- “Muchos hombres ven en ellos la razón de la caída de su imperio y se lo hacen pagar a las mujeres. Muchas de ellas sienten la tentación de dar una respuesta mediante la instauración de un nuevo orden moral que supone el restablecimiento de las fronteras. Es la trampa en la que no hay que caer, bajo pena de perder allí nuestra libertad, de frenar la marcha hacia la igualdad y de retornar al separatismo.” | Élisabeth Badinter
Jorge Vicente
Paladines | Para algun@s lector@s, el presente artículo
forma parte del conjunto de irreverencias, indolencias e incomprensiones a las
actuales militancias feministas –sobre todo de Ecuador y América Latina–, muy
próximo de ser tachado como machista, androcéntrico, misógino o patriarcal.
Confieso que no es mi intención hacer una generalización ni abrir una guerra
–más– al denotado activismo que ha coronado en la agenda feminista el discurso
del castigo, sino, poner en cuestión el por qué su lenguaje social se redujo a
un lenguaje penal, haciendo que el debate público hoy en día sea simplemente
monotemático, es decir, ubicando exclusivamente en la agenda
política de la
acción colectiva feminista a la penalidad como centro del balance para eliminar
la violencia y quizá también la discriminación.
A diferencia de otros colectivos sociales –como los
trabajadores– que centralizan su discurso en la redistribución de las riquezas,
el feminismo ha condensado en los últimos años un activismo basado en el reconocimiento
de derechos (Fraser, 1997: 20) a partir de la victimización. Esta nueva forma
de centralizar el debate ha silenciado agudas diferencias sociales que siguen latentes
en la relación hombre/mujeres, toda vez que el desempleo en las mujeres es
mayor que el de los hombres mientras sus salarios siguen siendo inferiores.
Aquello ha distorsionado la concepción misma de uno de los grandes aportes del
feminismo: el género. La concepción del género no es ya una expresión
ideológica para criticar las diversas y agudas manifestaciones del poder
–incluso contra los hombres–, sino que ahora se recoge bajo el empleo sexista
(biológico) del código binario hombres Vs. mujeres.
La acción colectiva feminista se inscribe en diversas
corrientes, tales como el feminismo socialista o el feminismo liberal (de la
igualdad y de la paridad) hasta llegar a los feminismos esencialistas,
diferencialistas o ecologistas, entre otros. Estos últimos resaltan y hacen
prevalecer los valores femeninos bajo un peligroso –tramposo– debate de
igualdad de sexos, cayendo en definitiva dentro de un fundamentalismo
igualitarista con fuertes representaciones fundadas en la diferencia biológica
y sus particularismos (Badinter, 2003: 132-135). El histórico discurso y
militancia feminista por la igualdad se representa ahora dentro un enclave de
enjuiciamiento moral contra los hombres, usando como herramienta a la schifosa
scienza –como decía Francesco Carrara– del derecho penal – ahora derecho penal
de la diferencia–.
En este nuevo escenario donde se emplea el discurso del
poder punitivo para demandar el reconocimiento de derechos, cabe hacerse la
siguiente pregunta: ¿será que el feminismo está yendo por el camino equivocado?
A partir de la presente crítica trataré de resolver esta hipótesis, usando para
ello una estructura inversa y aleatoria de las leyes de la dialéctica diseñadas
primariamente por Hegel y repensadas más adelante por Marx (unidad y lucha de contrarios;
cambios cuantitativos a cualitativos; y, negación de la negación). Atrevámonos
entonces a confrontar algunas de las características de esta encrucijada
política en la que ha caído el debate del género: el feminismo punitivo.