“Tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por los sufrimientos de la humanidad. Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de acá para allá, por una ruta cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación” — Bertrand Russell

23/1/13

Una rosa roja para Rosa Luxemburgo / “Sin la participación de las mujeres no se puede hacer la revolución”

Luz Marina López Espinosa

Si algo grafica fielmente la ferocidad del capitalismo y de la derecha en general, fue ese culatazo salvaje con el que un soldado al servicio de la socialdemocracia alemana le destrozó la cabeza a esa inmensa, noble y amorosa mujer, la gran teórica y activista de la revolución mundial Rosa Luxemburgo. Su cuerpo fue arrojado a un río de donde se rescató cinco meses después. Esto, en plena efervescencia de la revolución alemana de noviembre de 1918 que ella había impulsado a través de su liga Espartaco y había depuesto al káiser. La acompañaron en el martirio el amor de su vida y camarada León Jogiches y su gran compañero de lucha Carlos Liebknecht. Esto ocurrió el 15 de enero de 1919 cuando Rosa contaba apenas 48 años, y el importante aniversario me parece, se nos pasó desapercibido a los militantes de la libertad y el socialismo.

Rosa Luxemburgo es a nivel mundial, el gran norte hacia donde deben mirar las mujeres revolucionarias. Militancia, abnegación, estudio y producción teórica –además de cárcel-, fueron desde su más temprana juventud la causa y oficio de esta infatigable mujer, quien enseñó y pregonó a las mujeres y a los hombres del mundo que el enemigo es el capitalismo, y que la revolución se hace con organización y movilización, pero también con análisis e ideología por parte de los obreros. ¡Ah! Y que ha de ser internacional, porque tal es la naturaleza del proletariado, como es la del capitalismo. Y lanzó una recia frase provocadora: “La revolución es magnífica…..Todo lo demás es un disparate”

Gran polemista, no se diga con sus ex socios de la social democracia alemana y polaca sino con sus propios compañeros revolucionarios y aún con Lenin y Trosky, Rosa tuvo el genio visionario de apenas despuntando el régimen nacido de la gran revolución de octubre, ya en 1918 escribía – y desde la cárcel-, páginas críticas del manejo político que se estaba haciendo del nuevo poder. Demasiado prematuras en verdad esas críticas, ella misma al parecer no se decidió a publicarlas. Sin embargo, sorprende que una vez caído el campo socialista y la Unión Soviética sesenta años después, los analistas del insólito suceso apuntan como responsables a aquellos vicios y falencias que ya Rosa desde prisión temía en el naciente régimen: el peligro de que la burocracia autoritaria cooptara a la democracia.

Rosa aunque en su temprana vida política porfió bastante en su relación y asociación con los socialdemócratas para combatir el régimen imperialista alemán, pronto desdeñó las ilusiones de sus socios de reformar el capitalismo hasta hacerlo bueno, vio que esto era una entelequia, y que lo que era malo no se tornaría bueno y menos por voluntad propia. Entonces, su actividad política y teórica la dedicó con gran empeño en denunciar la farsa del oportunismo y el reformismo en sus numerosas vertientes. Y acuñó su legendaria consigna: Socialismo o barbarie. Cruel, pero sapiente, la maestra Historia quiso que su muerte fuera la más firme validación de su proclama.

“El espíritu atrevido, el corazón ardiente y la firme voluntad de la “pequeña” Rosa eran el motor de la rebelión” así la describe su gran amiga, la revolucionaria y feminista Clara Zetkin, en los días en que parecía que los obreros habían dado al traste definitivo con el régimen monárquico alemán. Y es que Rosa tuvo la osadía de impugnar todas las relaciones de poder, sometiéndolas a la critica de si estaban basadas en la democracia y la libertad, y por esa vía en el bienestar del sujeto más débil de esa relación. Consecuente y coherente, se opuso también a la Primera Guerra Mundial que concitaba la pasión nacionalista del pueblo alemán, y criticó duramente a los parlamentarios socialistas de la II Internacional que aprobaban créditos para sostenerla.

Rosa Luxemburgo, polaca del mundo que pasa por alemana y bien pudiera ser boliviana o argentina, estaría hoy celebrando pero más que todo trabajando en construcción teórica, organización y formación de los equipos de cuadros políticos y de nuevos sujetos colectivos de la revolución que insurge en América Latina. Realidad que ha creado un panorama impensable hace apenas veinticinco años. Y con su Liga Espartaco estaría en primera fila en las tomas de predios de Los Sin Tierra en el Brasil, dirigiendo alguna Misión en Barquisimeto, sustentando las nacionalizaciones de Evo en Bolivia, demostrando por milésima vez la justeza del régimen cubano, animando a Pepe Mujica, y demoliendo las falacias ínsitas en el discurso neoliberal que cubre de miseria ya no sólo estas tierras, sino que igual amenaza al llamado primer mundo.

Gracias querida Rosa por el testimonio que nos diste y el camino que trazaste. Sin alcanzar tu talla ni aún tu ideología, ya hemos tenido y tenemos mujeres dirigentes y gobernantes –Guatemala, Colombia, Brasil, Chile, Argentina- que de alguna manera han sido inspiradas en esa hermosa senda que fue tu vida. Por eso, nos cuenta tu biógrafo Néstor Kohan, que en el puente donde los asesinos arrojaron tu cuerpo, siguen apareciendo periódicamente rosas rojas.