Especial para La Página |
Nuestra sociedad está sumida en un momento
histórico más que complejo. Un diagnóstico mínimo debiera hacerse cargo de la
dimensión socio – económica cuya impronta es la inequidad; la dimensión
política cuyo sello es el inmovilismo y la corrupción y, finalmente, la
dimensión cultural caracterizada por un arcaísmo incompatible con la cultura
mundial. No es cierto que Chile tenga problemas de Primer Mundo. Por el
contrario,en una sociedad profundamente desigual, con un sistema político
heredado de una dictadura y con una cultura retrógrada, lo que estamos viendo
es el paisaje típico de un país atrasado o, como solía decirse,
“Tercermundista”.
Más allá de las ilusiones construidas por
la publicidad y los medios de comunicación, más allá del interesado imaginario
neoliberal de empresarios y políticos, lo cierto es que la sociedad chilena está
sumida en lo que podríamos llamar la “Vida Enferma”: Muchedumbres domesticadas
en el consumismo, políticamente cándidas al punto de dar mayorías a la extrema derecha,
culturalmente ebrias por un tóxico cocktail de racismo anti-mapuche, xenofobia
y patrioterismo de comisaría. Así, mientras las grandes empresas multiplican sus
ganancias cada año, el salario mensual de un chileno promedio no supera los
trescientos dólares. Paradojal forma de “esclavitud 2.0” en un país que se
jacta de pertenecer a la OCDE.
En este estado de cosas, la
desestabilización de las relaciones sociales, la degradación moral (pública y
privada) y un clima generalizado de hastío no tiene nada de extraño. De poco
sirven los discursos terapéuticos religiosos o laicos, el poder de unos medios
de comunicación plebeyizados al extremo, parece incontrarrestable. Un país que
ha mercantilizado la salud, la educación y la vida misma degrada a sus
habitantes, usurpándoles sus derechos más básicos. La “Vida Enferma” consiste,
pues, en vivir la degradación como estado normal de la vida.