Especial para La Página |
Lo acontecido en
Paraguay viene a ratificar que las democracias latinoamericanas siguen siendo
febles. Sea que se trate de asonadas militares o de enjuagues parlamentarios,
lo cierto es que los Golpes de Estado siguen siendo un riesgo en la región.
Hace muy poco nos conmovió Honduras, más tarde fue Ecuador y hoy el hedor
antidemocrático se ha instalado en Asunción. En todos los casos la misma
patética inoperancia y demagogia de la OEA, en todos los casos, el silencio
cómplice de Washington. Se intenta abortar un proceso democrático progresista
usurpándole a un pueblo su voluntad soberana mediante un “golpe parlamentario”
apoyado tácitamente por la cúpula militar y los poderes fácticos del Paraguay.
Lo acontecido en
este pequeño país sudamericano liderado por el gobierno democrático de Fernando
Lugo enciende una alerta continental, pues si los golpistas imponen sus
términos, ello pone en entredicho toda la institucionalidad regional – UNASUR,
MERCOSUR - comprometida en la defensa de
la democracia. La debilidad frente al actual régimen paraguayo que desconoce la
voluntad popular expresada en las urnas solo legitima y alienta la posibilidad
de repetir experiencias análogas en otras latitudes de nuestra región.
Los gobiernos
democráticos de América Latina se han esforzado durante décadas por dejar atrás
las lamentables dictaduras militares y las guerras civiles de los años setenta
y ochenta del siglo pasado. El triste espectáculo que ofrece la política
paraguaya por estos días es contrario al más mínimo sentido democrático y, por
tanto, inaceptable por la comunidad de naciones de nuestro continente. Es hora
de que se activen todos los mecanismos disponibles para restituir en el más
breve plazo un orden constitucional y un horizonte democrático que respete el
derecho del pueblo paraguayo expresado en las últimas elecciones.
El juicio contra
el presidente Fernando Lugo esconde el desconocimiento al conjunto de partidos
que apoyaron su gestión y a numerosos movimientos sociales en todo el país que
hoy resisten a los golpistas. Más allá de la figura del depuesto mandatario
paraguayo, se trata de torcer la voluntad de millones de paraguayos mediante
una maniobra espuria revestida de legalismo. No nos engañemos, aunque los
portavoces del régimen ilegítimo surgido de una maniobra parlamentaria se
esfuercen por presentarse ante el mundo como “demócratas”, lo ocurrido en
Paraguay es en cualquier diccionario de política un Golpe de Estado.