Traducción del
portugués por Antoni Jesús Aguiló & José Luis Exeni Rodríguez
- Esperar sin esperanza es la peor maldición que puede caer sobre un pueblo. Y la esperanza no se inventa: se construye con inconformismo, rebeldía competente y alternativas reales a la situación presente.
2013 en Europa será un desastre en el plano social e
imprevisible en el plano político. ¿Lograrán los gobiernos europeos, en
especial los del sur, crear la estabilidad que les permita terminar el mandato
o habrá crisis políticas que les obliguen a convocar elecciones anticipadas?
Digamos que cada una de estas hipótesis tiene un 50% de probabilidad. Siendo
así, es preciso que los ciudadanos tengan la certeza de que la inestabilidad
política que pueda generarse es el precio a pagar para que surja una
alternativa de poder y no sólo una alternancia en el poder. ¿Podrán construir
las izquierdas esta alternativa? Sí, pero únicamente si se transforman y unen,
lo que es exigir mucho en poco tiempo.
Ofrezco mi contribución para la creación de dicha
alternativa. En primer lugar, las izquierdas deben centrarse en el bienestar de
la ciudadanía y no en las posibles reacciones de los acreedores. La historia
muestra que el capital financiero y las instituciones multilaterales (FMI, BCE,
BM, Comisión Europea) sólo son rígidos en la medida en que las circunstancias
no los obligan a ser flexibles. En segundo lugar, lo que históricamente une a
las izquierdas es la defensa del Estado social fuerte: educación pública
obligatoria y gratuita; servicio estatal de salud universal y tendencialmente
gratuito; seguridad social sostenible con sistema de pensiones basado en el
principio de repartición y no en el de capitalización; bienes estratégicos o
monopolios naturales (agua, correos) nacionalizados.
Las diferencias entre las izquierdas son importantes, pero
no impiden esta convergencia de base que siempre condicionó las preferencias
electorales de las clases populares. Es cierto que la derecha también contribuyó
al Estado social (basta recordar a Bismarck en Prusia), pero siempre presionada
por las izquierdas y reculó cuando la presión disminuyó, como es el caso, desde
hace treinta años, en Europa. La defensa del Estado social fuerte debe ser la
mayor prioridad y debe condicionar el resto. El Estado social no es sostenible
sin desarrollo. En ese sentido, si bien habrá divergencias acerca del peso de
la ecología, de la ciencia o de la flexiseguridad en el trabajo, el acuerdo de
fondo sobre el desarrollo es inequívoco y constituye, por tanto, la segunda
prioridad para unir a las izquierdas. Como la salvaguarda del Estado social es
prioritaria, todo debe hacerse para garantizar la inversión y la creación de
empleo.
Y aquí surge la tercera prioridad que deberá unir a las
izquierdas. Si para garantizar el Estado social y el desarrollo es necesario
renegociar con la troika y los otros acreedores, entonces esa renegociación
debe ser hecha con determinación. Es decir, la jerarquía de las prioridades
muestra con claridad que no es el Estado social el que debe adaptarse a las
condiciones de la troika; al contrario, deben ser éstas las que se adapten a la
prioridad de mantener el Estado social. Este es un mensaje que tanto los
ciudadanos como los acreedores entenderán bien, aunque por diferentes razones.
Para que la unidad entre las izquierdas tenga éxito
político, hay que considerar tres factores: riesgo, credibilidad y oportunidad.
En cuanto al riesgo, es importante mostrar que los riesgos no son superiores a
los que los ciudadanos europeos ya están corriendo: los del sur, un mayor
empobrecimiento encadenado a la condición de periferia, abasteciendo mano de
obra barata a la Europa desarrollada; y todos en general, pérdida progresiva de
derechos en nombre de la austeridad, mayor desempleo, privatizaciones,
democracias rehenes del capital financiero. El riesgo de la alternativa es un
riesgo calculado con el propósito de probar la convicción con la que está
siendo salvaguardado el proyecto europeo.
La credibilidad radica, por un lado, en la convicción y la
seriedad con las que se formula la alternativa y en el apoyo democrático con
que se cuenta; y, por otro, en haber mostrado la capacidad de hacer sacrificios
de buena fe (Grecia, Irlanda y Portugal son un ejemplo de ello). Únicamente no
se aceptan sacrificios impuestos de mala fe, sacrificios impuestos como máximos
apenas para abrir caminos a otros sacrificios mayores.
Y la oportunidad está ahí para ser aprovechada. La indignación
generalizada y expresada masivamente en calles, plazas, redes sociales, centros
de trabajo, salud y estudios, entre otros espacios, no se ha plasmado en un
bloque social a la altura de los retos que plantean las circunstancias. El
actual contexto de crisis requiere una nueva política de frentes populares a
escala local, estatal y europea formados por una pluralidad heterogénea de
sujetos, movimientos sociales, ONG, universidades, instituciones públicas,
gobiernos, entre otros actores que, unidos en su diversidad, sean capaces,
mediante formas de organización, articulación y acción flexibles, de lograr una
notable unidad de acción y propósitos.
El objetivo es unir a las fuerzas de izquierdas en alianzas
democráticas estructuralmente similares a las que constituyeron la base de los
frentes antifascistas durante el período de entreguerras, con el que existen
semejanzas perturbadoras. Dos de ellas deben ser mencionadas: la profunda
crisis financiera y económica y las abrumadoras patologías de la representación
(crisis generalizada de los partidos políticos y su incapacidad para
representar los intereses de las clases populares) y de la participación (el
sentimiento de que votar no cambia nada). El peligro del fascismo social y sus
efectos, cada vez más sentidos, hace necesaria la formación de frentes capaces
de luchar contra la amenaza fascista y movilizar las energías democráticas
adormecidas de la sociedad. Al inicio del siglo XXI, estos frentes deben
emerger desde abajo, desde la politización más articulada de la indignación que
fluye en nuestras calles.
Esperar sin esperanza es la peor maldición que puede caer
sobre un pueblo. Y la esperanza no se inventa: se construye con inconformismo,
rebeldía competente y alternativas reales a la situación presente.
Boaventura de Sousa Santos es
sociólogo y profesor catedrático de la Facultad de Economía de la Universidad
de Coímbra (Portugal).