![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEh_rb12HI6hANLtc9MPk3Un2BwLqQLZNv1u7G5spvGfdZST21Id-0kPbFwdw-48ZnmH_iSQlZlNgSlCMV6itaMXr9OMB3f3VpN4VJtgy-i-vOzCYBN87yghWyCzGjVqbYYgLV3_VfYVP_3_/s200/Vino+Montilla+1.jpg)
No creo exagerar si defino este vino como uno de los más
complejos del mundo. Al margen de gustos personales e incluso de cercanías
geográficas, como es mi caso, el amontillado reúne todo el saber y todo el
embrujo de la zona donde se produce. No es casualidad que sea un vino de poco
consumo tanto dentro como fuera de España, porque su modo de elaboración, su
enorme personalidad y los tiempos que corren que incentivan el “fast food” -en este caso “fast drink”-lo hacen un vino “difícil”
y que suele necesitar más de un acercamiento a él para poder apreciar su
esencia. Pero una vez captados todos sus códigos, crea adeptos.
Su elaboración tiene mucho de artesanía, mucho de milagro y
mucho de sabiduría. Es un vino que aúna lo más grande del tipo de elaboración del Marco de jerez y
de Montilla-Moriles, al sufrir dos tipos de crianza, una primera biológica bajo
“velo flor” y otra oxidativa, lo que le confiere una complejidad única.
![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgnlFpINyef0wwqi7nKpWAr9frvE2n7hW5SSz7pZ0JWMrZP-emykgsv9Jshlf_nri2_xQPbWMPaDp36RS8x3KYo0TRBNgUpFCSR7gmx8yuEhsGcFlgZ6TMTnaDVMwN59VKSFd2qMaqeq6OL/s320/Vino+Montilla+2.jpg)
Hay que decir que en Jerez se habla de mosto hasta
que el vino ingresa en las primeras criaderas, aunque se trate de un vino
acabado en toda regla. Este mosto-vino se encabeza hasta los 15º y pasa a
sobretabla de 1 a 3 años. Es en esté estadío es donde el mosto-vino va a
desarrollar la flor, que es el auténtico principio del milagro de estos vinos.
En las botas de roble americano, siempre muy viejas para no aportarle nada más
que el “recipiente”, es donde se van a producir las levaduras que darán como
resultado el velo flor. Las botas se llenan en su 5/6 partes dejando “dos
puños” de aire para que las levaduras puedan actuar. La flor es una película de
microorganismos constituidos por levaduras del tipo Saccharomyces que se
forman sobre todo en primavera y en otoño, aíslan al vino del aire y evitan
su oxidación.
![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgAK147AFVy8Mb-VUl-jspJ9lrToe5_-aVJZm5Emlc_K11HyBX0P4EyqPm3xzCNkOJvsMJMIZ8NrDo5dz05GCKgpC4aYq2QKUlozasHZHHFkf9kv4T0he05n0Ped51c1P1FzXwmXFY58qVn/s320/Vino+Montilla+3.jpg)
Los buenos amontillados deberían partir de un buen fino ya
acabado que continúe una segunda y prolongada fase de crianza oxidativa. Si
tenemos en cuenta que un vino puede llegar a pasar 3 años en sobretabla más una
crianza en 5 alturas en criaderas hasta pasar a la solera, estaríamos ante un
vino con una crianza de 8 o 9 años, que todavía no habría ingresado en la
correspondiente criadera de amontillado. Este vino con ese bagaje que
equivaldría a un Gran Reserva de cualquier Denominación de Origen aún tendrá
que aportar “frescura” en su correspondiente criadera y tomar, durante un
mínimo de 4 años todas las virtudes que le puedan otorgar los más “sabios” del
lugar. Nuestro joven alumno, a su vez, cederá la juventud y la salinidad de su
recién estrenada crianza en flor y complementará en su nuevo recinto un
maravilloso aprendizaje con los amontillados de más experiencia.
![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEi_ua9l7y05jZFg_gcCZTFQkgZS_YOAsbTcjAYTYxsSPk1KBAxQW-hfaaMjREgrWJg5u1w0_23WXQpgKysRoz4s1t4d3e4-s6_IpweING2hhtMvaOR-SeQstscqWWiDmxtkcqhH9PgJ7ldt/s1600/Vino+Montilla+5.jpg)
Hay varias teorías sobre el origen del término
“amontillado”, todas ellas perfectamente válidas pero a mí la que más me gusta,
es la que cuenta que los primeros amontillados surgieron en el siglo XIX
durante el transporte de los finos montillanos en bocoyes tirados por bueyes
con destino a Jerez. Estos vinos, después de varios días de viaje y expuestos a
temperaturas bastante elevadas, denotaban ciertas oxidaciones y subida de color
pasando del amarillo pajizo al amarillo dorado. Entonces se decía que el vino
llegaba remontado o “amontillado”.
En una primera fase los finos, tras perder la flor pasan a
finos amontillados, donde la preeminencia de los factores biológicos cobran
protagonismo frente a los factores oxidativos (en Sanlúcar de Barrameda
estaríamos hablando de “manzanilla pasada”) con tonos de color más subidos que
el fino o la manzanilla, pasando del amarillo pajizo de los primeros, al
amarillo dorado de los segundos. Paulatinamente según sea el grado de
envejecimiento, ya hablaríamos de Amontillados propiamente dichos, con
mayúsculas, llegando a verdaderos prodigios de
amontillados viejísimos de más de 30 años de media, los llamados
“vinos de sacristía” que son las verdaderas joyas de la corona de esta
tipología de vinos.
La descripción de un buen amontillado podría ser la
siguiente: de color ambar-topacio con algunos reflejos verde aceituna, de gran
viveza y luminosidad. Muy limpio en nariz, con recuerdos a frutos secos
(avellanas, nueces o pistachos) con recuerdos salinos de su etapa de fino y
punzante en nariz. Con alguna nota dulce como de almendra garrapiñana. orejones
o turrón de jijona. Buenas maderas, limpias y en buen estado de conservación, y
con algunas notas tostadas o torrefactadas.
En la boca debe ser muy seco, con el frescor que le da su
graduación alcohólica (18º) y su perfecta acidez integrada totalmente en el
alcohol del vino. Será amargoso en el final con un postgusto muy largo casi
inacabable.
Un maravilloso final para un vino de comienzos inciertos y
de comercialización no menos incierta.