Especial para La Página |
“Fui yo”, dijo el supuesto asesino múltiple cuando regresó a
la base militar de las afueras de Kandahar, la ciudad del sur denominada “el
corazón del Talibán”. Se informó que habría dejado la base a las 3 de la
madrugada y habría caminado hacia tres casas vecinas, donde mató sistemáticamente
a quienes se encontraban dentro. El agricultor Abdul Samad no estaba en su casa
en el momento de la matanza. Su esposa y sus ocho hijos e hijas fueron
asesinados. Algunas de las víctimas fueron apuñaladas, otras fueron
incineradas. Samad le dijo al New York Times: “Nuestro gobierno nos dijo que
regresáramos al pueblo y luego dejan que los estadounidenses nos maten”.
La masacre sucedió luego de las multitudinarias
manifestaciones contra la quema de copias del Corán por parte de las fuerzas
armadas estadounidenses, que a su vez siguió a la publicación de un video que
muestra a infantes de marina estadounidenses orinando sobre cadáveres afganos.
Dos años antes, un “equipo de la muerte” integrado por soldados estadounidenses
—también cerca de Kandahar— había asesinado a civiles afganos por deporte. Los
soldados posaron en fotos horribles junto a los cadáveres mientras mutilaban
sus dedos y otras partes del cuerpo como si se tratara de trofeos.
En respuesta a la masacre, el Secretario de Defensa, León
Panetta, profirió una serie de clichés, entre ellos el de recordarnos que “la
guerra es un infierno. Este tipo de sucesos e incidentes van a continuar
sucediendo. Han sucedido en todas las guerras. Son sucesos horribles y no es la
primera vez que suceden acontecimientos de este tipo y probablemente no sea la
última”. Panetta visitó esta semana el campamento Leatherneck en la provincia
de Helmand, cerca de Kandahar, en el marco de una visita previamente programada
cuya fecha coincidió casualmente con los días posteriores a la masacre. Los 200
infantes de marina invitados a escuchar el discurso de Panetta fueron obligados
a dejar sus armas fuera de la carpa. NBC News informó que dichas instrucciones
son “bastante inusuales”, ya que a los infantes de marina se les ordena que
siempre tengan sus armas en mano en una zona de guerra. A su llegada a
Afganistán, una camioneta robada cruzó la pista de aterrizaje a toda velocidad
en dirección al avión donde se encontraba Panetta y el conductor salió de la
cabina en llamas, en lo que pareció tratarse de un ataque.
La violencia no solo azota en la zona de guerra. En Estados
Unidos, las heridas de la guerra se manifiestan en formas cada vez más crueles.
El sargento de 38 años que habría cometido la masacre
procedía de la Base Conjunta Lewis-McChord (JBLM, por sus siglas en inglés), un
centro militar en expansión cerca de Tacoma, Washington, que fue descrito por
el periódico militar Stars and Stripes como “la base más problemática de las
fuerzas armadas” y más recientemente, como una base “al límite”. 2011 fue el
año en que se registró el mayor número de suicidios de soldados en esa base, de
donde también procedía el “equipo de la muerte”.
The Seattle Times informó este mes que un equipo de
psiquiatría forense que supervisó al Centro Médico Madigan de la base
Lewis-McChord revirtió inexplicablemente el diagnóstico de trastorno por estrés
postraumático a 285 pacientes. La decisión está siendo investigada debido a
preocupaciones de que fue tomada en parte para evitar pagarle la atención
médica del Ejército a quienes cumplían con los requisitos para recibirla.
Kevin Baker también era un sargento del ejército de Estados
Unidos apostado en Fort Lewis. Tras haber combatido dos veces en Irak se negó a
ir una tercera vez luego de que le negaran el diagnóstico de trastorno por
estrés postraumático. Comenzó a organizar una campaña para reclamar el regreso
de los soldados a Estados Unidos. Me dijo:
“Si un soldado es herido en el campo de batalla durante el combate y se está desangrando y un oficial ordena que esa persona no reciba atención médica y eso le cuesta la vida al soldado, ese oficial sería declarado culpable de abandono de funciones y posiblemente de homicidio. Cuando eso sucede en Estados Unidos, cuando eso les sucede a los soldados que buscan ayuda y los oficiales ordenan que no haya un diagnóstico claro de trastorno por estrés postraumático y básicamente les niegan esa ayuda, una verdadera ayuda psicológica, y el soldado termina sufriendo internamente al punto de quitarse su propia vida o la de otra persona, entonces los oficiales y las Fuerzas Armadas y el Pentágono deberían ser responsabilizados de estas atrocidades.”
Si bien es demasiado tarde para salvar a la familia de Abdul
Samad, quizás el grupo de Baker, March Forward, junto con la “Operación
Recuperación” de los Veteranos de Irak Contra la Guerra (que aboga por prohibir
que soldados que ya sufren trastorno por estrés postraumático sean enviados a
combatir) puedan ayudar a poner fin a la desastrosa y atroz ocupación de Afganistán.
Amy Goodman |
Denis Moynihan colaboró en la producción periodística de
esta columna. / © 2012 Amy Goodman
Texto en inglés traducido por Mercedes Camps. Edición: María Eva Blotta y Democracy Now! en español, spanish@democracynow.org
Texto en inglés traducido por Mercedes Camps. Edición: María Eva Blotta y Democracy Now! en español, spanish@democracynow.org
Amy Goodman es la conductora de Democracy
Now!, un noticiero internacional que se emite diariamente en más de 550
emisoras de radio y televisión en inglés y en más de 350 en español. Es
co-autora del libro "Los que luchan contra el sistema: Héroes ordinarios
en tiempos extraordinarios en Estados Unidos", editado por Le Monde
Diplo.