Especial para La Página |
Los especialistas del lenguaje pretenden encontrar la verdad
en una estructura sintáctica. Tales especializaciones o cegueras, hacen del
aguzado científico un asno que trota sobre la vida. Esta afirmación o crítica,
hecha por Schopenhauer, explica por qué los avances en las ciencias del
lenguaje son tan eximios.
El lingüista incompetente es como el biólogo incompetente,
pues ambos aseguran que los virus o que los fenómenos léxicos cambian
constantemente, y que por tal razón, son difíciles de comprender (las
consonantes son "como" el
sistema óseo del lenguaje y las vocales son "como"
los músculos que cubren a dicho sistema). No existen los lingüistas puros, así como no existen los
etnólogos ignorantes de la antropología.
El lingüista no es alguien que estudia un sistema estático, pero sí uno dinámico. De aquí que los psicólogos, eruditos de la locura o del discurso desaforado, sepan más sobre el lenguaje que los mismos lingüistas. Podemos conocer la locura o la cordura de un hombre a través de sus actos (en el Rizoma de Deleuze y de Guattari yace una excelente exégesis sobre los procesos epistemológicos que configuran la conducta humana). Y en el mundo del lenguaje, podemos determinar las modificaciones que sufre un idioma a través de la escritura y de la pragmática.
Sobra y basta leer la poco sobria y poco vasta obra del
señor Wittgenstein para penetrar en los secretos del lenguaje. El idioma es un
ajedrez, pero un ajedrez sin piso, sin cuadrícula, sin campo, sin fronteras.
El idioma, instrumento del retorcido hombre, según las
palabras de Kant, es maleable, amorfo, elástico y terrible. Hay unos versos que
me intrigan, unos escritos por Pellicer, unos que maximizan la inteligencia del
tema. Dicen así:
"Tú ya empiezas a ser para el abismo.
Líbralo como el viento que ladea
con su anchura delgada su espejismo".
Líbralo como el viento que ladea
con su anchura delgada su espejismo".
Como tengo que trabajar y como tengo que ganarme la vida
haciendo las veces del oficinista o del "homo domesticus", seré breve
en mi meditación. Una proposición, dijo Wittgenstein, es un letrero. Un
letrero, a su vez, instruye y describe ("tome el cable blanco y conéctelo
en la entrada blanca", dicen los manuales).
El datum (cable
blanco) y el fatum (conéctelo)
conviven en una estructura sintáctica o enunciado cuerdo. Los enunciados,
hechos de palabras, tienen un esqueleto gramatical. Y en este esqueleto podemos
encontrar indicadores primarios y secundarios.
"Aquí", "allá", "esto",
"aquello", sirven para indicar o para señalar objetos a la vista, es
decir, objetos que viven en el presente y desde tiempos pasados. Por otro lado,
también contamos con los indicadores secundarios, que hablan del futuro, y que
por lo tanto, son poéticos, siguiendo las enseñanzas de Aristóteles.
El indicador "allá", para ser concreto, para ser
correcto, sólo puede señalarnos espacios, no tiempos. Cuando rompemos esta regla
("allá, en el futuro lejano, serás un hombre") empezamos a caer en el
bello y dorado entorno de la poesía.
Pellicer, en sus versos, dice que alguien empieza a ser para
(del) el abismo, como si los abismos fueran capaces de apropiarse de alguien o de algo. Con esta
maña e indicándonos que un abismo (espacio) es un destino (tiempo), el poeta
transforma en Demonio al Abismo. Estratagemas de esta laya confirman a Valéry:
lo más profundo, es la epidermis, dijo el francés.
Sigamos. Los lingüistas, para penetrar en los significados
alegóricos y filológicos de las proposiciones tribales, esgrimen dos
categorías, que son las siguientes: implicación y continuidad. Los poetas
clásicos siempre nos enseñan metafóricamente, diciéndonos que una cosa es "como"
la otra cosa. Esto es posible gracias a los consensos dialectales de una
sociedad (continuidad).
Pero los poetas modernos dejan sueltas las palabras
(significados implícitos, desatados). El significado de una palabra puede vivir
en la palabra misma o vivir en las palabras aledañas. Escuchemos a Pellicer
otra vez:
"Líbralo como el viento que ladea
con su anchura delgada su espejismo".
con su anchura delgada su espejismo".
Aquí, aquí la única palabra libre o que se hace valer a sí
misma, es la palabra "viento". Según Pellicer el viento puede
ladearse, ser ancho y soslayar espejismos. El oxímoron "anchura
delgada" no nos parece preciosista o barroco, pues la noción del viento,
simplista, diáfana, transparente y sencilla ("esa cosa ligera, alada y
sagrada", diría Platón), domina el paralaje sintáctico.
Lo que el poeta hizo fue sustituir la demostración por la
denominación. O mejor dicho, lo que hizo fue metamorfosear la incertidumbre en
Historia. El poeta aconseja, con donosura, librarse del abismo, hacerlo
"como" siempre lo ha hecho el viento.
Un poema moderno no sigue silogismos clásicos, retóricos,
ordenados o gramáticos. Un poema moderno es una "manzana de fuego en el
árbol de la sintaxis", citando a Octavio Paz.
El gran poeta primero se manifiesta, después construye
significados, y por último, designa o urde una simbología personal (por eso los
poetas de hoy escriben libros acerca de su arte poética).
El poeta clásico, por el contrario, primero elige sus
símbolos, después construye proposiciones, y al final, pretende que su mecánica
escritura signifique algo. Me parece que con esta brevísima meditación podemos
comprender mejor la ardua labor de los lingüistas. Seguiré trabajando.