“Tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por los sufrimientos de la humanidad. Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de acá para allá, por una ruta cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación” — Bertrand Russell

24/4/12

Sobre la Lingüística y sobre Pellicer

Eduardo Zeind Palafox

Especial para La Página
Los especialistas del lenguaje pretenden encontrar la verdad en una estructura sintáctica. Tales especializaciones o cegueras, hacen del aguzado científico un asno que trota sobre la vida. Esta afirmación o crítica, hecha por Schopenhauer, explica por qué los avances en las ciencias del lenguaje son tan eximios.

El lingüista incompetente es como el biólogo incompetente, pues ambos aseguran que los virus o que los fenómenos léxicos cambian constantemente, y que por tal razón, son difíciles de comprender (las consonantes son "como" el sistema óseo del lenguaje y las vocales son "como" los músculos que cubren a dicho sistema). No existen los lingüistas puros, así como no existen los etnólogos ignorantes de la antropología.

El lingüista no es alguien que estudia un sistema estático, pero sí uno dinámico. De aquí que los psicólogos, eruditos de la locura o del discurso desaforado, sepan más sobre el lenguaje que los mismos lingüistas. Podemos conocer la locura o la cordura de un hombre a través de sus actos (en el Rizoma de Deleuze y de Guattari yace una excelente exégesis sobre los procesos epistemológicos que configuran la conducta humana). Y en el mundo del lenguaje, podemos determinar las modificaciones que sufre un idioma a través de la escritura y de la pragmática.

Sobra y basta leer la poco sobria y poco vasta obra del señor Wittgenstein para penetrar en los secretos del lenguaje. El idioma es un ajedrez, pero un ajedrez sin piso, sin cuadrícula, sin campo, sin fronteras.

El idioma, instrumento del retorcido hombre, según las palabras de Kant, es maleable, amorfo, elástico y terrible. Hay unos versos que me intrigan, unos escritos por Pellicer, unos que maximizan la inteligencia del tema. Dicen así:

"Tú ya empiezas a ser para el abismo.
Líbralo como el viento que ladea
con su anchura delgada su espejismo".

Como tengo que trabajar y como tengo que ganarme la vida haciendo las veces del oficinista o del "homo domesticus", seré breve en mi meditación. Una proposición, dijo Wittgenstein, es un letrero. Un letrero, a su vez, instruye y describe ("tome el cable blanco y conéctelo en la entrada blanca", dicen los manuales).

El datum (cable blanco) y el fatum (conéctelo) conviven en una estructura sintáctica o enunciado cuerdo. Los enunciados, hechos de palabras, tienen un esqueleto gramatical. Y en este esqueleto podemos encontrar indicadores primarios y secundarios.

"Aquí", "allá", "esto", "aquello", sirven para indicar o para señalar objetos a la vista, es decir, objetos que viven en el presente y desde tiempos pasados. Por otro lado, también contamos con los indicadores secundarios, que hablan del futuro, y que por lo tanto, son poéticos, siguiendo las enseñanzas de Aristóteles.

El indicador "allá", para ser concreto, para ser correcto, sólo puede señalarnos espacios, no tiempos. Cuando rompemos esta regla ("allá, en el futuro lejano, serás un hombre") empezamos a caer en el bello y dorado entorno de la poesía.

Pellicer, en sus versos, dice que alguien empieza a ser para (del) el abismo, como si los abismos fueran capaces  de apropiarse de alguien o de algo. Con esta maña e indicándonos que un abismo (espacio) es un destino (tiempo), el poeta transforma en Demonio al Abismo. Estratagemas de esta laya confirman a Valéry: lo más profundo, es la epidermis, dijo el francés.

Sigamos. Los lingüistas, para penetrar en los significados alegóricos y filológicos de las proposiciones tribales, esgrimen dos categorías, que son las siguientes: implicación y continuidad. Los poetas clásicos siempre nos enseñan metafóricamente, diciéndonos que una cosa es "como" la otra cosa. Esto es posible gracias a los consensos dialectales de una sociedad (continuidad).

Pero los poetas modernos dejan sueltas las palabras (significados implícitos, desatados). El significado de una palabra puede vivir en la palabra misma o vivir en las palabras aledañas. Escuchemos a Pellicer otra vez:

"Líbralo como el viento que ladea
con su anchura delgada su espejismo".

Aquí, aquí la única palabra libre o que se hace valer a sí misma, es la palabra "viento". Según Pellicer el viento puede ladearse, ser ancho y soslayar espejismos. El oxímoron "anchura delgada" no nos parece preciosista o barroco, pues la noción del viento, simplista, diáfana, transparente y sencilla ("esa cosa ligera, alada y sagrada", diría Platón), domina el paralaje sintáctico.

Lo que el poeta hizo fue sustituir la demostración por la denominación. O mejor dicho, lo que hizo fue metamorfosear la incertidumbre en Historia. El poeta aconseja, con donosura, librarse del abismo, hacerlo "como" siempre lo ha hecho el viento.

Un poema moderno no sigue silogismos clásicos, retóricos, ordenados o gramáticos. Un poema moderno es una "manzana de fuego en el árbol de la sintaxis", citando a Octavio Paz.

El gran poeta primero se manifiesta, después construye significados, y por último, designa o urde una simbología personal (por eso los poetas de hoy escriben libros acerca de su arte poética).

El poeta clásico, por el contrario, primero elige sus símbolos, después construye proposiciones, y al final, pretende que su mecánica escritura signifique algo. Me parece que con esta brevísima meditación podemos comprender mejor la ardua labor de los lingüistas. Seguiré trabajando.