En la antesala de las elecciones en Grecia, Alexis Tsipras,
dirigente de Syriza, partido en cuyo seno se congregan múltiples grupos de
izquierda, sostuvo sin ambages: “Lo más
normal sería que la gente intentara convertir su rabia en una propuesta
política alternativa. Y creo que si no fuera por el miedo, el terror mediático,
que es el arma más fuerte de nuestros políticos enemigos, estas elecciones serían
para nosotros un paseo”.
Y es tan sólo natural remitirse al caso mexicano al leer
estas líneas. No sólo por la manipulación y el hiper-control que se ejerce vía el terror mediático en ambos países
(que es un fenómeno que bien amerita un estudio aparte, obligadamente
exhaustivo, dada la magnitud y el alcance sociopolítico del mismo). Sino
también, y acaso especialmente, por la curiosa correlación que guardan los dos
países en el contexto del moderno sistema-mundo. Porque también México, cuyo
principal referente debiera ser la crisis política de la nación helénica, está
pagando ociosamente las tropelías económicas de la metrópoli regional –Estados
Unidos. En la comunidad europea, Grecia es el principal damnificado en la
crisis económica que sacude a la región. Francia y Alemania, los auténticos
beneficiarios de la eurozona, se han respaldado en el Fondo Monetario
Internacional, el Banco Central Europeo y el Banco Mundial para salvar a sus
respectivas bancas nacionales, transfiriendo la responsabilidad
político-económica de este colosal atraco plutocrático al más débil de los
países en la Unión Europea –Grecia.
Este mismo patrón se repite en la zona del TLCAN: México subsidia la recuperación económica de Estados Unidos, inyectando sumas astronómicas a la banca norteamericana por concepto de lavado de dinero proveniente de los cárteles de la droga; nutriendo la industria armamentista a través de la compra cada vez más desproporcionada de tecnología castrense; incrementando sin la pertinente regulación la participación de las empresas estadunidenses en territorio nacional; financiando la capitalización de los organismos monetaristas-financieros con sede en aquel país (en la reciente cumbre del G20 Felipe Calderón acordó aportar 10 mil mdd al FMI “para enfrentar los tiempos de la crisis económica” [sic]). No importa cuán enérgicas sean las manifestaciones de censura a los respectivos regímenes, los poderes fácticos siguen operando a sus anchas en ambos lados del Atlántico. Los dos países continúan sometidos políticamente a los caprichos de potencias contiguas, en lo regional, y del capital transnacional, en lo global.
Este mismo patrón se repite en la zona del TLCAN: México subsidia la recuperación económica de Estados Unidos, inyectando sumas astronómicas a la banca norteamericana por concepto de lavado de dinero proveniente de los cárteles de la droga; nutriendo la industria armamentista a través de la compra cada vez más desproporcionada de tecnología castrense; incrementando sin la pertinente regulación la participación de las empresas estadunidenses en territorio nacional; financiando la capitalización de los organismos monetaristas-financieros con sede en aquel país (en la reciente cumbre del G20 Felipe Calderón acordó aportar 10 mil mdd al FMI “para enfrentar los tiempos de la crisis económica” [sic]). No importa cuán enérgicas sean las manifestaciones de censura a los respectivos regímenes, los poderes fácticos siguen operando a sus anchas en ambos lados del Atlántico. Los dos países continúan sometidos políticamente a los caprichos de potencias contiguas, en lo regional, y del capital transnacional, en lo global.
Tanto en México como en Grecia estos penosos antecedentes
son de dominio público, a pesar del cerco que ha desplegado el poder y el
silencio cómplice de los medios masivos. La gente en las calles habla de
economía con datos duros a la mano, esgrime argumentos sólidos en defensa de la
soberanía nacional, discute en casa sobre política doméstica e internacional,
toma plazas públicas en señal de indignación. Algo nuevo ha emergido en estos
países que padecen las inclemencias de una crisis a todas luces civilizatoria.
Es una suerte de politización espontanea, sin doctrinas intermediarias ni
vanguardias ilustradas. Es el conocimiento práctico que arroja la experiencia
de la desprotección, la impotencia frente a la tiranía del dinero, la zozobra
desquiciante que arrastra consigo la precariedad material, la irrenunciable
sensación de engaño, la inseguridad que se palpa en las calles… el anhelo
colectivo de que toda esta mierda se vaya al carajo, y vengan tiempos mejores,
pero no en el futuro (entelequia metahistórica a la que aluden los políticos), sino
ahora.
Cabe preguntarse si en las elecciones en puerta, la gente en
México intentará “convertir su rabia en una propuesta política alternativa”, o
si se impondrá “el miedo, el terror mediático”. Las movilizaciones juveniles
representan una primera respuesta a este dilema. Se comienza a configurar un
modelo alternativo de participación político-ciudadana; un canon adecuado a las
demandas concretas de una sociedad largamente ignorada e históricamente
desprovista de herramientas para incidir en los asuntos que le conciernen.
Falso e inicuo es el mito liberal que condiciona la capacidad propositiva de
una persona al horizonte educativo que posee. Las voces que hoy demandan el
cambio político emanan de todos los segmentos sociales, sin distingo de clase,
nivel educativo u origen: la transversalidad es la norma de la acción
insurreccional.
En Grecia, la derecha (que sí existe y es cada vez más
avariciosa) obtuvo tan sólo una ventaja de tres puntos porcentuales frente a su
adversario Syriza. Pero el terreno electoral es sólo un frente más –acaso el
más coaccionado– en el extenso abanico de espacios políticos donde la sociedad
puede y debe intervenir. Si en México conseguimos evitar que se reedite el
fraude electoral de 2006, el 2º de julio se refrendará la primera conquista de
la naciente ciudadanía crítica. Empero, cualquiera que sea el resultado de los
comicios en puerta, la sociedad mexicana deberá perseguir la construcción de
una “propuesta política alternativa”, sí o sí. Basta de imposiciones, de
saqueos, de atropellos a la soberanía, de violencia inducida desde el poder
corrupto y corruptor, de gobiernos entreguistas, de jerarquías sociales edulcoradas
con fórmulas ideológicas pedestres, de tributos neocoloniales a una potencia
vecina que nos trata con la punta del pie.
México y Grecia tienen una doble misión histórica, a saber:
sepultar el neoliberalismo y recuperar el valor de la soberanía como precepto
inalienable. La Historia no está de ningún lado. Es la acción concreta de
hombres concretos orientados a partir de criterios éticos lo que definirá el
curso de la Historia.