“Tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por los sufrimientos de la humanidad. Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de acá para allá, por una ruta cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación” — Bertrand Russell

9/10/13

El Cervantes pintor

Miguel de Cervantes ✆ Alfredo Sabat
Edvard Zeind  |  Los libros de pintura, de poesía, musitan entendimientos "sin perjuicio de tercero", sin concitar el absolutismo, sin caer en la aseveración totalitaria, sin caer en la tentación del escolio medieval. Las canoras letras griegas acendraron la tradición mágica de caldeos y sirios, quedáronse con la parte luminosa de ésta, con la fe, utilísima al ampliar el fórceps de la razón. Homero, que ya dormita, grande maestro occidental es de la imparcialidad, de la elación visual, de la narración sosegada, de la descripción justa, del moral razonamiento sin melindres, de la militar pedagogía, es decir, de la literatura. Por varias vías, ora negativas, ora positivas, ya estoicas, ya epicúreas, los griegos aprendieron filosofía leyendo a Homero, que se interesaba en todo lo humano. Alejandro Magno, en sus
garridas horas bélicas, tenía a bien recordar que había un destino, un zafarrancho que, descifrado, podía ser vencido. La obra de Homero está entoldada con creencias instintivas, aderezada con escepticismo, miniada con técnicas literarias de dibujante chino y de escultor y eternizada merced a las exégesis que los escoliastas de lo bello, los críticos, han fraguado para cuidar la ínclita obra del ciego que, como luna gitana, mirándonos sigue.  


Don Quijote ✆ Salvador Dali
El griego, pesquisidor de las ideas que en el aire andaban como ambrosía, el griego axial y hablador, digo, gustaba de adobar sus nociones, esquemas mentales, conceptos e intuiciones con las palabras, esto es, con las prendas espirituales del prójimo. El diálogo, dialéctica encarnada, en Grecia amenguó magias orientales, destruyó barbaridades, instruyó al bárbaro y dióle a Roma, estado de gentes serias, legales, venerandas, una celada, una filosofía o fuerte lírica capaz de proteger al hombre del filo de los dramas, de las épicas guerras urdidas para conquistar urbanidades lejanas. Filosofar, argüían los griegos, era asombrarse, aguzar la vista en las sombras, matar fantasmas, enderezar sortilegios, paliar súplicas, zaherir miedos, y finalmente discutir el mundo perennemente. Para discutir, para incluirnos el saber, hay que avezar la oreja, abrir las compuertas de los ojos y dejar que nuestro cuerpo, cual Jericó, sea invadido, saturado de imaginaciones, razones e intuiciones extranjeras. 



Nuestro por su excelencia filósofo, Don Quijote, embriagado en Aristóteles, es decir, de las letras de uno de los padres del católico mundo, ‘ad pedem litterae’ contó, para suspendernos y admirarnos, los sentimientos humanos, siendo unos asequibles a la letra, siéndolo otros a la plástica. Nuestro informe e informado Gracián aconsejaba no dibujar banalmente, embaularlo todo en retórica, en poesía, en prosa, en formas, mas tal imposible es. Nuestro avisado Quevedo, más versado en versos que en desdichas, bogaba por el estilo loco a la hora de los locos, de todos, de la democracia. Cervantes, el menos español escritor de España, al modo panteísta, decía que "cuando la cabeza duele, todos los miembros duelen", geométrica proposición de pintor que nos remite a Spinoza, a los racionalistas, a la gramática. La gramática, cuando la turbamulta no se deja prender se rompe, gime, quéjase, y es menester cambiar la pluma por el pincel y el tintero por la paleta. 



Homero, capital intelectual de Occidente, supo de achaques narrativos, literarios, y Cervantes, capital espiritual de España, supo de menesteres pictóricos, es decir, psicológicos. La psicología humana, sépase o no, da más imágenes que voces al fiero, marmóreo, ventoso, solo e ingrato mundo. Importábale en sobremanera al griego la opinión ajena, la ley natural que atormentó a Rousseau, pero no al romano, más interesado en tejer ciceronianos libros constitucionales. Añadióse a la dialógica Edad Antigua la monológica Edad Media, y renació el teatro, la conjunción, a palabras de Schelling, de lo épico y lírico, del drama, pero no uno de Peripato, sí ruso, de esquizofrénica linfa y actuado por hombres indeterminados, enemigos de la mónada, amigos del bígamo que se casa con dos o tres ideales. 



Don Quijote ✆ Honoré Daumier
Sócrates, Juvenal, Horacio, Apuleyo, el mismo Shakespeare, Cervantes, tomaron de la opinión callejera formulismos para conducir a la catarsis al público, esto es, dramatizaron la comedia y la tragedia, suplieron el Humor y el Dolor con humoristas y doloridos, y pusieron al hombre de hueso y carne, de mortal substancia, en escenas e ínsulas inmortales y fantásticas, eternas, condignas de ángeles y querubines, de santos, no de Sanchos. Spinoza, en su más aretalógica que geométrica ‘Ética’, demuestra que el común magín maneja tres saberes, a saber: imaginarios, racionales y sensitivos. Spinoza, que se ensimismaba leyendo a Cervantes, seguramente extractó del siguiente fárrago quijotil de preguntas sus doctrinas: "¿En qué opinión me tiene el vulgo, en qué los hidalgos y en qué los caballeros? ¿Qué dicen de mi valentía, qué de mis hazañas, y qué de mi correría?". ¿De qué vive el vulgo? De imaginaciones, de circo. ¿De qué los hidalgos? De razones, de pan. ¿De qué el caballero? De sensibilidad, de guitarra, de poesía. Cervantes burló, con vulgar lengua, las razones del régimen antiguo, las ridiculizó diciéndolas en lengua moderna, popular. Sacó Cervantes a la luz la falsa grandilocuencia, embozada de elocuencia, pintando hombres nuevos, esperpentos que ridículos veíanse en armaduras. 



Después de Cervantes, del ‘Quijote’, el pueblo adamó más al fautor hombre que al autor nombre, más al Rubén ebrio y capitoso que al Darío celeste y azul, más al "brioso de amor" Valle-Inclán que al ‘Tirano Banderas’ de facha lúdica, más, como dice el libro de los ‘Jueces’, al olivo que al aceite, al dulce que a la higuera, a la vid que al mosto, a la zarza que a la sombra, e incontinenti la plástica se estibó en la letra, la síntesis señoreó al análisis, e imperó lo hebraico y oriental, lo metafísico, sobre lo teológico del reinado medieval, y sobrevinieron, así, catervas de novelistas hacedoras de libros fantásticos, libros en los vemos, dijera Rafael Cansinos Assens, "la concordancia de varios sujetos con un verbo en singular, la reiteración de la copulativa como elemento incoactivo de los períodos, la similicadencia", es decir, pinturas que hablan. Lo histórico, lo gramatical se desbarró, se hizo poético, menester canoro y pictórico que en el "viento escribe", según el viejo Calderón. Hoy barruntamos gigantes y no molinos, pasos de dioses y no batanes, ejércitos y "manadas de carneros", valor y no injusticia, renovación de la "alzada palabra" y no sandeces gramaticales, gráficos, "grama", que no gramática.