Gertrude Stein ✆ Andy Warhol |
Ella después dijo que manejó una ambulancia en el frente
durante la Primera Guerra, pero la historia es así: Gertrude Stein había visto
en París a una amiga norteamericana bajando de un coche que decía “Fondo USA de
Ayuda a Heridos de Guerra”, preguntó qué se necesitaba, le dijeron ambulancias,
logró que una prima de Estados Unidos le regalara (y le enviara desde allá) el
modelo más grande de coche que fabricaba Ford, le hizo pintar las siglas FONDO
USA y se sentó al volante. Su amante Alice B Toklas era quien lo hacía
arrancar, cambiaba las gomas pinchadas, cargaba y descargaba medicamentos o
provisiones: Gertrude sólo manejaba. Permítanme agregar que Alice Toklas era
una lauchita esmirriada con bigote de gendarme y Gertrude Stein era una mole de
compacta gordura y cabeza de emperador romano, según el famoso dictamen de
Picasso. Un fotógrafo fue una vez a retratarla de entrecasa. Le dijo: “Haga
cosas y yo la fotografío”. Qué cosas, preguntó ella. Las que hace
habitualmente, dijo el fotógrafo. “Puedo ponerme el sombrero y quitármelo y me
gusta el agua, puedo beber un vaso de agua. Las demás cosas las hace Alice”,
contestó ella.
Alice hasta le sirvió de envase para escribir el libro que
Gertrude quería escribir desde que nació, uno en el que pudiera hablar de su
genio como correspondía; es decir, en tercera persona. El libro se titula
Autobiografía de Alice B Toklas y habla sin parar de Gertrude Stein: es la
historia de alguien que vive con un genio, que vive pendiente y fascinada de
ese genio con quien convive. Gertrude Stein inventó el autohomenaje como género
literario. En palabras más elegantes, de Janet Malcolm, resolvió el koan de la
autobiografía: el aplauso de una sola mano, dedicado a sí misma. Su frase más
célebre dice: “Lleva mucho tiempo ser un genio. Hay que pasarse muchas horas
sin hacer nada, hasta que el mundo te descubra”. Nunca escribió más de media
hora al día, para tener la certeza de que todos los días sin excepción tendría
ganas de escribir. El resto de la jornada lo dedicaba a descubrir talentos (no
había ojo más certero que el suyo en París), a dejarse admirar y a comer las
exquisiteces que le preparaba Alice. Su adorado hermano Leo, a quien había
seguido a Harvard y luego a París, se mudó a Florencia en cuanto apareció Alice
en la vida de Gertrude y, años después, enloqueció de rabia con el éxito de la
Autobiografía de su hermana: “Ella es básicamente idiota tal como yo soy
básicamente inteligente. Pero la enorme admiración que se profesa a sí misma le
ha permitido construir un mito de asombrosa eficacia”. Gertrude se limitaba a
decir que cuando se nace la menor, el bebé de la familia, es un privilegio que
se mantiene el resto de la vida: los demás cuidan de uno. “Lo importante es
tener un sentido muy profundo de la igualdad: entender que cualquiera puede
hacer algo por uno”.
Y nadie hizo más que Alice B Toklas por Gertrude Stein.
Estuvieron juntas cuarenta años, nunca se supo cómo sobrevivieron dos lesbianas
judías a la ocupación alemana de Francia, pero así sucedió, y en palabras de
Gertrude, “el aburrimiento fue mucho más
tema que el miedo” en esos años. Aunque no dejó casi nada sin decir en una
vida dedicada a celebrarse a sí misma, Stein hace una sola mención a su
condición judía en toda su obra: dice que abandonó la grey cuando descubrió, a
los ocho años, que la promesa de una vida eterna después de la muerte no
aparecía en ningún lado en todo el Antiguo Testamento: no había cielo para los
judíos. Por esa razón, la esmirriada Alice se convirtió al catolicismo luego de
la muerte de su amada: para pasar la eternidad a su lado, ya que Gertrude, por
ser un genio, estaría esperándola allí. Para garantizarse el reencuentro, buscó
un contacto en las altas esferas. Si Stein hubiera dejado todos sus bienes a
Alice, todos aquellos picassos y modiglianis y légers estarían hoy en el
Vaticano. Pero en cuanto el obispo elegido supo que Alice carecía de dinero
dejó de visitarla.
Stein dijo una y otra vez que era rentista de alma. Vivió
toda su vida del dinero de su familia y le pareció lo más natural que el dinero
quedase en la familia a su muerte (a Alice sólo le dejó el usufructo en vida de
sus bienes). Cuando estaba agonizando en el hospital, dijo: “¿Cuál es la
pregunta?”. Alice no supo qué contestar. Gertrude murmuró: “Si no hay pregunta,
tampoco hay respuesta”, y cerró los ojos para siempre. Dejó un fondo especial
para que después de su muerte se publicaran los poemas eróticos que le había
escrito a Alice durante cuarenta años. En esos poemas, además de decirle “mi
pequeña hebrea”, relata con lujo de detalle que le proporcionaba orgasmos
regularmente pero ella no los tenía (“Baby no llega hasta allá pero desea mimar
igual”). Así fue como el mundo supo que, fuera del dormitorio, Alice lo haría
todo, pero la que trabajaba en la cama era Stein.