“Un estado es social cuando promueve el principio,
comunitariamente respaldado, de prevención colectiva como protección contra los infortunios individuales y sus
consecuencias, convierte la idea abstracta de ‘sociedad’ en una experiencia
vivida y sentida de comunidad, ya que reemplaza el ‘orden del egoísmo’… que
siempre genera una atmósfera de desconfianza y suspicacia- por el ‘orden de la
igualdad’, que inspira confianza y solidaridad”: Zygmunt Bauman, Vida de consumo, Buenos Aires: Fondo de Cultura
Económica, 2007, pp. 188-189
Un apreciadísimo amigo universitario protesta contra el
proyecto de reforma tributaria aduciendo que esa ley gravará “nuestros
dividendos” de la Asociación Solidarista.
(Y entonces me digo: si alguien recibe más de 700 mil
colones de dividendos de una solidarista, forma parte de una minoría que goza
de ciertas ventajas salariales. Con más razón si el monto respectivo llegase,
digamos, a 2 millones ¿Cómo negarse a pagar entonces un monto razonable de
impuesto sobre tales ganancias?).
Otra amiga muy querida: “me
niego a admitir más impuestos sobre las clases medias”.
(Lo cual me suscita diversas preguntas. Mencionaré una: ¿qué
entendemos por clases medias? Lo destacó en vista de que -entre otras
consideraciones que omito- en lo que se refiere al impuesto sobre la renta,
esta ley introduciría incrementos en las tasas impositivas solo para ingresos
salariales por encima de los 4 millones mensuales. Me cuesta identificar a
tales personas como “clase media”. A lo más las pienso como “clases medias
muuuy altas”).
Conclusiones de un “estudio” dado a conocer en estos días:
el paquete tributario implicará un aumento de la inflación de 2,2% (en
realidad, 2,2 puntos porcentuales), lo cual aparentemente llevaría a la pobreza
al 60 o 70% de la población (no se precisa claramente la conclusión al
respecto). O sea: ese proyecto provocaría una catástrofe social sin comparación
en por lo menos los último 70 u 80 años (y decían que eran los defensores del
proyecto los que pintaban escenarios apocalípticos…).
(Sigo cavilando: me late que aquí hay supuestos implícitos
convenientemente dispuestos para concluir lo que se quería concluir. Saco
cuentas: si consideramos que en 2011 la tasa de inflación fue del 4,7%, el 2,2
adicional nos lleva a alrededor del 7% anual o poco menos. Ilustro el punto: no
hace mucho –período 2005-2008- la inflación anduvo disparada varios puntos por
encima del 10%. Y sin embargo por entonces los índices de pobreza tendieron a
declinar hasta los alrededores del 17%. Quiero decir: uno debería tener cierta
precaución a la hora de hacer este tipo de aseveraciones, en la comprensión que
de por medio juegan factores bastante complejos. Me apena admitir que esta
forma de evaluar los efectos de la inflación recuerda las usuales apreciaciones
que el monetarismo neoliberal -de Friedman para acá- ha logrado imponer…con un
éxito que parece ser mucho más contundente de lo que jamás imaginé).
Una máxima que ha devenido de casi universal aceptación: no
deben aprobarse nuevos impuestos hasta tanto no se corrijan las graves
ineficiencias, despilfarros y corruptelas que afectan al sector público.
Alguien, a quien mucho respeto, lo sintetizaba con notable poder descriptivo:
“…si no cerramos el hoyo, se escapa el líquido”; “¿Para qué entonces echarle
más si siempre se escapa?”. Traducción: el sector público costarricense es un
desastre de despilfarro y corrupción. Y luego esa misma persona pone la flor en
el ojal: “metástasis” fue el término que usó para describir al Estado social
costarricense. Cuando hay cáncer, se corta. Cuando hay metástasis tan solo
queda esperar la muerte.
(Y vuelta a mi meditación: si requisito para aprobar
cualquier impuesto es corregir toda ineficiencia o corrupción, entonces lo
estaremos posponiendo de forma indefinida. Pero sobre todo me llama la atención
el amargo pesimismo que esto trasluce en relación con el funcionamiento del
sector público costarricense. Hace pocos años se combatía el TLC con Estados
Unidos, aduciendo que este dañaría el Estado social costarricense, al cual se
le reconocían valiosos aportes a favor de una sociedad más democrática y
equitativa. Hoy muchas de esas mismas personas aducen que ese Estado es un
adefesio inservible, carcomido por la ineficiencia y enfermo de corrupción. No
puedo evitar recordar que el neoliberalismo afirma que el Estado social es un
total fracaso; una metástasis sin remedio. Con asombro constato que una y otra
tesis se parecen entre sí como dos gotas de agua ¿Será que el neoliberalismo ha
colonizado mentes y espíritus más allá de lo que jamás imaginé?).
(Y sigo mi auto-interpelación: dado que se rechaza todo
nuevo impuesto en virtud de tan terrible ineficiencia y corrupción ¿por qué no
habría de considerarse legítimo el dicho de ciertos empresarios que se niegan a
pagar sus cuotas del Seguro Social aduciendo que la Caja es ineficiente y
despilfarradora? Y cuando oigo a estimables colegas universitarios adherirse a
estas tesis, me pregunto ¿no se dan cuenta que, establecida esta idea, nada
impediría que también le sea aplicada a los presupuestos universitarios?).
Y la frase presuntamente jocosa: este paquetazo es otro
producto folclórico de esta ridícula “Costa Risa”.
(Me deja indiferente cuando lo oigo de la ANFE y sus
representantes, padres de la criatura en ejercicio coherente de la ideología
que uno les conoce. Pero me deja perplejo observar que desde las “izquierdas” y
el “progresismo” hay quienes hacen suya la consigna y la repiten con jubilosa
adhesión. Ya para entonces no debería asombrarme que desde esas mismas tiendas
se cite a Jorge Guardia o Luis Mesalles como autoridades de culto en materia
tributaria).
Y la consigna universal inapelable: ninguna reforma
tributaria es aceptable, excepto si es integral y siempre que este fundamentada
en un estudio minucioso.
(Sigo cavilando: como principio general es seguramente
válido y deseable: una reforma integral y ampliamente progresiva. Lo que no veo
claro son las condiciones políticas concretas desde las cuales se piensa
hacerla realidad. Cuando formulé esta pregunta recibí respuestas curiosas.
Mejor dicho, no recibí respuestas sino un generoso rosario de epítetos y
descalificaciones. El caso es que, no estando claras las condiciones políticas
desde las cuales alcanzar esas ambiciosas metas, no dejo de pensar que es
lamentable desaprovechar la oportunidad de llevar adelante algo que, aunque
limitado, brinda algunos aportes positivos. Sentar una base que propicie
posibles avances futuros, es preferible a no sentar base alguna ¿O seré yo
quien no evalúa correctamente el contexto político?).
Cierro mis elucubraciones con una conclusión que me preocupa
grandemente: veo en gravísimo peligro el futuro del Estado social en Costa
Rica. El debate en relación con el proyecto tributario ha sacado a la luz un
estado de ánimo muy extendido que se mueve entre el más amargo pesimismo
respecto del funcionamiento y resultados de ese Estado y la negativa en redondo
a contribuir a su financiamiento, incluso desde argumentos de indisimulado
egoísmo (“nuestros intocables dividendos”).
Pareciera que están madurando las condiciones para aplicar a
fondo la tijera y el bisturí.
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