Especial para La Página |
Espartaco
nos convoca, pues nos obliga a discurrir sobre las luchas emancipadoras a través de la historia humana. Es claro que Espartaco no
fue ni el primero ni el último. Sin embargo, surge la cuestión acerca de ese
primer hombre, el primer Espartaco que concibió la libertad como horizonte
posible. Aquel anónimo y remoto primer Espartaco “imaginó” lo que no es, como
negación de un mundo que se le apareció como injusto. La cuestión fundamental
radica en ese paso sutil y radical, el acto poético de imaginar “dignidades”
propias de lo humano. Este acto creativo es un misterio y es la simiente de
todas las revoluciones, de todos los cambios posibles. En definitiva, por qué
la esclavitud se torna indigna para este primer Espartaco, en un mundo de
esclavos en que el sometimiento ha sido naturalizado por los poderosos, al
punto de que una mente brillante como Aristóteles no reparó en ella.
Al
observar la historia, llama la atención la expansión de una cierta consciencia
de la “dignidad humana”. No podemos negar que se han sufrido retrocesos,
grandes recaídas; es cierto, además, que las astucias de los privilegiados se
visten de nuevos ropajes para perpetuar nuevas formas de sujeción. Sin embargo,
más allá de tal evidencia, persiste el misterio planteado por el primer
Espartaco, la creación de nuevos horizontes de realización de lo humano. Sólo
“después” de esta “creación idiolectal” es posible que otros compartan un sueño
de emancipación moral, social o estética; sólo “después” irrumpen los
movimientos históricos y sociales, esto es, la “dimensión sociolectal”: “Les
Droits de l’Homme”, como creencia fundamental o clisé de moda.
Poco
importa que un determinado sueño se haya plasmado o no en sociedades
históricas, lo cierto es que cada nuevo horizonte de lo humano permanece para
siempre como uno de los posibles derroteros de la historia futura. Los sueños
son, inevitablemente, atemporales y, en este sentido, perennes. El misterio
sigue allí, más allá de miles de crucificados, más allá de masacres
inmisericordes. En cada hombre radica en potencia la posibilidad de crear esa
chispa que incendie toda la pradera. Una cierta idea bien pudiera ser más
peligrosa que un arma
nuclear.
Así
como hoy nos parece aberrante la esclavitud humana, en los siglos venideros les
parecerá indigno, irracional y grotesco el modo cómo degradamos nuestro
medioambiente o los principios morales que presiden nuestra vida social y
política, convirtiendo en mercancía la educación, la salud, los alimentos, el
agua, el sexo, la vida misma.
La
idea tan elemental de que no es correcto que unos pocos se apropien del trabajo
de los muchos, es el reclamo moral y político de los débiles, marginados y
pobres de la tierra, sea que sean conscientes de ello o no. Para cumplir la
tarea emancipadora que les está, inevitablemente, encomendada a las futuras
generaciones, no hay dogmas ni recetas. En cambio, hay una exigencia moral,
propender a la continuidad de la vida, donde la libertad no sea una estatua y
la dignidad sea mucho más que un wishfulthinking.
Le
debemos pues a aquel primer Espartaco la idea, hoy lugar común, de que la
esclavitud es de suyo inaceptable. Sospechamos que hay otros Espartacos soñando
sueños inconcebibles en esta prehistoria humana en que habitamos, pero que
serán mero sentido común para los humanos del mañana.