Rafael Castaño Rendón
Desde la ilustración, existe el tiempo homogéneo del
progreso. Ya Walter Benjamin, en el período de entreguerras, nos mostró como la
idea de tiempo había hecho que no se entendieran los movimientos fascistas y
les permitió la victoria. Fueron considerados hechos pasajeros en el continuum
del tiempo de la historia. Se ha dicho que nada ha perjudicado tanto a la
izquierda como el hecho de pensar que tenemos el progreso y la historia de
nuestra parte. Esta concepción ha sido criticada tanto por Benjamin como por el
Lukács de “Historia y Consciencia de clase”.
Como antes había hecho Lenin en la práctica, en los años
sucesivos, Gramsci, Lukács, Korsch, Benjamin, trataron de romper con este
tiempo homogéneo y que avanza, para permitir que en él pueda aparecer el hecho
de la revolución, que es la ruptura de su continuidad, acabando con la
cotidianeidad (me llega al vuelo aquella magnífica definición de Lenin:
"La Revolución es el día de fiesta
del oprimido"). En la revolución, el tiempo se hace coágulo, aparece un
punto de discontinuidad y hace posible lo imposible. El tiempo progresivo,
continuo, mecánico, el del reloj y antibiológico, nos mata.
Luchamos contra el futuro porque, ni ontológica, ni
epistemológicamente, existe. “El ángel de la historia” de Walter Benjamin, en
una imagen que recoge a partir del pintor Paul Klee, “mira hacia atrás”.
Individualmente, sólo cuando nos apropiamos momentos de
nuestro pasado, cuando nuestra mente los rehace y revive, podemos vivir otra
vez, continuar. Recuperar aquel momento de
nuestra vida que vivimos y donde se nos dio la posibilidad de actuar, la
luz que un día se encendió en nuestras vidas, nos alumbró y se volvió a apagar. En un impresionante artículo sobre Benjamin,
Stefan Gandler nos cuenta esta reveladora escena de una película de Lanzmann:
“En Shoah, Lanzmann hace regresar por un momento a un entrevistado a su
antigua profesión de peluquero, sólo para entrevistarlo en esta situación,
mientras corta el pelo a un señor. Lanzmann le pregunta sobre los recuerdos de
su estancia en un campo de exterminio nacionalsocialista. Le hace recordar y
contar, cómo cortó el pelo de las mujeres, instantes antes de que entraran a la
cámara de gas, a veces incluso dentro de la misma, antes de que cerraran las
puertas. Le hace recordar esto, justo cuando repite el acto de cortar el pelo a
un humano, y él cuenta cómo fue, cuando otro estilista a su lado tenía que cortar
el pelo a mujeres muy cercanas y quiso morir con ellas. Esta interrupción del
continuum de la historia, abarca incluso al espectador, que pierde por un
instante, aunque sea mínimo, la sensación del tiempo como homogéneo e
infrenable, y se le abre un espacio para ver algo en el pasado como si fuera
hoy, en este momento.”