La lengua, como producto social que es, se ve a veces
condicionada en su uso por factores extralingüísticos, algunos de ellos de
marcado carácter ideológico. Y siempre que tras los usos lingüísticos se
esconden motivaciones ideológicas se suscitan acalorados debates de los que se
hacen eco los medios de comunicación. Piénsese, por ejemplo, en los que
provocaron el nombre del idioma o la planificación lingüística de distintas
comunidades autónomas. No podemos sorprendernos, pues, que otro tanto ocurra
con los llamados procedimientos igualitarios.
Como es sabido, el interés por las alternativas para
erradicar el sexismo lingüístico viene a coincidir en España con la llegada de
la democracia. Así, una sociedad que aspira a alcanzar la igualdad entre los
sexos comienza a demandar unos usos lingüísticos más acordes con la nueva
realidad. Es cierto que no todos los recursos igualitarios merecen la misma
consideración atendiendo a las normas gramaticales vigentes (unos son
agramaticales como la @, otros lentifican el discurso como el uso abusivo de
los desdoblamientos y otros como los abstractos o los colectivos, por ejemplo,
son rentables y de utilidad en muchos contextos); pero, en mi opinión, merecen
respeto en tanto que intentan dar respuesta a una demanda social: no estando de
más recordar que es la lengua la que está al servicio de la sociedad y debe
responder a sus necesidades, y no a la inversa.
No es menos cierto que el uso de estos procedimientos se ha
argumentado, en ocasiones, con acierto y, en otras, no tanto. De cualquier
modo, siempre es legítimo disentir, aclarar o, incluso, corregir, si se estima
oportuno. En cambio, debería ser inadmisible caer en la descalificación o en el
insulto tal como se ha hecho estos días en muchos de los artículos publicados
por la prensa.
Estas páginas no tienen el afán de avivar la polémica, sino
hacer solo algunas precisiones al informe emitido por el profesor y académico
Ignacio Bosque, «Sexismo
lingüístico y visibilidad de la mujer», en lo que respecta al contenido del
Manual de lenguaje administrativo no sexista (2002), redactado a instancia del
Ayuntamiento de Málaga por tres profesoras de la UMA, entre las cuales me
encuentro.
Este Manual fue seleccionado, según se deja entrever en el
primer punto del mencionado informe, al azar; pues para tal elección no se
expone que se siguiera criterio alguno. Por razones evidentes, hubiese sido de
gran interés científico y social que entre las obras elegidas se encontrase la
publicada por el Instituto Cervantes con el apoyo del Instituto de la Mujer,
Guía de comunicación no sexista (2011). Lamento que no haya sido así.
Soy consciente de que no podré detenerme, como me gustaría,
en los once puntos del mencionado informe (ya habrá otra ocasión para ello);
pero, puesto que el debate se ha producido en los medios de comunicación, he
creído necesario dar mi opinión, aunque de manera breve, a través de la prensa,
aludiendo a los aspectos que considero más esenciales para aclarar o rebatir
algunas de las opiniones emitidas por Bosque sobre mal (sigla con la que
designa la obra de la que soy coordinadora y coautora):
1) Aunque se comienza el segundo punto reconociendo que mal
constituye una importante excepción al estar redactada por lingüistas y que «es
la guía más completa de las nueve, y también la menos radical en sus
propuestas», unas líneas después afirma −esta vez sin hacer salvedad alguna−
que los textos a los que se refiere «[…] contienen recomendaciones que
contravienen no solo normas de la Real Academia Española y la Asociación de
Academias, sino también de varias gramáticas normativas, así como de numerosas
guías de estilo elaboradas en los últimos años por diversos medios de
comunicación».
En el caso de mal, tal afirmación resulta del todo
desafortunada, ya que, como se señala en distintas ocasiones a lo largo de la
obra e incluso en la contraportada: «[…] el fin último de este Manual [es] el
de familiarizar al personal administrativo del Ayuntamiento con las muchas
estrategias no sexistas con las que cuenta nuestra lengua […], sin que ello
implique violentar o atentar contra las normas gramaticales vigentes». Del
mismo modo, se hace notorio al consultar mal que se han tenido muy en cuenta
los criterios académicos, como lo demuestran, entre otros aspectos, las
referencias explícitas a las obras académicas entonces en vigor (téngase en
cuenta que es un texto de hace diez años) o las alusiones directas a la
Academia (por ejemplo, en las pp. 25, 26, 81, 87 o 95).
2) En el apartado 3, tras mencionar que de las nueves guías
seleccionadas «mal es la única que acepta el uso no marcado (más comúnmente
llamado genérico) del masculino, como en El trabajador debe exigir sus derechos
(mal-29) o en El alumno deberá asistir puntualmente a clase (mal-32), donde
admite que “el masculino es extensivo a las mujeres” (mal-47), mientras que las
demás no aceptan su empleo y recomiendan evitarlo en todos los casos», vuelve a
generalizar sin hacer distinciones: «Entre los aspectos que comparten las guías
de lenguaje no sexista destaca sobre todo una argumentación implícita que me
parece demasiado obvia para ser inconsciente […]. Consiste en suponer que el
léxico, la morfología y la sintaxis de nuestra lengua han de hacer explícita
sistemáticamente la relación entre género y sexo, de forma que serán automáticamente
sexistas las manifestaciones verbales que no sigan tal directriz, ya que no
garantizan “la visibilidad de la mujer”. En este punto coinciden todas las
guías, aun cuando se diferencia en el énfasis que ponen en la conclusión
alcanzada».
Tal premisa no debería deducirse del contenido de mal, ya
que en este texto se considera que «[…] el sexismo lingüístico no radica en la
lengua española como sistema, sino que se halla en algunos de los usos
consolidados y aceptados como correcto por la comunidad hablante» (p. 21), lo
que justifica, por ejemplo, el tratamiento que se le da al género gramatical en
el capítulo «Problemas morfosintácticos», del que reproduzco el siguiente
párrafo para apoyar mi argumentación: «Frente a este doble valor del masculino en
español, el femenino solo tiene un uso, el específico, es decir, que únicamente
puede emplearse referido a las mujeres, por eso decimos que posee un sentido
restrictivo. Esta situación de predominio lingüístico del género gramatical
masculino es confundida con el dominio del varón en la sociedad. De esta forma,
el género gramatical es asimilado, de manera errónea, a la realidad social. De
hecho, el problema no se plantea porque el español posea géneros como el
femenino y el masculino, sino por la incorrecta asociación que establece la
comunidad hablante entre sexo y género» (p. 29). En definitiva, no podemos
considerar que el masculino genérico no haga referencia a ambos sexos, porque
ello implicaría aceptar que la lengua española es sexista como sistema y
nosotras partimos del hecho de que el sexismo está en el uso, porque «La lengua
española dispone de suficientes recursos para evitar el sexismo lingüístico»
(p. 21). Ahora bien, dicho esto, debemos reconocer que hay recursos que se
consideran más igualitarios que otros, ya sean por razones extralingüísticas
como la incorrecta asociación de género gramatical y sexo o la actitud de la
comunidad hablante ante la lengua, o por razones lingüísticas como la
ambigüedad del masculino, precisamente por su doble valor específico/genérico,
en algunos contextos. 3) En mi opinión, el apartado 4 merece más de una
reflexión. Por ejemplo, no entiendo la expresión «con la posible excepción de
mal» (o es una excepción o no lo es; esta fórmula vuelve a emplearse en el punto
7); pero, como tengo que ser breve en mi exposición, me detendré solo en lo más
relevante por lo que insistiré que una vez más Bosque hace una interpretación
incorrecta de nuestro Manual en la segunda parte de esta afirmación: «En cuanto
a mal, considera, correctamente, que son sexistas frases como En el turismo
accidentado viajaban dos noruegos con sus mujeres (mal-72), pero recomienda a
la vez escribir Los gerentes y las gerentas revisarán las solicitudes
presentadas hasta la fecha (mal-81), puesto que entiende que usar únicamente
los gerentes podría ser discriminatorio con la mujer». No sé cómo el profesor
Bosque llega a esta deducción, puesto que en la p. 81 nos limitamos a exponer
las distintas posturas que, en cuanto al uso del masculino plural con valor
genérico, conviven en la comunidad hablante. Además, hemos sido muy cautelosas
con el empleo de los desdoblamientos, pues en distintas ocasiones (por ejemplo,
en las pp. 89 y 90) insistimos en que provocan recargamiento y lentitud en la
expresión. Esto no quiere decir que no puedan utilizarse, ya que no son
agramaticales y resultan de utilidad en contextos puntuales como, por ejemplo,
en el encabezamiento de las cartas.
4) En los apartados 5, 6 o 7, Bosque insistir en algunos
aspectos ya expuestos con anterioridad: «De hecho, tales desdoblamientos
múltiples se proponen a menudo como ejemplos en estas guías. La de la uned
considera que no debe decirse Los funcionarios interinos que hayan trabajado
entre el 8 de julio y el 7 de enero […], sino (uned -5) Los funcionarios y
funcionarias interinos e interinas que hayan trabajado entre el 8 de julio y el
7 de enero […]. En mal-70 se sugiere como pauta El/la avalado/a está obligado/a
a comunicar a el/la avalista dicha circunstancia». Por lo que respecta a mal, estamos
de nuevo ante una apreciación inadecuada, pues en la p. 70 afirmamos: «También
podemos hacer uso de los dobletes con barra en otros tipos de documentos, si
bien, esta opción, por razones estilísticas, no es la más recomendable» y
remitimos a la p. 87 del Manual, donde se indica tras hacer alusión a la
Ortografía (1999) de la Academia: «No obstante, y a pesar de que esté admitido,
siempre que sea posible ha de evitarse separar con la barra la palabra y el
morfema, pues afea el texto y dificulta su lectura, ya que si se opta por este
recurso se habrá de utilizar no solo en los sustantivos, sino en todos los
elementos con los que concuerden […]. Este conocido sistema de dobletes
resulta, sin embargo, muy eficaz para suplir la falta de espacio en formularios
e impresos». Después de esta remisión a la p. 87 se recoge el ejemplo al que
hace alusión Bosque, ¿de verdad es posible creer que lo sugerimos como pauta?
5) Las últimas referencias explícitas a mal se hallan en el
apartado 9: a) «Solo una de las nueve guías que cito recomienda evitar la
arroba como signo lingüístico en todos los contextos. Aun así, no propone
sustituir L@s niñ@s vendrán a clase con ropa cómoda (mal-88) por el equivalente
con los niños, sino las niñas y niños o con los/las niños/as».
El profesor Bosque parece olvidar que no hay otra
interpretación posible de la @ en este tipo de frase, de ahí que en la página
citada por el académico advirtamos que «[…] la utilización de este recurso no
se limita en muchos casos a buscar la economía gráfica, sino que en realidad
pretende eludir el uso genérico del masculino (lo que también es extrapolable,
en ocasiones, a la barra), para lo que en caso de considerarse necesario,
existen otros procedimientos, como los genéricos, las perífrasis, etc. Se trata,
en definitiva, de una manifestación más de la equivocada asociación género-sexo
y debe, por tanto, evitarse» (mal-88).
b) En lo referente a los listados de los colectivos y
abstractos, se señala: «mal es la única guía que actúa con cierta cautela: “Estos
listados son orientativos y no deben interpretarse como soluciones válidas en
todos los contextos” (mal-52)».
Ahora bien, cuando sea posible, ¿por qué no habríamos de
utilizar los colectivos o los abstractos, términos sancionados por el uso y
recogidos en el drae? Además, colectivos como alumnado o profesorado tienen la
ventaja de evocar la imagen mental de un grupo de personas de ambos sexos (con
independencia de que se corresponda en todos los casos con la realidad), lo que
no ocurre siempre con el masculino genérico por la incorrecta asociación género
gramatical-sexo, a la que ya he aludido.
De lo expuesto, creo que se evidencia que el académico y
gramático Ignacio Bosque, a veces, formula apreciaciones muy dispares del
espíritu con el que sus autoras concibieron el Manual de lenguaje
administrativo no sexista del Ayuntamiento de Málaga: dar alternativas
igualitarias desde el respeto a las normas gramaticales. Alternativas que, al
contrario de lo que puede deducirse del informe de Bosque, son válidas en
muchos contextos y no resultan ni agramaticales ni recargan el discurso.
En definitiva, al igual que las guías de estilo de diversos
medios de comunicación han intentado solventar, con mayor o menor acierto,
cuestiones para las que la Academia tan solo muy recientemente ha propuesto
solución como, por ejemplo, el plural de los extranjerismos, el Manual de
lenguaje administrativo no sexista procuró responder a las necesidades
planteadas por una institución pública, en este caso el Ayuntamiento de Málaga,
para adecuarse a las directrices de transversalidad de género que señala la
Unión Europea. Lo deseable sería, pues, que la Academia procurase ser, en todo
momento, más diligente en su labor de guiar y arrojar luz en el correcto uso
del español, y, por lo que respecta a los procedimientos igualitarios, no se
limitara a suscribir las opiniones de uno de sus miembros, sino que diera
respuesta de forma sistematizada a una preocupación que está instalada en una
parte importante de la sociedad actual.
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