Miguel de Cervantes ✆ Alfredo Sabat |
garridas horas bélicas, tenía a bien recordar que había un destino, un zafarrancho que, descifrado, podía ser vencido. La obra de Homero está entoldada con creencias instintivas, aderezada con escepticismo, miniada con técnicas literarias de dibujante chino y de escultor y eternizada merced a las exégesis que los escoliastas de lo bello, los críticos, han fraguado para cuidar la ínclita obra del ciego que, como luna gitana, mirándonos sigue.
Don Quijote ✆ Salvador Dali |
El griego, pesquisidor de las ideas que en el aire andaban
como ambrosía, el griego axial y hablador, digo, gustaba de adobar sus
nociones, esquemas mentales, conceptos e intuiciones con las palabras, esto es,
con las prendas espirituales del prójimo. El diálogo, dialéctica
encarnada, en Grecia amenguó magias orientales, destruyó barbaridades, instruyó
al bárbaro y dióle a Roma, estado de gentes serias, legales, venerandas, una
celada, una filosofía o fuerte lírica capaz de proteger al hombre del filo de
los dramas, de las épicas guerras urdidas para conquistar urbanidades lejanas.
Filosofar, argüían los griegos, era asombrarse, aguzar la vista en las sombras,
matar fantasmas, enderezar sortilegios, paliar súplicas, zaherir miedos, y
finalmente discutir el mundo perennemente. Para discutir, para incluirnos el
saber, hay que avezar la oreja, abrir las compuertas de los ojos y dejar que
nuestro cuerpo, cual Jericó, sea invadido, saturado de imaginaciones, razones e
intuiciones extranjeras.
Nuestro por su excelencia filósofo, Don Quijote, embriagado
en Aristóteles, es decir, de las letras de uno de los padres del católico
mundo, ‘ad pedem litterae’ contó, para suspendernos y admirarnos, los
sentimientos humanos, siendo unos asequibles a la letra, siéndolo otros a la
plástica. Nuestro informe e informado Gracián aconsejaba no dibujar banalmente,
embaularlo todo en retórica, en poesía, en prosa, en formas, mas tal imposible
es. Nuestro avisado Quevedo, más versado en versos que en desdichas, bogaba por
el estilo loco a la hora de los locos, de todos, de la democracia. Cervantes,
el menos español escritor de España, al modo panteísta, decía que "cuando
la cabeza duele, todos los miembros duelen", geométrica proposición de
pintor que nos remite a Spinoza, a los racionalistas, a la gramática. La
gramática, cuando la turbamulta no se deja prender se rompe, gime, quéjase, y
es menester cambiar la pluma por el pincel y el tintero por la paleta.
Homero, capital intelectual de Occidente, supo de achaques
narrativos, literarios, y Cervantes, capital espiritual de España, supo de
menesteres pictóricos, es decir, psicológicos. La psicología humana, sépase o
no, da más imágenes que voces al fiero, marmóreo, ventoso, solo e ingrato
mundo. Importábale en sobremanera al griego la opinión ajena, la ley natural
que atormentó a Rousseau, pero no al romano, más interesado en tejer
ciceronianos libros constitucionales. Añadióse a la dialógica Edad Antigua la
monológica Edad Media, y renació el teatro, la conjunción, a palabras de
Schelling, de lo épico y lírico, del drama, pero no uno de Peripato, sí ruso,
de esquizofrénica linfa y actuado por hombres indeterminados, enemigos de la
mónada, amigos del bígamo que se casa con dos o tres ideales.
Don Quijote ✆ Honoré Daumier |
Sócrates, Juvenal, Horacio, Apuleyo, el mismo Shakespeare,
Cervantes, tomaron de la opinión callejera formulismos para conducir a la
catarsis al público, esto es, dramatizaron la comedia y la tragedia, suplieron
el Humor y el Dolor con humoristas y doloridos, y pusieron al hombre de hueso y
carne, de mortal substancia, en escenas e ínsulas inmortales y fantásticas,
eternas, condignas de ángeles y querubines, de santos, no de Sanchos. Spinoza,
en su más aretalógica que geométrica ‘Ética’, demuestra que el común magín
maneja tres saberes, a saber: imaginarios, racionales y sensitivos. Spinoza,
que se ensimismaba leyendo a Cervantes, seguramente extractó del siguiente
fárrago quijotil de preguntas sus doctrinas: "¿En qué opinión me tiene el
vulgo, en qué los hidalgos y en qué los caballeros? ¿Qué dicen de mi valentía,
qué de mis hazañas, y qué de mi correría?". ¿De qué vive el vulgo? De
imaginaciones, de circo. ¿De qué los hidalgos? De razones, de pan. ¿De qué el
caballero? De sensibilidad, de guitarra, de poesía. Cervantes burló, con vulgar
lengua, las razones del régimen antiguo, las ridiculizó diciéndolas en lengua
moderna, popular. Sacó Cervantes a la luz la falsa grandilocuencia, embozada de
elocuencia, pintando hombres nuevos, esperpentos que ridículos veíanse en
armaduras.
Después de Cervantes, del ‘Quijote’, el pueblo adamó más al
fautor hombre que al autor nombre, más al Rubén ebrio y capitoso que al Darío
celeste y azul, más al "brioso de amor" Valle-Inclán que al ‘Tirano
Banderas’ de facha lúdica, más, como dice el libro de los ‘Jueces’, al olivo
que al aceite, al dulce que a la higuera, a la vid que al mosto, a la zarza que
a la sombra, e incontinenti la plástica se estibó en la letra, la síntesis
señoreó al análisis, e imperó lo hebraico y oriental, lo metafísico, sobre lo
teológico del reinado medieval, y sobrevinieron, así, catervas de novelistas
hacedoras de libros fantásticos, libros en los vemos, dijera Rafael Cansinos
Assens, "la concordancia de varios sujetos con un verbo en singular, la
reiteración de la copulativa como elemento incoactivo de los períodos, la
similicadencia", es decir, pinturas que hablan. Lo histórico, lo
gramatical se desbarró, se hizo poético, menester canoro y pictórico que en el
"viento escribe", según el viejo Calderón. Hoy barruntamos gigantes y
no molinos, pasos de dioses y no batanes, ejércitos y "manadas de
carneros", valor y no injusticia, renovación de la "alzada
palabra" y no sandeces gramaticales, gráficos, "grama", que no
gramática.