“Tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por los sufrimientos de la humanidad. Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de acá para allá, por una ruta cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación” — Bertrand Russell

13/12/14

El mal del arriero | La realidad mediante una ficción de cine negro: sin aspavientos ni mentiras

Miguel Manzanera
Libre Producciones acaba de presentar el primer film de largometraje íntegramente realizado en Extremadura por un equipo extremeño. El resultado de su trabajo, El mal del arriero, es de una calidad extraordinaria, y merece ser embajador de los logros conseguidos por la cultura de nuestra Comunidad, a nivel internacional como en el Estado español. Desgraciadamente las ayudas recibidas por la heroica productora cacereña han sido las mínimas imprescindibles, y todo parece que no van a escasear los obstáculos para la difusión de esta obra de arte creada en nuestros lares.

Una de las virtudes de esta película es presentar una honda reflexión sobre los aspectos más oscuros de la naturaleza humana, siendo al mismo tiempo crítica con las estructuras sociales. Por ello está muy lejos de responder a los intereses comerciales y publicísticos de la autoridad que nos gobierna.  A pesar de ello, nuestra sociedad está empeñada en un rápido proceso de cambio, y esperamos que esa circunstancia sirva de ayuda para que el trabajo de Libre Producciones tenga la proyección que se merece.

El título de la película alude a un conocido refrán: ‘arrieros somos y en el camino nos encontraremos’. Se nos advierte así de una terrible realidad de la sociedad de masas: el anonimato asociado a la impunidad. Entre las multitudes que pululan por el espacio neutro de la organización social, no puede haber confianza ni intimidad, sin correr el riesgo de sufrir la traición y el desengaño; hasta la abyección, y en determinadas circunstancias hasta el crimen.  Y sin embargo, como caminantes que circulan por las veredas de la extensa superficie terrestre, el criminal se encontrará tarde o temprano con las consecuencias de su felonía. El verdugo tropezará con el vengador de su víctima.

El verdugo lo sabe, y el máximo refinamiento de su perversión consiste en hacer desaparecer a la víctima.  Como quiso hacer el tirano de Tebas con el hermano de Antígona. Como hicieron los militares en Argentina durante la dictadura; o los fascistas españoles en la guerra civil con cientos de miles de republicanos. Como siguen haciendo los negadores de la memoria histórica. Si no hay cadáver, no hay prueba del delito; con la amnesia, el crimen desaparece.

La desaparición de la víctima permite incluso inventar una realidad ficticia: el delito será achacado a quien nada tuvo que ver.  El control de esa información permanece en manos de los organismos estatales –jueces, policía, defensa, administración,…-, y constituye uno de los resortes esenciales del poder político. El esfuerzo por crear un poder legítimo está asociado a la formación de la colectividad sobre la base de creencias compartidas. Los símbolos que construyen la identidad colectiva, están asociados a sentimientos profundos, recreados por la memoria de los muertos.

La película de Libre Producciones nos muestra esa realidad mediante una ficción de cine negro; pero sin aspavientos ni mentiras, con una delicada sensibilidad que se sustenta sobre la piedad por quienes sufren la injusticia, ese dolor que nos habita sin remedio, con un hondo pesar y una profunda compasión por la naturaleza humana abocada a tan terribles paradojas. Como hace El mal del arriero, la mejor manera de reivindicar a las víctimas es conmemorar su existencia.