York University
http://www.jornada.unam.mx/2012/02/26/opinion/a06a1cul |