Gabriel Molina
Ni Latell ni Garvin preguntaron dónde estaban Nixon y Bush
el 22 de noviembre de 1963. Otros sí lo han hecho y ambos políticos contestaron
que no recuerdan. Pero Paul Kangas y otros investigadores han revelado
evidencias de que ambos estaban en esa ciudad de Texas aquel día. Y que
conocían del magnicidio.
Una de las evidencias es un memorándum de Edgar Hoover,
director del FBI, donde se revela que George Bush, oficial de la CIA, informó
el 23 de noviembre de 1963 cómo estaban reaccionando contra Kennedy los exiliados
cubanos. Bush alegó que era otro oficial con el mismo nombre, pero dejó la
impresión de que el FBI sabía lo que estaba diciendo. Fletcher Prouty,
exoficial de enlace de la CIA, declaró que Bush —ya alto oficial de la agencia
en 1960 aunque también lo negaba— tuvo a su cargo la organización de la
invasión de Bahía de Cochinos y se ocupó de reclutar los cubanos después
sospechosos para el Comité investigador del Congreso de Estados Unidos por el
asesinato de JFK. Ver: Asesinato
de Kennedy o Golpe de Estado Encubierto
Carl Freund, del diario Dallas Morning News, entrevistó a
Nixon el propio día del magnicidio. El autor intelectual del famoso Watergate
aseguró allí que Kennedy excluiría a Lyndon Johnson como Vice de la candidatura
en 1964 y arremetió contra el Presidente por las demostraciones raciales:
“ofreció más de lo que puede realizar”, dijo. El diario agregó que Nixon
asistía allí a una reunión de la compañía Pepsi Cola y se hospedó en el hotel
Baker. The Dallas Times Herald publicó la víspera del magnicidio una foto
tomada en Dallas de Nixon y Donald Kendall, presidente de la Pepsi Cola. Ante
las pruebas documentales, Nixon admitió que estuvo allí invitado por Kendall.
Kangas refuta que Nixon haya abandonado esa ciudad antes, pues “los documentos
del Aeropuerto muestran que se marchó después del asesinato”. (1)
En 1991, el agente CIA Chauncey Holt dijo a la revista
Newsweek que Kendall era considerado por la agencia como sus ojos y oídos en el
Caribe. La CIA es la clave de esa estrecha relación entre el empresario y el
político. En Cuba, la Pepsi tenía una fábrica y una plantación que fueron
nacionalizadas.
El investigador Carl Oglesby ubica a Nixon junto al vicepresidente Johnson en una fiesta en Dallas la víspera del crimen, conceptuada como coordinación final del magnicidio. En círculos del gobierno y de íntimos de los Kennedy se conocían en 1963 los crecientes enfrentamientos con Johnson. Se aseguraba que iban a denunciar sus corruptas conexiones y dejarlo fuera de la candidatura para los comicios de 1964. Se hablaba también de procesarlo.
El libro El último testigo recoge las confesiones de Billie
Sol Estes, un millonario financiero ligado al político texano, sancionado por
los tribunales después de ser investigado por Robert Kennedy, entonces Fiscal
General. Estes dijo que Johnson le obligó a silenciar los negocios sucios que
hacía para ambos. “Según Madeleine Brown, íntima amiga de Johnson, el
Vicepresidente asistió con ella el 21 de noviembre a la soirée privada en casa
de Clint Murchinson, magnate petrolero de Dallas, donde pronunció una frase
enigmática: ‘A partir de mañana esos malditos Kennedy no serán más un
problema’”. (2)
Oglesby denuncia en The Yankee Cowboy War la presencia en
esa fiesta, además de Johnson y Nixon, de J. Edgar Hoover, director del FBI;
Allen Dulles, exdirector de la CIA; el millonario petrolero H.L. Hunt; John
Connally, exgobernador de Texas; el general Charles Cabell y su hermano Earl,
personajes que odiaban a JFK.
El Presidente había cesanteado el 1ro. de febrero de 1962 a
Cabell como subdirector de la CIA. El general había tratado de obligar a
Kennedy el 19 de abril de 1961 a autorizar el empleo de los cazas de un
portaviones estacionado cerca de Cuba que, según él, podían cambiar el curso de
la invasión de Girón en unos minutos. Los jefes del Pentágono, encabezados por
Lemnitzer y Walker y los de la CIA, en especial Dulles y Cabell, prácticamente
se insubordinaron y siguieron tratando de provocar una intervención militar
directa contra Cuba. Por esas razones fue muy sospechosa la decisión del
hermano del general Cabell, quien en su condición de alcalde de Dallas desvió
el tránsito de la caravana del Presidente, que venía por la calle Mayor hacia
el centro de la Plaza Dealey para seguir hacia la autopista Stemmons, como
estaba previsto en el plan original. “En la calle Mayor, continuando por el
prado abierto no hubieran podido alcanzarle (los disparos)… en el último
momento cambiaron la ruta prevista del presidente de Estados Unidos para
hacerla pasar por donde está el almacén”. (3) Por ese cambio que introdujo
Cabell, doblaron hacia abajo en la calle Houston para hacer un giro de 120
grados que obligó a reducir la velocidad hasta unos 15 kilómetros por hora y
tomar hacia la calle Elm, donde se encuentra el almacén y un montículo de
hierba. Este dramático giro facilitó la tarea a los asesinos de Kennedy allí
emboscados.
Latell y Garvin debieron formular esa pregunta sobre todo a
George H. W. Bush, uno de los pocos sospechosos sobrevivientes del crimen. La
infatigable labor de los investigadores ha dado lugar a nuevos hallazgos que
involucran en el complot del magnicidio a Nixon y también a Lyndon Johnson,
sustituto de JFK, la persona más beneficiada con el asesinato.
Bush, Reagan, Carter, Ford, Nixon |
Tras el asesinato de Robert Kennedy en 1968, Nixon fue
elegido Presidente y continuó con sus tretas que le ganaron el mote de Dirty
Dick (Ricardito el sucio). Un grupo de agentes y oficiales de la CIA,
disfrazados de plomeros, se introdujeron, por encargo de Nixon, en el local del
partido demócrata en el edificio Watergate, enclavado en Washington. En
principio se pensó que el objetivo era buscar información para perjudicar a
George McGovern, quien aspiraba a la presidencia, pero en realidad el asunto
era mucho más grave y sucio. El 23 de junio de 1972 el Presidente Nixon trataba
de atajar la investigación del Watergate a cargo de oficiales del FBI como Mark
Felt, quien recientemente resultó ser “Garganta Profunda”, el informante
secreto del diario The Washington Post, que contribuyó a esclarecer los hechos.
En los primeros días del escándalo, Nixon hizo que su
ayudante John Ehrlichman llamase a la Casa Blanca a Patrick Gray, director del
FBI en sustitución de Edgar Hoover y le advirtiese que seis files escritos por
Hunt en poder del FBI eran dinamita política y no deberían ver la luz del día.
Gray se llevó los seis files a su casa y los quemó. Eso mismo hizo John Dean,
consejero del presidente, con el diario de Hunt. Pero las grabaciones de los
diálogos en la Casa Blanca, revelaban la causa del desvelo de Nixon por la
detención de Hunt y el resto de los implicados. Trataba de esconder que la
operación expondría la conexión con el asesinato de Kennedy y accedió a que
entregasen a Hunt un millón de dólares. Temeroso por las posibles consecuencias
de la trampa, Nixon exigía a su jefe de personal, H.R. Haldeman, presionar a
sus compinches de la CIA George Bush, Richard Helms y Vernon Walters: “Mira, el
problema es que esto abrirá el agujero completo de la Bahía de Cochinos”. (4)
“Nosotros protegimos a Helms en un montón de cosas —expresaba Nixon—. Bush hará
cualquier cosa por nuestra causa”. (5)
La apasionada agitación con que reaccionó Helms, gritando
que no tenía nada que ver con la Bahía de Cochinos, llenó de asombro a
Haldeman. El hombre de confianza del Presidente realizó la tarea encomendada,
pero el escándalo había avanzado demasiado por las revelaciones de las
grabaciones en La Casa Blanca y se vio obligado a informar a Nixon que ya no
podían hacer nada.
En su posterior libro Los Fines del Poder, Haldeman confiesa
que Nixon siempre que se refería al magnicidio lo disfrazaba como el asunto de
la Bahía de Cochinos. Las grabaciones están llenas de esas referencias. Uno de
los ladrones disfrazados de plomeros, Frank Sturgis, confesó cinco años después
cuál era la motivación tan poderosa que inquietaba a Nixon: “la razón para
penetrar en el hotel Watergate era las fotos sobre nuestro papel cuando el
asesinato de Kennedy”. (6) Los “plomeros”, todos oficiales y agentes de la CIA,
eran E. Howard Hunt, quien encabezaba el grupo; James W. McCord, Jr. y los
cubanos Virgilio R. González, Bernard L. Barker y Eugenio Martínez,
participaron de un modo u otro en la invasión por Girón. Y salvo McCord, fueron
investigados por el magnicidio.
En sus memorias, Espía Americano, Hunt manifiesta que
William Harvey, colocado por la CIA a la cabeza de la Fuerza de Tarea W, a fin
de dirigir los complots para asesinar a Fidel, pudo haber jugado con David
Morales, el más reconocido asesino dentro de la CIA, el rol principal en
organizar el asesinato de Kennedy. En el año 2004 Hunt dictó otras revelaciones
en un video a su hijo St. John, quien se lo había pedido cuando sintió cercano
el deceso de su padre por un cáncer. Hunt manifestó que Frank Sturgis, uno de
los “plomeros” de Watergate, lo invitó a una reunión clandestina de la CIA en
la cual estaba presente Morales y discutieron sobre el gran evento, que después
supo era un complot para asesinar a Kennedy. Hunt admitió crípticamente que
participó, pero “como un jugador de reemplazo”, pues tenía reparos.
El diario Nuevo Herald, al comentar el libro de Latell,
trató de exonerar a la CIA y los grupos mafiosos y otros intereses espúreos por
la invasión de 1961, la Crisis de los cohetes en 1962 y el asesinato de
Kennedy, acontecimientos ligados como vasos comunicantes.
La tesis principal de Latell es la del asesino único: Lee
Harvey Oswald, ligado a Cuba. Este fue precisamente la primera prueba de que
hubo una conspiración oficial. Ese complot merece otro análisis.
Notas
(1) The Realist No.117, verano de 1991, p.7.
(2) William
Reymond. JFK, Le dernier temoin. Editions Flammarion. París. 2003. pp 259
(3) Jim
Garrison . JFK Tras la pista de los asesinos Ediciones B S.A.
Barcelona1992, p. 145
(4) Stanley
I. Kutler (ed.) Abuse of Power Simon and Schuster, New York. 1997), pp. 67-69
(5) San Francisco Chronicle, mayo 7 de 1977.
(6) Ibid.
http://www.contrainfo.com/2001/los-que-sabian-que-kennedy-seria-asesinado-en-dallas/ |