Así se encuentra Obama en un año electoral: sometido a la
presión de Israel, del poderoso Comité Estadounidense-Israelí de Asuntos
Públicos (Aipac, por sus siglas en inglés) –que suele elegir diputados y
senadores a su gusto financiando sus campañas– y de los precandidatos
republicanos a la presidencia que lo tildan de blando porque prefiere las
negociaciones diplomáticas con Irán a una intervención militar para frenar su
programa nuclear.
“Un ataque a Irán no
sólo podría afectar a Israel, sino a toda la región durante cien años”, opinó
quien fuera director del Mossad hasta el 2002, Efraín Halevy. Meir Dagan, su
sucesor al frente de estos servicios israelíes de Inteligencia y operaciones
especiales hasta el 2009, también dijo lo suyo: “Un asalto militar dará a los
iraníes la mejor excusa para continuar en la carrera nuclear”. Y calificó la
posibilidad de un bombardeo aéreo a las instalaciones nucleares iraníes de “la
cosa más estúpida que escuché en mi vida” (www.alternet.org, 6-3-12). Tal vez
porque tanto los servicios de espionaje de EE.UU. como los de Israel saben que
Irán está lejos de lograr una bomba nuclear.
El hecho insólito es que, quizá por primera vez, no es
Washington el que decidirá la participación estadounidense en lo que seguiría
al ataque a Irán que Israel viene anunciando, se vería arrastrado a hacerlo. El
primer ministro israelí Benjamin Netanyahu se jactó de haber logrado que la
cuestión de Irán pasara al primer plano de las relaciones EE.UU./Israel. Tiene
razón: la larga conversación que sostuvo con Obama el lunes pasado en la Casa
Blanca no rozó siquiera el tema de las negociaciones de paz con los palestinos
que tuvo hasta ahora precedencia en las reuniones de los dos mandatarios.
Obama insistió en el
encuentro del lunes en que Netanyahu aguardara los efectos de las sanciones
económicas impuestas a Irán y el resultado de posibles negociaciones con
Teherán antes de emprender una acción militar. Pero en el encendido discurso
que pronunció ante el Aipac luego de la reunión con Obama, el premier israelí
subrayó: “Hemos esperado que la diplomacia funcionara, hemos esperado que las
sanciones funcionaran; ninguno de nosotros puede esperar mucho tiempo más”
(www.haaretz.com, 6-3-12). Hasta pareció burlarse del gobierno de Obama cuando
manifestó su sorpresa porque algunas personas aún no creían que Irán estaba
tratando de construir una bomba nuclear.
El general Martin
Dempsey, jefe del Estado Mayor Conjunto de las fuerzas armadas de EE.UU.,
provocó un duro rechazo del gobierno israelí cuando señaló que un ataque
prematuro a Irán sería “desestabilizador e imprudente... no diría que lo hemos
persuadido de que nuestro punto de vista es el correcto” (//articles.cnn.com,
19-2-12). Netanyahu, su ministro de Defensa, Ehud Barak, y otros altos funcionarios
se enojaron: esas declaraciones –dijeron– “sólo sirven a los iraníes”
(www.haaretz.com, 21-2-12). Más enojados deben estar ahora: el mismo día de la
reunión Obama/Netanyahu, The Washington Post publicó una solicitada a página
entera firmada por cuatro generales (R), un coronel (R) y dos ex altos
funcionarios de los servicios de Inteligencia. Se titula “Sr. Presidente, diga
no a la guerra con Irán” (www.niacouncil.org, 5-3-12).
La solicitada, que
propulsó el Consejo Nacional Estadounidense-Iraní, afirma que no todo desafío
tiene una solución militar y que es prioridad de Obama “impedir que Irán tenga
armas nucleares”, pero que “afortunadamente, la vía diplomática no está agotada
y las soluciones pacíficas aún son posibles. A estas alturas, la acción militar
no sólo es innecesaria, es peligrosa para EE.UU e Israel. Lo exhortamos a
resistir las presiones a favor de una guerra con Irán”.
Las presiones son duras. Los precandidatos presidenciales
republicanos no le ahorran palos en las ruedas al candidato demócrata. Según
Mitt Romney, si Obama es reelecto, Irán tendrá su arma nuclear; para Newt
Gingrich, no hay evidencias de que el mandatario esté preparado para frenar a
Irán; Rick Santorum sugirió que la Casa Blanca está ayudando a Teherán a tener
el arma. Se especula que Israel atacaría en julio/agosto, cuando la campaña
electoral entre en su etapa más caliente, una forma de obligar a Obama a apoyar
una intervención militar si no quiere perder la elección. Por lo demás, un
ataque israelí sería respondido por Irán, lo cual torna muy probable la
participación estadounidense.
Lo más grave es que
grupos interesados como el Aipac, sectores neoconservadores y los medios más
importantes están creando en EE.UU. un clima semejante al que imperó antes de
la guerra de Irak. Pareciera que Obama ha impulsado un contragolpe a estas
presiones: Catherine Ashton, encargada de las relaciones exteriores de la Unión
Europa, anunció que Gran Bretaña, China, Francia, Alemania, Rusia y EE.UU. han
acordado sentarse a una mesa con Irán a fin de iniciar conversaciones en torno
de su programa nuclear (www.haaretz.com, 6-3-12).
Datos recientes
muestran que esa posible guerra es impopular tanto en EE.UU. como en Israel.
Una encuesta que el catedrático Shibley Telhami de la Universidad de Maryland
realizó los días 22-26 de febrero reveló que sólo el 19 por ciento de los
israelíes consultados se pronuncian por atacar a Irán aunque EE.UU. se oponga,
el 40 por ciento estaría de acuerdo si EE.UU. participa y el 34 por ciento se
opone a cualquier ataque, con o sin EE.UU. (www.politico.com, 28-2-12). Un
encuesta de CNN/ORC, que se llevó a cabo del 10 al 13 de febrero, encontró que
el 17 por ciento de los estadounidense está a favor de que EE.UU. ataque ya, un
60 por ciento se inclina por las sanciones sin una intervención militar por el
momento y el 22 por ciento se manifestó en contra de que EE.UU. intervenga.
Claro que gobernar, lo que se dice gobernar, no siempre entraña el respeto a la
voluntad de las mayorías. Una vieja costumbre.
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