Mali en el mapa de África |
Traducción del
italiano por Susana Merino
La intervención francesa en Malí refleja una crisis política
que tiende a generalizarse en el África sahariana y subsahariana luego de la
“Primavera Árabe” del Magreb. “Se ha puesto de manifiesto el lado
peligroso de la Primavera Árabe”, titula el New York Times, y agrega:
“tenía razón el coronel Gadafi cuando preveía que si él caía la gente de Bin
Laden llegaría por tierra y por mar a ocupar las orillas del Mediterráneo.”
Pero, ¿es realmente esto lo que impulsa a rebelarse a los
nuevos guerrilleros en los desiertos del Norte de África o es más bien una
pobreza cada vez más feroz y la siempre destructiva lógica de los gobiernos de
la ex Francáfrica?
Las zonas rurales de los países del Sahel han permanecido a su pesar en los últimos años en una profunda situación de miseria, lo que nutre el éxodo poblacional y la desestabilización de las grandes ciudades. Frente a esto las estadísticas macroeconómicas, muestran la existencia de un “falso” desarrollo vinculado a la actual carrera por el extractivismo minero hacia aquellos territorios ricos en tales recursos: Malí, por ejemplo, es el tercer productor mundial de oro, rico en uranio y se prevé que muy rico en hidrocarburos. El yihadismo entra en esos territorios no en razón de su fanatismo y nos los somete sobre la base de la “barbarie terrorista” (como cuentan a la opinión pública occidental) sino porque en esos países continúan disolviéndose las instituciones, debido a su fragilidad económica y civil. Por tal motivo el éxito de los “invasores” que no son tales está casi asegurado
Las zonas rurales de los países del Sahel han permanecido a su pesar en los últimos años en una profunda situación de miseria, lo que nutre el éxodo poblacional y la desestabilización de las grandes ciudades. Frente a esto las estadísticas macroeconómicas, muestran la existencia de un “falso” desarrollo vinculado a la actual carrera por el extractivismo minero hacia aquellos territorios ricos en tales recursos: Malí, por ejemplo, es el tercer productor mundial de oro, rico en uranio y se prevé que muy rico en hidrocarburos. El yihadismo entra en esos territorios no en razón de su fanatismo y nos los somete sobre la base de la “barbarie terrorista” (como cuentan a la opinión pública occidental) sino porque en esos países continúan disolviéndose las instituciones, debido a su fragilidad económica y civil. Por tal motivo el éxito de los “invasores” que no son tales está casi asegurado
Malí no es más que otro país del Sahel –los demás también se
hallan en parecidas situaciones críticas-, la duda sobre la profundización de
la crisis en cada uno de ellos solo depende de algunos elementos casuales que
aún contiene el “dominó” recientemente iniciado. En Malí, en una época
“escaparate de la democracia”, el gobierno se hallaba desde hacía tiempo en
crisis, asfixiado por la corrupción, los repetidos golpes de Estado y la
rebelión popular tuareg en el norte. Los tuaregs quieren la independencia de
Azawad (vasta región desértica del norte de Malí). Esta revuelta ha encontrado
la oportunidad de triunfar porque con la caída del régimen del coronel Gadafi,
muchos mercenarios tuaregs han regresado a su país con armas (en grande y
sofisticada cantidad) y equipajes (logísticas regionales y alianzas con parte
del ejército maliense) tomados. Hay que tener presente que la intervención
francesa (y de la OTAN) en Libia produjo en aquel país la implosión de un
millar de fracciones locales, ideológicas, étnicas y que después de Gadafi no
ha habido ninguna autoridad capaz de ostentar legítima fuerza.
La rebelión armada tuareg ha encontrado además un fuerte y
probablemente decisivo apoyo en grupos salafistas y yihadistas que ya en 2002,
al terminar la guerra civil argelina, habían instalado las bases de Al Qaida en
el Magreb. Desde hace alrededor de diez años estos grupos han venido
construyendo (aprovechando la “industria de los secuestros” y del apoyo a los
“traficantes” ilegales de ese amplio territorio) bases y redes de apoyo a la
guerrilla. El peligro era evidente. Desde hace unos tres o cuatro años está en
marcha una cooperación bilateral Francia-EE.UU. para combatir lo que algunos
llamaban el “eje Kandahar-Dakar”. Recientemente el New York Times ha
revelado que el Departamento de Estado había invertido cerca de 500 millones de
dólares en esa región en esa estrategia antiterrorista. Ya a comienzos de 2012,
el comando estadounidense AFRICOM debió comprobar que una buena parte de las
adiestradas tropas malienses se habían unido a la revolución en el norte del
país.
Ahora hemos asistido a la intervención francesa en respuesta
al urgente pedido del gobierno de Bamako (mejor dicho de lo que queda)
formalmente apoyado por una extensa coalición de países africanos y de
gobiernos europeos. Pero la guerra francesa parece que ya puede extenderse como
una mancha de aceite a una gran cantidad de países vecinos. Los sucesos
argelinos de la última semana, en los que la delicadeza de las intervenciones
de aquel gobierno y de su ejército han producido centenares de asesinatos, solo
constituye el principio de este amargo desarrollo.
Por ahora, se consuelan la prensa y la opinión pública
francesa, no se trata aún de una guerra de usura (como la iraquí o la afgana)
cuyos protagonistas se mueven “en medio de las poblaciones“ sino más bien de
una guerra clásica en el puro desierto, de posiciones y de movimientos. No
tardarán mucho en cambiar las cosas. Podrá resultar fácil a los franceses,
junto a las tropas de otros países africanos (que permanecerán bajo el comando
francés mientras se mantenga la reticencia estadounidense a tomar parte en el
cambio), lograr la victoria en el terreno. Pero luego, ¿cómo gobernar en el
desierto una paz que no será tal, frente a una “guerra nómada” que está
comenzando, a una histeria frente a eventuales ataques terroristas en la
Francia continental y sobre todo frente a la memoria de la vergüenza colonial y
del despotismo postcolonial mantenido por la potencia francesa? Pero sobre
todo, ¿cómo tener en cuenta –en la situación actual y en la postbélica–
aquellos aspectos que nos permitimos llamar “aspectos buenos” de la Primavera
Árabe, o mejor dicho de aquella “Primavera Africana” que parecía que comenzaba
a apuntar también en el Sahel? Es inútil –y lo decimos por segunda vez– culpar
al extremismo de un islamismo salafista radical cuando se está sofocando la
única alternativa verdadera que actualmente podría concretarse: la maduración
–ya iniciada en esos territorios– de élites jóvenes, democráticas,
anticapitalistas. Es necesario atacar las causas socioeconómicas de esta
crisis.
Si se escucha a los expertos, estos dicen que para
desarrollar un programa de reconstrucción y de desarrollo sería necesario
intervenir en estos territorios en los sectores agrícolas, de reforestación, de
cría de animales, en el mejoramiento de las rutas y del transporte, el acceso
al agua, la promoción de la energía solar y eólica, etc. Y luego habría que
relanzar los programas de producción de algodón y de cereales en esas regiones…
En síntesis todo, en verdad todo. Finalmente y especialmente “las poblaciones
deberían beneficiarse de los ingresos de los réditos procedentes de la minería
como son los del oro, primer producto de exportación”.
¿No les parece cómica esta conclusión? Y en la risa no es
evidente el cinismo, mínimamente hipócrita, que se desprende de la insistencia
en la misma execrable sed de dinero que conduce a nuestros gobiernos liberales
a combatir a los terroristas en las despiadadas tierras desérticas del Sahara y
del Sahel como bienes a distribuir entre los enemigos (porque resulta bien
difícil diferenciarlos de los pobres campesinos o de los proletarios metropolitanos
ahora sublevados). Y todavía más, ¿no les parecen lágrimas de cocodrilo -y en
Italia todos las confunden- las que lloran nuestros demócratas? ¡Es el pesado
fardo de nuestra civilización el que nos empuja a intervenir! ¡Es sacra
obligación de la soberanía, ejercida ahora en nombre de Europa! ¡Manténgase
atentos a estas estupideces, hasta los EE.UU. han dejado de repetirlas luego de
las terribles derrotas en Medio Oriente! Reconozcamos más bien que solo
modificando radicalmente nuestra conciencia política, rompiendo radicalmente
con formas de gobierno funcionales al capital, podremos volver a orientarnos
correctamente. En el marco de la globalización no se puede razonar como lo
hacen los Parlamentos de los países de Europa y el Parlamento Europeo, votando
hombres y medios a favor de la intervención francesa (y particularmente odiosa
ha sido en Estrasburgo la actitud belicosa de los Verdes europeos).
Gilles Keeper -tal vez el mayor experto en temas árabes
conocido en Occidente- destaca que “lo que está en juego en Malí es un desafío
a la civilización en la época de la globalización. El Sahel es al mismo tiempo
la víctima por excelencia y el lugar de la incandescencia”. Añadimos: la
resistencia y la guerrilla antiimperialista en aquel desesperado lugar desposeído
y devastado constituyen luchas anticapitalistas y no quisiéramos vernos
obligados a reconocer que los islámicos tienen razón.