“Tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por los sufrimientos de la humanidad. Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de acá para allá, por una ruta cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación” — Bertrand Russell

6/8/12

El problema de la ineficiencia

 Carlos Palacios
Alfredo Portillo

Especial para La Página
Uno de los aspectos en los que más ha insistido el Presidente Hugo Chávez en la presente campaña electoral, es en la necesidad de aumentar la eficiencia durante un supuesto próximo período de gobierno, a fin de que eso se traduzca en mejores índices en cuanto a seguridad, salud, educación,  empleo, etc., para todos los venezolanos. Esto, de alguna manera, es un reconocimiento implícito de que su gestión de gobierno no ha sido todo lo eficiente que se hubiera querido.

Por su parte, los sectores de la oposición han calificado a la gestión de Hugo Chávez como de ineficiente, y en eso han basado en buena medida la campaña electoral. Para ello han utilizado numerosos argumentos y han mostrado cifras que así lo revelan. Incluso, para contrastar con lo que sería un futuro gobierno presidido por Henrique Capriles Radonski, numerosos voceros de la Mesa de la Unidad Democrática han expuesto una serie de  soluciones para los diferentes problemas que aquejan a la sociedad venezolana, que lucen a veces seductoras.

Como los dos bandos que se disputan el poder en Venezuela están en la misma onda, con relación a eso de hacer un uso más racional de los recursos disponibles, con el propósito de que haya mejores resultados, es decir, que haya más eficiencia en la gestión de gobierno, los venezolanos deberíamos estar entonces muy optimistas de cara al futuro por venir. Sin embargo, la cosa no es tan fácil. Porque la eficiencia no se decreta de la noche a la mañana. Ella es la sumatoria de los aportes que el aparato de gobierno  y la sociedad toda estén en capacidad de hacer, como resultado de las fortalezas y debilidades con que se cuenta. Y la verdad es que, si se evalúan  las debilidades, el optimismo inicial puede pasar rápidamente a pesimismo. ¿Con qué gente se podrá ser más eficiente? ¿Ya no hay generaciones completas con baja formación educativa y dudosos criterios éticos? ¿Por qué no pensar más realistamente y encaminarnos progresivamente a aumentar los niveles de eficiencia, proceso éste que puede durar décadas, antes de ilusionarnos con la posibilidad de que los índices en materia de seguridad, salud, educación, empleo, etc., van a aumentar sustancialmente en el corto plazo? Por suerte, aún tenemos un confortable colchón petrolero.