Especial para La Página |
Pululan los blogs, que son la prensa del futuro, pero no
pululan nuevos escritores, o al menos no unos que sean capaces de redactar diez
o quince artículos todos los días (artículos de mínimo 500 palabras).
Brotan nuevas empresas y cada empresa necesita tener algo
que decir. Escribimos cuando tenemos algo que decir, como los niños, que arden
vocalmente cuando acaban de presenciar algún fenómeno de la naturaleza. Cuando
un niño ve que una hormiga trabaja o que un perro se cruza bruscamente en su
camino, corre a contarlo y lo narra y lo describe, aunque con torpeza.
El futuro del redactor comercial está en la redacción de
blogs. Pero para que esto sea negocio, el redactor tendrá que aprender a
escribir bien, rápido y bellamente. Para escribir mucho es necesario leer
mucho, pero no en exceso. Olaf Stapledon comenzó a escribir casi a los cuarenta
años y Borges notó en su escritura un exceso de lecturas filosóficas.
Es deleitable y aconsejable la ardua lectura de novelas y de
poesías. ¿Por qué? Porque estos géneros hablan en concreto (lo novelesco "in nobis fiunt"). En un
artículo sobre el oficio de comparar literaturas escribí este verso de
Swinburne:
"The thunder of
the trumpets of the night"
Si queremos escribir con velocidad debemos tener a la mano
algo más que sinónimos y algo más que temas de conversación: necesitamos
técnica. Una buena técnica literaria consiste en transcribir lo que hablamos en
la hoja. Parece fácil, pero no lo es. Cito algo de Cervantes (‘Coloquio de los
perros’). Texto va:
"Quiérote advertir una cosa, de la cual verás la experiencia cuando te cuente los sucesos de mi vida, y es que los cuentos, unos encierran y tienen la gracia en ellos mismos, otros, en el modo de contarlos; quiero decir, que algunos hay que aunque se cuenten sin preámbulos y ornamentos de palabras, dan contento; otros hay, que es menester vestirlos de palabras, y con demostraciones del rostro y de las manos, y con mudar la voz se hacen algo de nonada, y de flojos y desmayados se vuelven agudos y gustosos".
Deleitable. Esta lección relámpago es "The thunder of
the trumpets of the night", es una brevísima lección sobre el análisis
textual, al cual los antiguos solían llamarle ‘Retórica’. ¿Qué es la Retórica?
Es el arte, según Aristóteles, de convencer a cualquiera sobre cualquier tema y
con cualquier recurso. Léase la ‘Poética’ y la ‘Retórica’ del Filósofo.
El texto de Cervantes nos enseña dos cosas: que hay textos
que por sí mismos encantan y que hay textos a los que hay que aderezar, o
enderezar. El lector notará que no tengo empacho en repetir la misma palabra en
una misma oración (estas tautologías imitan el estilo latino de Lucano o de
Swedenborg). Estas repeticiones enardecen a la RAE, pero facilitan mucho la
comprensión y acucian la velocidad de la lectura. Y estas ganancias no son poca
cosa cuando arrostramos un blog.
Volvamos a Cervantes y pongamos ejemplos de textos graciosos
y flojos. ¿Qué nos parece saber lo siguiente? "Las divinidades nórdicas
aún coexisten en la modernidad y están implícitas en nuestro léxico, y prueba
de ello es la palabra ‘Thursday’, que significa ‘día de Thor, así como la
palabra ‘Wednesday’, que significa ‘día de Wodan’. Estos términos son sólo un
facsímil de las deidades grecorromanas, a saber: Mercurio y Júpiter".
Esta historia es interesante por sí misma. ¿Por qué? Porque
la historia nos hace ver una experiencia fonética y propia, y porque las
palabras mentadas producen sonidos interesantes (¡Tron!, Trueno, Thor, Thunder,
Thursday).
Prosigamos. Hay historias aburridas, y casi siempre lo
aburrido es tedioso porque está mal contado. No es lo mismo decir que hemos
visto una película llamada ‘The Imperfect Lady’ que decir que hemos visto una
que se llama ‘La Ramera’. Tampoco es lo mismo sostener que ‘somos unos
mantenidos’ que argumentar que sólo ‘gozamos de un subsidio positivista
provisional’, como decía Comte.
Todos los textos tienen su clientela, y es imposible que un
maleducado se interese por los temas nobles. Hay, decía, malas historias,
historias que hay que remachar y comprobar con "demostraciones del rostro
y de las manos". ¿Cómo simular las funciones faciales y corporales en un
texto? Existen tres formas básicas: usando pausas retóricas, usando sonidos
reflexivos decrecientes y usando sinalefas y hiatos.
El periodismo ha invadido grotescamente el mundo de la
literatura y nos ha acostumbrado, según Karl Kraus, a no pensar y a no leer.
Los redactores de los grandes periódicos desprecian la subjetividad, pues creen
que la objetividad es científica. ¿Es la historia humana un hecho científico?
No, no lo es. Cito un poema de Heine para ilustrar (‘Vitzliputzli’):
"Ciento sesenta españoles / encontraron ese día la muerte; /y más de ochenta cayeron /vivos en manos de los indios. /Gravemente heridos quedaron muchos /que más tarde sucumbieron. /A casi una docena de caballos /mataron o capturaron".
Como el texto anterior está fragmentado en versos, creemos
que las líneas de Heine están "inspiradas", creemos que esta torpeza
estilística es digna de un profeta, de un clarividente que ve los hechos con
"objetividad" e "imparcialidad".
Pero, ¿qué pasa cuando hacemos que el verso se transmute en
prosa? Veamos: "México, 1810- Ciento sesenta españoles encontraron ese día
la muerte; y más de ochenta cayeron vivos en manos de los indios. Gravemente
heridos quedaron muchos que más tarde sucumbieron. A casi una docena de
caballos mataron o capturaron".
¿Qué pasa si al texto le agregamos algunas pausas retóricas?
Veamos: "Ciento sesenta españoles, ¿sabe usted?, encontraron ese día la
muerte; y más de ochenta cayeron vivos en manos de los indios, ¿me explico?
Gravemente heridos quedaron muchos que más tarde sucumbieron. A casi una docena
de caballos mataron o capturaron".
¿Y qué sucede cuando agregamos, además, sonidos reflexivos
decrecientes? Observemos: "Mmm… ciento sesenta españoles, ¿sabe usted?,
encontraron ese día la muerte; y más de ochenta cayeron, oh, oh, vivos en manos
de los indios, ¿me entiende? Gravemente heridos, sí, gra-ve-men-te heridos
quedaron muchos que más tarde… sucumbieron. A casi una docena de caballos
mataron o capturaron".
Es fácil percibir cómo estas sencillas argucias transforman
un texto "flojo" y "desmayado" en algo "agudo" y
"gustoso". En el texto original de Heine la noticia parece estática,
pero en el último la noticia parece contada por alguien que vio los hechos con
"sus propios ojos". El uso del sonido es importantísimo a la hora de
redactar textos en cantidades fatigosas.
El sonido, como el color, cuenta y es algo por sí mismo. El
"no sé qué que quedan balbuciendo" de San Juan de la Cruz es más
persuasivo que el "tiene un don de gentes inexplicable", y el
""The thunder of the trumpets of the night" de Swinburne es más
persuasivo y hermoso que un "Se espera el Juicio Final hoy por la
noche".
¿Por qué un sonido dice más que mil imágenes? Porque el ojo
es analítico y porque el oído es sintético. ¿Qué hacemos cuando oímos un
bombazo y qué hacemos cuando miramos en la televisión un bombazo? Para
salvaguardar nuestra dignidad no entremos en detalles. El oído humano es torpe
e incapaz de descodificar con pulcritud, y de aquí que un verso bien dicho sea
más convincente que un argumento tartamudo.
Pero mejor citaré a los maestros. En un libro llamado ‘Mélanges
d’historie des religions’, de Hubert y de Marcel Mauss, se dice lo siguiente:
"La mítica representación temporal es en esencia rítmica. Para la religión
el calendario no mide, rima el tiempo". El ritmo, que se puede conseguir
con el buen uso de las comas y de los hiatos, embelesa. Un ejemplo: "Aquél
es avisado, que usa de sus caricias y no se fía de ellas".
Quevedo logra convencernos gracias al ritmo que produce el
enlace fonético de la palabra "A-quél" con la palabra
"que", y lo logra también debido al final de su frase: "no se
fía ‘dellas’". El ‘dellas’ es parte del texto original quevediano y nos
hace sentir que el consejero que habla conoce perfectamente a
"ellas", pues habla "dellas".
En nuestras conversaciones diarias usamos estos artificios
sin darnos cuenta. Estos artificios simulan sabiduría y penetración, como diría
Salvador Elizondo, que pensaba que "lo inexplicable es lo que no puede
representarse". Los sonidos no pueden representarse tan fácilmente, y por
eso son persuasivos (un gemido de nuestra novia sobra y basta para que creamos
en su amor).
Escribir para imitar nuestras habladurías exige práctica,
mucha práctica y mucha agudeza auditiva. Afinar el oído es refinar los sonidos
que escuchamos, y refinar vibraciones es como modular sentimientos. La
extremeña corrección en un texto delata al moral redactor, novato que todavía
no sabe romper las reglas.
Recuerdo que Elisa, en el Acto II de ‘Pigmalión’, se queja
mucho, se queja diciendo que no quiere hablar gramaticalmente, sino
"hablar como las señoras". Pero debemos tener mucho cuidado y no
imitar el habla de la gente que no conocemos, el habla de gentes que no han
educado nuestro tímpano. Muchos estudiantes de la lengua de Chaucer quieren
pronunciar el idioma inglés con afectación, malogrando y destruyendo la sonora
lengua de Inglaterra.
Otros han querido escribir como boxeadores, pero sin el
talento de Cortázar y sin la quijada rota. Unos más desean imitar la argentina
habla de Argentina, pero sólo hacen el ridículo sobre un "overo
rosao". Al escribir un texto es preferible demostrar nuestro acento local
que imitar un acento para el que no hemos nacido.
Cierro esta disquisición con un consejo del maestro G. B.
Shaw:
"Un acento nativo franco y natural, por malo que sea, es más tolerable que los esfuerzos de una persona fonéticamente inadecuada para imitar el vulgar dialecto de los deportistas aristócratas".