Billie Holiday ✆ Jaxable |
El dueño del Café Society quería que Billie cerrara su show
con esa canción, que cuando sonaran los primeros acordes se apagaran todas las
luces del local (menos un foco que daba en la cara de Billie) y se
interrumpiera todo el servicio del bar, las mesas y la cocina, para impedir el
menor ruido. Con el último acorde del piano ese foco debía apagarse para que
Billie desapareciera del escenario, y nunca volviera a saludar, así los
espectadores se llevarían la canción en las entrañas, sin paliativos. A los músicos
les pareció demasiado: Billie la interpretaba en mitad del show y la banda
apenas daba tiempo a la audiencia de reponerse cuando arrancaba con los
primeros compases del tema siguiente. Pero la estremecedora manera en que la
cantaba ella, con los dientes apretados (“como si destripara cada palabra que
salía de su boca”, decía Hal Roach, el baterista de la banda) corrió como un
reguero de pólvora por Nueva York y los shows se hacían a sala llena.
La Columbia, el sello que le sacaba los discos a Billie, no
quiso saber nada de grabársela, después del suelto de Time. Pero ella la grabó
igual, para un sello mucho más pequeño, Commodore Records. Los discos de
Commodore se vendían a un precio tres veces más caro que los de los sellos
importantes (imposible competir con los costos) y la canción era muy cortita,
así que, para justificar el precio, se le agregó una obertura instrumental al
principio, porque al final no se le podía agregar nada. En dos semanas se
vendieron más de diez mil placas. Los críticos de jazz la snobearon: Downbeat
dijo que no era una canción para el estilo de Holiday; John Hammond dijo que
era lo peor que pudo pasarle artísticamente a Billie. También desde la
comunidad negra se alzaron voces de reproche: decían que era una canción para blancos
progresistas más que para negros, por el precio del disco, porque sólo se podía
conseguir en Nueva York y porque ninguna radio se atrevía a pasarla. Sin
embargo, cada vez que Billie la cantaba (y la siguió cantando el resto de su
vida, aunque sólo en los bises, las veces que le daba el cuerpo o el alma para
hacer bises), los camareros impedían a los oyentes encender un cigarrillo
siquiera.
En su autobiografía, Lady sings the blues (que, como es bien
sabido, escribió enteramente un fantasma llamado William Dufty), Billie aparece
diciendo que cuando escuchó “Strange Fruit” por primera vez fue como si la
hubiese escrito ella, que se acordó al instante de cuando su padre murió en la
calle de neumonía porque ningún hospital de Dallas quiso cobijarlo, que la
mayoría de los clubes donde se presentaba le impedían por contrato
interpretarla y que las veces que la interpretó en el Sur la echaron de la
ciudad, pero es bien conocido el comentario que hizo Billie sobre esa
autobiografía (“No sé ni qué digo ahí, no pude ni leer el maldito libro”) y
cuánto odiaba el dramatismo que le adjudicaban. “No hay nada sentimental en
mí”, le oyó decir Elizabeth Hardwick una vez (porque Billie Holiday nunca le
hablaba a nadie, siempre hablaba como si estuviera sola, aunque tuviera siempre
gente alrededor, para servirle whisky, para traerle heroína, para encenderle el
cigarrillo, para vestirla y desvestirla). Cuando le preguntaban de dónde venía
el dramatismo que imprimía a las canciones, contestaba: “Del cuarto frío y
oscuro en donde nos tuvieron esperando hasta que nos dejaron subir a tocar”.
Según su pianista Mal Waldron, Billie esperaba sin hablar con nadie, fumando y
bebiendo sorbitos de whisky, envuelta en un tapado largo de piel en el que
parecía una mezcla de cosaco y de pantera, mientras los músicos rogaban que no
se escapara a inyectarse heroína. A los treinta empezó a preguntarse en voz
alta si había tenido una vida muy larga o muy corta; se lo siguió preguntando
hasta los cuarenta y cuatro. Esos catorce años fueron un prolongado e impúdico
derrumbe, pero ella siempre se obstinó en repetir que no hacía a nadie
responsable por sus elecciones. Al último que se lo dijo fue al policía que la
custodiaba a los pies de la cama de hospital donde murió, porque en 1959 era
delito punible inyectarse heroína, y la moribunda era reincidente y estaba en
libertad condicional. Nueve meses antes del fin, estaba reponiéndose de una
condena de ocho meses en prisión en casa de la poeta Maya Angelou en Harlem, y
una noche le cantó a capella “Strange Fruit” al hijo de su anfitriona. Cuenta
Angelou que cuando terminó la canción y oyó la voz de su hijo preguntándole a
Billie qué significaba pastoral, ella contestó: “Es cuando agarran a un negrito
como tú, le cortan los huevitos, se los meten por la garganta y lo dejan
colgando de un árbol. Eso es una maldita pastoral, querido, y no dejes que
nadie te haga creer otra cosa”.