La edición de esta obra de María Elvira Roca Barea (Madrid, Siruela, 2016) ha tenido un gran éxito editorial y un considerable impacto mediático. Y ello por las hipótesis novedosas que plantea con un amplio aparato bibliográfico y con un tono a veces poco cordial y hasta despectivo con una parte de la historiografía. Me ha resultado imposible comentar todos los aspectos del libro por lo que apenas aludiré a las leyendas negras romana, rusa o estadounidense, centrándome en la española. Una decisión que no es aleatoria ya que, aunque la autora se detenga ampliamente en otros imperios y en otras imperiofobias, el objetivo del libro está bien claro desde la primera página: desenmascarar la leyenda negra y limpiar el buen nombre de España y de los españoles. Quiero empezar reconociendo que sus ideas fundamentales están bien documentadas y magníficamente argumentadas. Básicamente defiende tres aspectos:
Uno, que la leyenda negra es por antonomasia española pues,
de hecho, para referirse a otras hay que ponerle el adjetivo de rusa, francesa
o estadounidense. Los que mandan siempre han gozado de mala prensa,
especialmente los imperios. Eso sí, a su juicio hay imperios coloniales como el
belga, cuya mala prensa, el holocausto generado en el Congo, no es leyenda sino
historia, pero no es el caso del español. Empieza explicando la Imperiofobia
aplicada a Roma, para después establecer comparaciones con otras leyendas
negras aplicadas al imperio español, a Rusia y a los Estados Unidos.
Por cierto, que Elvira Roca omite un trabajo de un doctor en filología, al igual que ella, que le hubiera resultado de gran utilidad. Se trata de la obra de José Luis Conde, "La lengua del Imperio", que obtuvo el II Premio Rosa María Calaf de Investigación y que fue editado en el año 2008. En este último estudio se compara, con una excelente erudición, la retórica del imperialismo romano con el estadounidense. El Dr. Conde establece interesantísimas conexiones ideológica entre los pensadores romanos imperialistas o antiimperialistas –Cicerón, Salustio, Cornelio Tácito, Tito Livio, etc.- y los estadounidenses –Miles, Chalmers, Badian, etc.- así como símiles sorprendentes en la evolución política de ambos imperios. Dentro del propio imperio romano hubo críticos como Salustio, una especie como de padre Las Casas de la antigüedad.
Dos, que la leyenda negra no es una cuestión del pasado sino
que sigue existiendo en pleno siglo XXI con gran vitalidad, a través de los
textos y de la filmoteca. Niega la idea repetida por algunos historiadores
actuales, como Henry Kamen o Ricardo García Cárcel, de que la leyenda negra ha
desaparecido hace mucho tiempo. Y se ensaña con ambos, primero con Kamen a
quien considera justo al contrario de lo que él mismo afirma, es decir, de ser
uno los agentes perpetuadores de la imperiofobia. Y ello precisamente por negar
la leyenda y respaldar la teoría del Imperio Inconsciente cuando afirma que
España no construyó su imperio sino que "le cayó encima de manera
circunstancial", fruto de herencias. Y segundo con García Cárcel a quien
corrige con dureza pues le parece inadmisible su tesis de que nunca ha existido
una leyenda negra al no darse una crítica sistemática y premeditada frente a
España y a los españoles. Y la autora llega tan lejos en su idea que sostiene
que la crisis económica actual y el incremento de la deuda pública española no
se ha debido tanto a la crisis internacional o a la mala gestión de los
sucesivos gobiernos españoles como a ¡la Leyenda Negra!, al incrementar sin causa
aparente la prima de riesgo.
Y tres, que esta leyenda ha terminando calando en la propia
intelectualidad española hasta el punto que todos ellos deben entrar en mayor o
menor medida en la crítica a su propia nación "¡si quieren conseguir algún
respeto!" Y dice más, en general, el intelectual español es desde siempre
"autocrítico y flagelante" y estima que "negar la leyenda negra
es ser un español moderno y no un periférico acomplejado". Según parece
todos estábamos equivocados, ensimismados en nuestra propia paranoia
flagelante, hasta que hemos tenido la suerte de gozar de su redención.
La Leyenda Negra empezó en Italia y la terminó asumiendo la
élite ilustrada española. En cambio, el concepto sí que surgió en la España
decimonónica para popularizarse en la siguiente centuria a partir del libro de
Julián Juderías, un cantor de las glorias de la patria hispana. Quede claro que
el término parte no de los enemigos de España sino de los defensores. Pero,
contra la opinión del propio Kamen, de Pierre Chaunu o de Carmen Iglesias, esta
leyenda no solo existe en la conciencia de los españoles sino que sigue
fuertemente implantada en toda la intelectualidad de los países de nuestro
entorno, especialmente de los protestantes.
Creo que su tesis principal, es decir, que hubo –y en
algunos aspectos pervive- una Leyenda Negra, al tiempo que está en plena
vigencia una Imperiofobia frente a los Estados Unidos, es correcta. Hace
algunos siglos, los españoles encarnaban el mal, la perniciosa mezcla racial y
el engendro de todos los males como en la actualidad lo encarnan los
estadounidenses. Hasta ahí podemos estar más o menos de acuerdo, pasemos ahora
a analizar los desacuerdos.
Se lamenta
la autora de que la interpretación de la historia siempre se ha realizado desde
la ideología, especialmente por los historiadores de izquierda. Y en parte
lleva razón, pues todo historiador tiene su ideología y ello influye en su
forma de interpretar la historia. El problema es que su texto también está
preñado de ideología, por lo que en cualquier caso peca de lo mismo que con
tanto énfasis critica. E incluso le llega a traicionar el subconsciente cuando
sorprendentemente afirma –p. 359- que una de las constantes de los imperios ha
sido el autocuestionamiento y la inadecuación de la respuesta. Dice que ante la
propaganda orangista Felipe II respondió convocando una auditoría internacional
y frente a los grabados de De Bry con la sesuda obra de Solorzano Pereira. Un
verdadero fiasco porque, según Elvira Roca, la respuesta ¡no puede ni debe ser
científica sino que a los ataques propagandísticos, solo se puede responder "de
la misma manera, a ser posible de forma más ofensiva y más falsa!" Pues
¡vaya!, esta idea suya no dice mucho a favor del cientifismo de sus argumentos
que tratan de responder a la Leyenda Negra.
Pero a mi juicio, el mayor error de su obra consiste en
confundir leyenda negra con historia negra, de forma que al final trata de
reescribir toda la historia, bordeando, omitiendo o directamente eliminando los
aspectos más escabrosos que, según ella, son falsedades atribuibles a la citada
Imperiofobia. La autora tergiversa infinidad de hechos, unos de manera
intencionada y otros quiero creer que por desconocimiento, para tratar de meter
con calzador su particular visión de la historia.
Empieza ironizando sobre la afirmación de Marvin Harris de
que la aparición del estado llegó ligada a la de la esclavitud. La autora dice
jocosamente que "por eso el hombre preneolítico, con una esperanza de vida
de unos veinte años, era el más libre del planeta". Pues, mire usted, pese
a su ironía, es posible que el hombre del Paleolítico viviese más libre aunque
padeciese el azote de la enfermedad y de la muerte.
Con respecto a la historia de España interpreta, siguiendo su propia línea
argumental, que ha estado fuertemente influida por la Leyenda Negra. De ahí que
analice uno a uno muchos aspectos de nuestra historia haciendo una revisión
crítica, siempre aminorando o directamente eliminando los aspectos más
negativos o polémicos. Obviamente, entra de lleno en los asuntos más
controvertidos de nuestro pasado: genocidio americano, casticismo, inquisición,
militarismo, racismo, etc. El famoso saco de Roma de 1527 fue usado ampliamente
por los hispanófobos pese a que los soldados españoles eran minoría y que hubo
otros saqueos mucho más gravosos. Igualmente las guerras de religión que se
generaron en Europa, fueron verdaderas guerras civiles entre católicos y las
distintas ramas del protestantismo. Incluso la victoria en la batalla de
Mühlberg (1547) fue atribuida a los españoles cuando en realidad estos eran una
minoría. Y es que lo mismo las guerras de religión que la de Flandes fueron
sendas guerras civiles en las que España participó de manera muy marginal, pese
a los diretes de la Leyenda Negra. Y ofrece un dato: de los 54.300 que
comandaba en Flandes el duque de Alba en 1573, solo 7.900 eran españoles. Y en
parte lleva razón, aunque supongo que alguna responsabilidad tendría el
Imperio.
A la Inquisición le dedica un capítulo de veintisiete páginas para tratar de
demostrar que toda la información ha sido manipulada por los historiadores
detractores de la patria. Se ceba especialmente con la antropóloga belga
Christiane Stallaert, a quien considera "inoculada del complejo psíquico
de la leyenda negra" al comparar la Inquisición con el holocausto nazi.
Sin embargo yo, que sigo con gran interés los textos de la profesora belga,
diré en su descargo que ella trabaja dentro de una metodología comparativista
constructiva e hizo la asimilación explicando muy bien las diferencias tanto
cuantitativas como cualitativas entre ambos acontecimientos. Elvira Roca nos
recuerda con insistencia varios aspectos del Santo Tribunal que la mayoría
sabíamos: que apenas ajustició a unas 3.000 personas, que la tortura fue una
práctica excepcional y que las persecuciones religiosas en Europa causaron
muchas más víctimas. En este caso sigue a Henry Kamen y le tocan las críticas a
Joseph Pérez por advertir que tampoco hay que abusar de la atenuación de los
horrores inquisitoriales tan de moda en las investigaciones actuales. Y ya
puestos a destacar las excelencias del Santo Tribunal destaca que fue pionero
en la defensa de los derechos humanos, al prohibir la tortura un siglo antes de
que esta misma medida se generalizara en Europa. Bueno, supongo que la doctora
Roca podrá disculpar que me posicione y solidarice con el gran Joseph Pérez; ni
tanto ni tan calvo.
En relación a las expulsiones de minorías étnicas o religiosas, la autora obviamente las minimiza. En relación al cadalso de los sefardíes en 1492, afirma que ha formado parte esencial de la Leyenda Negra, al difundirse que fue un problema exclusivamente hispánico. Sin embargo, ella cree haber descubierto algo todos sabemos desde siempre, que las expulsiones de judíos fueron una constante en toda la Europa bajomedieval, pues empezaron con la expulsión de semitas ingleses en 1290. Y dice más, los expulsados fueron poco numéricamente hablando e irrelevantes desde el punto de vista económico, como prueba el hecho de que España se mantuviera como primera potencia mundial. La expulsión de los moriscos tampoco se debió a la xenofobia sino que había un problema de seguridad nacional. Y añade un dato: ya en la rebelión de las Alpujarras hubo que traer a los tercios de Flandes porque se temió un desembarco turco que ayudase a los moriscos a recuperar España para el Islam. Pues bien, en España hay una larguísima trayectoria en estudios sobre los moriscos y ha quedado bien demostrado que los moriscos no poseían armas ni posibilidad de reconquistar España y que ese argumento fue un intento de justificación pensado a posteriori. Por otro lado, salieron 300.000 personas en medio de todo tipo de calamidades y penalidades, pues fueron asaltados durante el trayecto a los puertos de embarque. En algunos casos, se les arrebataba a sus propios hijos antes de embarcar, pues en teoría habían quedado al margen de la expulsión. Un verdadero drama para aquellas familias, forzadas a marchar al exilio, expoliadas y maltratadas. Y la cosa no acababa ahí, pues el embarque se hacía en condiciones de hacinamiento y a su llegada, incluso en territorio magrebí, no siempre eran bien aceptados. Un drama que no comparece en las páginas del libro de Elvira Roca. Sería muy largo seguir insistiendo.
La derrota de la Armada Invencible es otro de los temas
favoritos de la Leyenda Negra que a su juicio ha exagerado hasta rozar el
"ridículo", por dos motivos: primero porque el objetivo nunca fue
invadir Inglaterra sino deponer a Isabel I y, segundo, porque España mantuvo el
dominio de los mares durante más de medio siglo más. En fin, no es que no sea
cierto lo que afirma sino que no conozco a ningún autor español ni inglés que
afirme lo contrario. Y añade un argumento que a mi juicio no puede ser más
parcial: todo el mundo –"eruditos y semianalfabetos", puntualiza-
conoce el desastre de la Invencible en Inglaterra, pero casi nadie sabe que los
ingleses fracasaron cinco veces en su intento de invadir el Imperio: Veracruz
(1568), España (1589), Cartagena de Indias (1740) y Argentina (1804 y 1806). Un
par de matices: uno, dado que la autora no cree que los territorios americanos
fuesen colonias sino solar patrio, claro, incluye los asaltos a los territorios
ultramarinos. Y otro, puestos a sumar dichos territorios hay que añadir que
fueron muchísimos más, algunos exitosos, como el perpetrado contra Jamaica. El
propio desembarco de los puritanos en Norteamérica no dejaba de ser una
invasión en tanto en cuanto dichos territorios habían sido donados a España en
las bulas Inter Caetera. Y enlazando con la defensa de Cartagena de Indias en
1740 por el gran Blas de Lezo, se lamenta de que nadie hable de él, cosa que no
es cierta y me remito a lo mismo que suele hacer la autora, es decir, a buscar
Blas de Lezo en Google para comprobar que goza de cientos de entradas. Y en
relación al rechazo al almirante dice que en 2016 hubo una consulta popular
para poner nombre a un buque de la armada inglesa y, al salir Lezo en primer
lugar, fue eliminado directamente por las autoridades británicas. El comentario
no puede ser más desafortunado, está claro que no le iban a poner a un buque de
la armada inglesa el nombre de la persona que la humilló. Sería igual de
ilógico que ponerle a un buque de la armada española el nombre de Francis
Drake; creo que empatizar un poco no es tan difícil, solo hay que intentarlo.
Asimismo, trata el asunto de la venalidad en el imperio
español, para añadir que nunca alcanzó la extensión y la intensidad que en
otros países de Europa. Pues por las referencias que cita, Antonio Domínguez
Ortiz y Francisco Tomás y Valiente, da la impresión que no conoce los recientes
trabajos de Francisco Andújar Castillo, María del Mar Felices de la Fuente,
Ángel Sanz Tapia o Antonio Jiménez Estrella, por citar solo a algunos. En
dichos estudios se sitúa la venalidad en el Imperio al mismo nivel que en
Francia y en cotas muy superiores al de otros países de nuestro entorno, como
Portugal. Desgraciadamente, la venta de oficios públicos por parte de la Corona
fue una constante en el Antiguo Régimen a lo largo y ancho del Imperio. Ello se
enmarcaba en un proceso más amplio de enajenación de todo el patrimonio regio,
por necesidades monetarias, que abarcó a todo lo vendible, desde títulos de
ciudad a nobiliarios, pasando por Grandezas de España y todo tipo de cargos de
la administración civil y militar, tanto nacional como local.
Otro capítulo completo, de más de cincuenta páginas, le dedica a la conquista y
colonización de América, otro de los grandes mitos de la Leyenda Negra. Quiero
señalar que el primer error está en el comentario de la propia portada, que
pone "Lienzo de Tlaxcala, 1522". Bueno, es cierto que es un fragmento
del citado lienzo pero no del año 1522. Los tres oríginales que se confeccionaron
eran de 1552, pero dado que se perdieron solo se conserva una copia de Manuel
de Yáñez de 1773. Quede constancia de este pequeño desliz. Pero siguiendo con
nuestro argumento, como no podía ser de otra forma, empieza la parte americana
desacreditando al "panfletista" paranoico del padre Las Casas,
siguiendo sin citarlo a Méndez Pidal, que no fue más que un mero imitador de
fray Antonio de Montesinos. Una vez más, el buen nombre del dominico, del
querido protector de los indios, uno de los personajes más fascinantes de
nuestro pasado, tirado por los suelos por dar pábulo a nuestra Leyenda Negra.
Como ella suele decir, no insistiré; solo una cosa, dice que alentó la
introducción de esclavos negros para proteger al indígena, idea que está
rebatida ya por decenas de historiadores desde hace décadas. Lo escribió en una
ocasión y se retractó varias veces a lo largo de su vida. Quede constancia.
Como dijimos anteriormente, insiste muy especialmente en el
hecho de que los territorios americanos nunca fueron colonias sino reinos,
suelo patrio en igualdad de condiciones con el resto de entidades peninsulares.
Le parece incomprensible que profesionales de la historia, entre los que me
cita, usen el concepto de colonia, esgrimiendo que las Leyes de Indias dejan
muy claro que no eran tal cosa. Y ya que me cita a mí personalmente, aunque
somos cientos los americanistas que usamos el término colonia, trataré de
rebatirla. Es cierto que las Leyes de Indias hablan de reinos y de virreyes,
pero cualquier americanista sabe, esos mismos a los que ella trata de
ridiculizar, que en la práctica el estatus de aquellos territorios fue
colonial. Da igual como aparezcan denominados en la documentación, lo realmente
importante es que lo mismo la expansión inglesa, que la holandesa, francesa, estadounidense
o española pretendía obtener unos réditos de la explotación de aquellos
territorios. Los criollos lo tenían clarísimo, tan claro que desde la segunda
mitad del siglo XVI se configuraron como clase para defender, con éxito por
cierto, sus propios intereses frente a los metropolitanos. Y la propia
Independencia, ya en el siglo XIX, la llevaron a cabo no para acabar con la
estructura social colonial sino al contrario, para perpetuarla y beneficiarse
de ella sin tener que rendir cuentas a las autoridades metropolitanas. Y no
cito autoridades que afirman esto mismo por no extenderme en exceso.
Alude extensamente, citando de nuevo un libro de mi autoría, al extremeño
Nicolás de Ovando, el primer gobernador de las Indias, con el que comete el
error clásico de convertirlo en "fray" cuando en realidad era "frey",
es decir, freire de la Orden de Alcántara y no fraile de una Orden religiosa.
Pero, entrando en el fondo de la cuestión, destaca sus excelencias como
poblador, fundador de ciudades y organizador de cabildos. Eso sí, omite
cualquier tema relacionado con las brutales matanzas de Higüey y Xaragua o el
ajusticiamiento de la bella cacica Anacaona. Asimismo, prescinde de un dato muy
relevante que fue él precisamente el introductor en el Nuevo Mundo de las
encomiendas de indios que a la postre se convirtieron en una forma encubierta
de esclavitud. Supongo que la autora interpreta que todo eso se trata de
fabulas, de invenciones introducidas por mí que estoy abducido por la Leyenda
Negra.
Por lo demás destaca la red de caminos, la preocupación por los hospitales
públicos, la introducción del protomedicato en Indias y de las Universidades.
Afirma que solo en la primera mitad del siglo XVI se erigieron veinticinco
hospitales grandes, al estilo del gran hospital de San Nicolás de Bari, fundado
en Santo Domingo por Nicolás de Ovando. Y puedo dar por válido el número total
de hospitales pero no el calificativo de "grandes". Parece ignorar
que ese gran edificio de San Nicolás al que ella se refiere y cuyas ruinas se
pueden visitar todavía hoy, fue construido en estilo tardogótico, mucho
después, y que en tiempos de Ovando no era más que un pequeño habitáculo
vernáculo con camas para seis enfermos.
Por supuesto, el declive de la población indígena es uno de los temas favoritos
de la Leyenda Negra que Elvira Roca trata de de aclarar. Empieza aludiendo,
cómo no, a estimaciones extremadamente bajas, más aún que las de Ángel
Rosenblat, como las de José Vasconcelos que sitúa la población total de América
en 6 millones de habitantes. No conozco a ningún americanista ni demógrafo
actual que defienda cifras tan bajas. De hecho, las estimaciones sobre la
población en el continente fluctúan entre los 8 millones y los 112, aunque lo
más común es aceptar cifras intermedias, comprendidas entre los 30 y los 50
millones. Pero dado que el descenso se situó entre el 80 y el 90 por ciento el
posicionamiento de situarla en seis millones no es baladí. No es lo mismo un
descenso de cuatro millones que de 26. Pero en cualquier caso; y ¿por qué
descendió la población hasta situarse a finales del siglo XVI en poco más de
dos millones? La autora tiene muy claras las dos causas: una, debió a las
enfermedades virulentas, empezando por la influencia suina de 1493, citando los
estudios de Francisco Guerra e ignorando que Noble David Cook ha demostrado que
en realidad fue un brote temprano de viruela. Y otra, el mestizaje, dado que
las mujeres indígenas quedaron encandiladas con los españoles, "producían
niños mestizos", no indios, es decir, pura y simple "matemática".
Todo lo demás, asesinatos de caciques hostiles, trabajo sistemático en las
minas, las pesquerías de perlas, las hambrunas tras el robo de sus alimentos,
las expediciones de rescate, etc., etc., son invenciones de la Leyenda Negra.
Ni una palabra de la encomienda, aunque sí dedica unas líneas a la mita para
decir que los españoles se limitaron a mantener en el tiempo una institución
incaica y que solo había hombres asalariados, y ¡mejor pagados por cierto que
muchos de los trabajadores europeos! Pues bueno, no sé de dónde saca esas
informaciones, pues los únicos asalariados en las minas hispanas eran los
llamados faltriqueras, que eran habas contadas. De nuevo, tergiversación pura y
dura y sin ningún tipo de pudor; la mita incaica eran unos servicios en obras
públicas muy llevaderos y los españoles la modificaron, llevándola a unos
niveles de explotación absolutamente irracionales. En 1575 el virrey Francisco
de Toledo la reguló, movilizando nada menos que a 95.000 nativos de diecisiete
provincias que trabajarían una semana y descansarían dos. Se estimaba que tenía
que haber permanentemente en las minas cuatro mil quinientos efectivos por lo
que, para respetar las dos semanas de descanso, debían movilizarse
permanentemente a trece mil quinientos mitayos. Otra cuestión es que, debido a
la alta mortalidad, al final los tiempos de descanso no se respetaron,
convirtiéndose las minas en verdaderos cementerios. Tan claro lo tenían los
pobres quechuas que el día antes de su partida celebraban en sus pueblos un
lúgubre oficio de réquiem, en el que unos y otros se abrazaban llorando. Se ha
calculado en un millón, el número de nativos fallecidos en los yacimientos de
Huancavelica, Potosí, Oruro y cerro de Pasco. Un holocausto sangriento para
saciar la voracidad de plata del Imperio de los Habsburgo y que omite
totalmente Elvira Roca.
La conquista española, a diferencia de la expansión de otros imperios, fue
pactista, y la autora destaca la necesidad de hacer una gran monografía
destacando este singular aspecto. Aunque no lo dice explícitamente se suma a la
tesis de que la conquista de América fue poco menos que una guerra civil entre
indios. En cambio en la expansión anglosajona no hubo pactos, según la autora,
no porque no fuera posible sino porque nunca hubo voluntad de alcanzarlos.
Sería largo rebatir este punto, pero me limitaré a decir que todos los pueblos
conquistadores a lo largo de la historia, macedonios, cartagineses, romanos,
godos, islámicos, etc., etc., han tratado siempre de alcanzar pactos con las
poblaciones nativas. Ningún guerrero quería señorear un territorio vacío; allí
donde existía la posibilidad de pacto se hacía, donde no, se eliminaba a la
élite dirigente y se colocaba en su lugar a otra sumisa a los deseos de los
vencedores. Y esto, como digo, ha sido una constante a lo largo de la historia,
incluso en Norteamérica, donde sí hubo acuerdos hasta la brutal conquista del
oeste del siglo XIX. En cualquier caso, por si alguien piensa lo contrario,
aclara, siguiendo a Inga Clendinnen, que lamentar la desaparición de un imperio
sangriento, antropófago y totalitario como el azteca es como sentir pena por la
derrota de los nazis en la Segunda Guerra Mundial. Creo que no es necesario
refutar semejante barbaridad.
No podía faltar la comparación entre la colonización
puritana de Norteamérica y la española. Se ensaña con el hispanista inglés John
Elliott, a quien dicho sea de paso cita reiteradamente como Elliot, sin la
segunda "t" final. Le acusa de "ceguera intelectual", al
comparar ambas realidades como si se tratase dos imperios que en realidad no
fueron simultáneos sino sucesivos. Y efectivamente, como explica Elvira Roca y
desarrolla con mucha más amplitud Jorge Fernández-Armesto, la América Hispana
era mucho más rica que la anglosajona y que la súbita divergencia solo ocurrió
tras la Independencia, y no por la actitud ante el trabajo de los puritanos
como una parte de la historiografía ha defendido. Asimismo, trata de rebatir la
idea del hispanista de que en Norteamérica se exterminó al aborigen no por
racismo sino porque era imposible de integrar en la cadena productiva. Elvira
Roca lo desmiente argumentando que en Norteamérica había pueblos civilizados
como los iroqueses, algonquinos o sioux y tampoco fueron integrados. Y que en
Hispanoamérica había grupos seminómadas que sí fueron integrados por los
misioneros jesuitas y franciscanos. Sin embargo, por mucho que se empeñe,
pueblos como los algonquinos o los sioux fueron siempre seminómadas y se
asentaban solo temporalmente en las zonas donde cazaban o pescaban; nada
parecido a pueblos estatalizados como los mexicas o los incas. En cuanto a las
reducciones jesuíticas y franciscanas fueron un verdadero hito, una de esas
luces que todavía nos hacen creer en el ser humano. Pero no fue la norma;
cuando los españoles se encontraron pueblos nómadas o seminómadas o los
exterminaron o simplemente no colonizaron dicho territorio. Si hubiese leído el
magnífico libro de Jorge Cañizares-Esguerra, "Católicos y puritanos en la
colonización de América" (Marcial Pons, 2008), hubiese podido concluir, de
acuerdo con dicho autor, que ambos, puritanos y católicos, "veían el mundo
de la colonización en términos bastante similares".
Actualmente, está en plena efervescencia el
antiamericanismo, pues se le atribuyen a los Estados Unidos todos los tópicos
de la Leyenda Negra: el hecho de ser "una versión degenerada de
Europa" y racialmente impuros. Y, como le ha ocurrido a la hispanofobia,
también tienen el antiamericanismo dentro de casa, cuya cabeza visible es Noam
Chomsky, quien "con sus medias verdades y medias mentiras… no es más que
una máquina expendedora de antiamericanismo… cuyo producto tiene mucha demanda
porque proporciona confort y autocomplacencia casi gratis". Y es que,
según Elvira Roca, la Imperiofobia encuentra "su acomodo en una clase
letrada, con capacidad de captar y manipular el malestar del pueblo". Y ya
puestos, todas las críticas al actual Imperio, los Estados Unidos, se deben a
la leyenda negra, siendo, a juicio de la autora, una pura invención interesada.
Se le critica por lo que son –un imperio- y no por lo que hacen. Por eso está
generalizada la idea de que los estadounidenses, "además de medio tontos,
son unos ignorantes". Y toda esta crítica a las actuaciones descomedidas
del imperio, lo mismo de George Bush que de Clinton o del actual Donald Trump,
es negligente por definición "porque vender irresponsabilidad ha sido
siempre muy lucrativo. Que la culpa sea de otro es descansado. Alivia el alma y
nos evita muchos quebraderos de cabeza y mucho esfuerzo". ¡Increíble que
esto lo haya podido escribir una persona medianamente sensata!
concluir, creo que estamos ante un libro inteligente y bien trabajado,
pero al servicio de una ideología muy concreta. Además tiene el aliciente de
generar debate, algo que puede hacernos avanzar desde el punto de vista
historiográfico. Su tesis fundamental está bien demostrada y contrastada, que
la Leyenda Negra ha existido y en parte perdura hasta nuestros días. Los
imperios siempre han sido criticados e incluso se ha fabulado contra ellos, eso
queda bien claro en este libro. Como aspectos más negativos encuentro dos: uno,
que impugna muy críticamente los trabajos de grandes maestros, como John
Elliott, Henry Kamen, Christiane Stallaert, Joseph Pérez o Marvin Harris. Todos
pueden haber planteado ideas discutibles en algún momento pero es injusto y muy
atrevido refutar la totalidad de su excelencia académica e investigadora. Y el
otro me parece aún más grave; confunde leyenda negra con historia negra. Está
claro que eso de los españoles latinos, anti-semitas y comedores de carne cruda
es pura Leyenda Negra, pero no es menos cierto que existió un Santo Tribunal de
la Inquisición, que no defendía precisamente los Derechos Humanos, que
Atahualpa murió ajusticiado después de pagar su rescate y que los moriscos
fueron dramáticamente expulsados. Hubo Leyenda Negra y también historia negra,
y es muy importante no confundir una cosa con la otra ni olvidarla,
especialmente la segunda.
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